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¡Se me quedaron las llaves del Congreso!

 Juan Carlos Niño Niño*

A principios de Siglo, el entonces Representante Oscar Leónidas Wílchez Carreño, fue elegido por unanimidad en la Plenaria como Primer Vicepresidente de la Cámara, convirtiéndose en la primera y última vez que un congresista casanareño ha llegado a tan alta dignidad, que sentó las bases de una ambiciosa agenda legislativa para el Departamento, lo que determinó que los miembros de la Unidad de Trabajo Legislativo de Wílchez -que era coordinada por Martha Aldana- nos desplazáramos a la imponentes instalaciones del republicano y neoclásico Capitolio Nacional, que se encuentra en el costado sur de la Plaza de Bolívar –entre las carreras séptima y octava- enclavado en el centro histórico de La Candelaria en la  Capital del País.

El trabajo legislativo se hizo aún más extenuante con las innumerables funciones como Primer Vicepresidente de la Cámara -en donde también estuvo como secretario privado Pablo Hernando Rodríguez y Juan Carlos Olivares- trabajando el equipo asesor contra el tiempo –incluidos Jhon Morales, Camilo Abril Jaimes y  Jonency Durán- para cumplir a cabalidad con cada una de las tareas, que reafirman aún más el extraordinario papel de Oscar Wílchez en la Cámara, que dejó en silencio a las Plenarias de Cámara y Senado con su intervención en contra de la venta de las acciones de Ecopetrol, que lo consolida sin duda en el mejor legislador que ha tenido Casanare en todos los tiempos.

Ante semejante ritmo, se me ocurrió pedirle a la secretaria administrativa las llaves de la Vicepresidencia –dos unidades gigantes de estilo antiguo romano- con el fin de adelantar tareas pendientes desde las 7 de la mañana al otro día, quien detrás de sus delgadas gafas dudó unos instantes ante tal requerimiento, advirtiendo que eran las únicas llaves con las que se contaba, como también que a las 8 de la mañana estaba programada una reunión de la Bancada de Cambio Radical, incluido el entonces Senador Germán Vargas Lleras –convocada por Wílchez- que por lo tanto era necesario llegar a la Vicepresidencia como mínimo una media hora antes, a lo que la tranquilicé asegurando que estaría a las 6 de la mañana en el despacho, quien al final me entregó las llaves con cierto recelo y desconfianza, sin dejar de reiterar una y otra vez mi responsabilidad de abrir la Vicepresidencia a la hora convenida.

La osadía de llevarme las llaves coincidió esa noche con una extraordinaria intervención de Wílchez en la Plenaria de la Cámara sobre el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos -era miembro del llamado “Cuarto de al lado” o Subcomisión del Congreso que hacía seguimiento a la negociación del Tratado- en donde Wílchez insistió en la necesidad de negociar un buen acuerdo, lo que me llevó a redactar de inmediato un comunicado de prensa desde las barras del Salón Elíptico, madrugando al otro día para enviarlo y explicarlo desde mi apartamento a las salas de redacción a nivel nacional y departamental, lo que me hizo olvidar por completo el compromiso de abrir a las seis las puertas de la Vicepresidencia.

Al “pequeño” olvido contribuyó una llamada en donde me dijeron que estuviera pendiente para grabar una probable alusión que haría el periodista Juan Gossaín en Radio Sucesos RCN, en favor de esa intervención de Wílchez sobre el TLC en la Plenaria, en donde mi mundo se redujo a escuchar atentamente la radio, hasta que en la casetera del equipo de sonido de mi apartamento quedó registrada a las 8 de la mañana no solo el comentario de Gossaín sino los apartes de esa intervención, por lo que selló el destino de la “pobre” Vicepresidencia de la Cámara, aún más cuando en Transmilenio -desde el apartamento al Congreso- se tarda como mínimo una hora de recorrido.

