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José Luis Cano: El intelectual, el jurista, el liberal

 Por Juan Carlos Niño Niño*

A mediados de los setenta, cuando mi padre se radicó con su pequeña familia en Yopal, un hombre alto y extremadamente delgado pasó a ser su más entrañable amigo, con una desbordante inteligencia y una extraordinaria erudición jurídica, que con escasos años me impactaba su absoluta autoridad cuando estaba sentado en el monumental escritorio de La Previsora Seguros, cuando esa compañía lo delegó como gerente de su sede en la entonces Intendencia de Casanare.

José Luis Cano Tibaduiza. El intelectual, el jurista, el liberal. Con su lectura diaria y rigurosa del periódico El Tiempo, incluido el análisis certero y profundo del Editorial -tan acorde a su “conservadurismo” liberal-, que respaldaba de manera incondicional la segunda candidatura a la Presidencia de Alfonso López Milchelsen y rechazaba de plano la disidencia de Luis Carlos Galán con el Nuevo Liberalismo, hasta tal punto que nunca leía El Espectador porque estaba de manera abierta la aspiración presidencial del caudillo santandereano, lo que generaba un candente pero respetuoso debate con mi padre -Julio Roberto Niño- a quien siempre se le conoció en Casanare por su condición inquebrantable de “Galanista”.

Eso no contradecía su concepción avanzada del “Estado liberal”, en donde con  acierto y rigurosidad señalaba las bondades de la Asamblea Nacional Constituyente -que posteriormente promulgó la Constitución Política de 1991- siendo un total convencido de la carrera administrativa -sujeta al concurso público- y la Tutela como garante de los derechos fundamentales de los colombianos, convirtiéndose en fuente de consultas de niños, niñas y adolescentes de los entonces escasos colegios de Yopal,  a quienes atendía con su grandes y saltados ojos vivaces, sin dejarles de regalar una leve sonrisa con sus facciones afiladas y dentadura perfecta, cuando no entendían su a veces complejo lenguaje constitucional.

 Era impecable. Formal. Elegante.  Siempre vistió camisa  manga larga  y pantalón de paño -para tierra caliente- caminando de manera altiva y rápida, que realzaba aún mas su cabello blanco, peinado de manera cuidadosa y perfecta hacia atrás, sin poder olvidar su tono de voz infantil, cálido y gracioso, que de vez en cuando dejaba entrever una cierta inflexión paisa.

Y es que era hijo de un aguerrido antioqueño y una bella muchacha que lo “parió” en Labranzagrande -Barbarita, prima del Exrepresentante Gímber Chávez- quienes en los setenta abrieron a media cuadra del parque principal de Yopal, el lúgubre y misterioso Restaurante La Casona, que posteriormente  se convertiría a dos cuadras del antiguo hospital en “Restaurant Cano’s”, con gastronomía internacional, cuadros cubistas y música en Inglés que su otro hijo Aníbal Augusto trajo de Estados Unidos, convirtiéndose en los ochenta en el sitio social por excelencia de la ahora capital departamental, en donde estudiantes, intelectuales y artistas confluían a ese mundo alegre y mágico que los Cano le dejaron como legado a la población del piedemonte, como aquella noche de interminable fiesta con “Los Tolimenses” y un imponente grupo de mariachis de Bogotá, incluido el conocidísimo Pedrito Fernández, “El colombiano”.

 

En la década de los sesenta, Jose Luis Cano era un destacado estudiante de Derecho de la Universidad La Gran Colombia en Bogotá -solo le faltó un par de materias para graduarse, porque la “rumba” de su juventud se lo impidió- en donde una vez llegó a un parcial de penal, sin tener la menor idea sobre el tema, pero que una rápida hojeada al índice del Código, le permitió responder después a la única pregunta de la prueba escrita, que “ese tema no está dentro del texto en estudio”, haciéndolo merecedor de un contundente “cinco”, mientras que el resto de sus compañeros sacaron “cero”,  y que siempre contaba para demostrar que nunca necesitó dedicar mucho tiempo al estudio para sacar las mejores notas.

Ese fue el mismo José Luis que una vez se le ocurrió con un amigo cazar culebras en las playas del Río Cravo Sur y llevarlas a Bogotá en una caja que ubicaron en la canasta de arriba de un destartalado bus de la Flota Sugamuxi -que terminaron por salirse de la caja y aparecieron frente a las ventanas y a la vista de los aterrorizados pasajeros- con la ilusión de venderlas al Instituto Nacional de Salud, ante un aviso que publicó esta entidad en El Tiempo, en el sentido de comprar estos animales para la consecución de suero antiofídico, con tal mala suerte que cuando al fin los entregaron al Instituto, les dijeron que presentaran la cuenta de cobro para pagarles en un par de semanas, lo que los obligó a vender la misma por el precio del pasaje para poder regresar a Yopal.

Y lo confieso: el cuento “El extravió de la Pantera Rosa en la vía a Sirivana” -que escribí hace un par de meses- está basado  en un infortunado anéctoda que mi papá siempre le atribuyó a Jose Luis, pero que él me negó muerto de la risa una vez que se quedó un par de semanas  hace más de diez años en mi apartamento de Bogotá -cuando se recuperaba de un postoperatorio- pero que de todos modos deja constancia de su bondadosa, encomiable y disciplinada  labor como promotor de Acción Comunal, en donde se convirtió además en ocasionales clases básicas de Derechi a nuestros campesinos del ahora Departamento de Casanare.

A Jose Luis Cano le pasó un caso bastante similar a “El coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez, al quedarse esperando hasta morir su anhelada pensión, porque La Previsora le “refundió” más de nueve años de los diecisiete de ininterrumpido trabajo con esa compañía, lo que le impidió tener una justa y merecida jubilación, cuando precisamente estaba a punto de cumplir los ochenta años de edad.

Coletilla 1. Alguna vez me preguntó