A las 9 de la mañana, llegué tranquilo y campante al Capitolio Nacional, hasta tal punto que me sorprendió ver al Representante Oscar Wílchez con otros Congresistas de Cambio Radical –incluido Germán Vargas Lleras- esperando de pie al frente de la monumental puerta en madera de la Primera Vicepresidencia –en el segundo piso del costado occidental de la edificación- a lo que Wílchez me vio sin ninguna prevención y me pidió con calma que abriera la puerta, siendo el preciso momento en que se me devolvió la película y me acordé que tenía el compromiso de abrir esa puerta a las 6 de la mañana.

El mundo se me vino en un solo segundo al piso y sentí morir de la angustia cuando caí en cuenta que había dejado las llaves en el apartamento, a lo que alcancé a decirle a Wílchez que por favor me esperara un momento –sin darle tiempo de reaccionar- mientras corría por los amplios pasillos y salía como alma en pena del Capitolio, atravesando a toda velocidad la Plaza de Bolívar y tomando un taxi en la acera de la Alcaldía de Bogotá, con tan mala suerte que los trancones que inundan la Gran Ciudad al aproximarse el mediodía, terminó por demorar más de dos horas el desplazamiento ida y vuelta entre el Congreso y el apartamento, logrando abrir la Vicepresidencia –con esas gigantescas llaves de estilo romano- cuando todo el mundo estaba almorzando, lo que permitió entrar con sigilo y refugiarme en uno de los escritorios de la Secretaría Privada de esa dependencia, que estaba separada del resto de la Vicepresidencia por una división de madera con vidrios martillados.

A la una de la tarde, Wílchez entró en silencio -lo reconocí a través de vidrio martillado- se detuvo unos instantes y al parecer tuvo la intención de entrar a la Secretaría privada, pero afortunadamente lo descartó y volteó a la izquierda para ingresar a su gigantesco despacho, para posteriormente iniciar su trabajo y verificar las tareas pendientes con cada uno de sus asesores y asistentes, incluida una corta pero sustanciosa conversación conmigo, con el fin de revisar la agenda para exponer al director de la entonces Inravisión, con quien tenía una cita a las tres de la tarde en las instalaciones de esa entidad sobre la Avenida El Dorado, lo que celebré con una sonrisa triunfante al suponer que el olvido de las llaves era cosa de pasado, que Wílchez no me iba a hacer ninguna observación sobre el insuceso, lo que me entusiasmó para continuar mi trabajo sin ningún cargo de conciencia.

A las dos y media, nos dirigíamos con Wílchez en el vehículo de la Vicepresidencia a las instalaciones de Inravisión, en donde le coloqué en mi pequeña grabadora de periodista la alusión que esa mañana hizo Juan Gossaín en cuanto a su intervención sobre el TLC en la Plenaria, con tan mala suerte que al terminar se me ocurrió comentarle –con mucho orgullo- que estaba próximo a comprar mi carro, a lo que me respondió casi de inmediato –con un tono de voz suave pero diciente- que era necesario que me amarrara las llaves del carro a las “pelotas”, para evitar que se me quedaran como las de la Vicepresidencia.

En ese momento subió el tono de voz bastante molesto y me reclamó que por qué diablos había llevado las llaves de la Vicepresidencia, si no iba a asumir la responsabilidad de abrir a primera hora, a lo que decidí bajar la cabeza y guardar un absoluto y sepulcral silencio –mientras pensaba que había sido demasiado iluso creer que me había salvado de ese inminente y merecido regaño- mientras que el conductor y los escoltas no disimularon más y rompieron en una sonora carcajada.

Coletilla: Esa fue la última vez en la vida que me traje una llave del Congreso al apartamento, hasta tal punto que nunca he querido comprometerme en abrir ninguna puerta de ningún despacho de los legisladores con los que después he trabajado, con el fin de no volver a pasar por la tremenda vergüenza de que “se me quedaron las llaves del Congreso”.

 * Escritor.








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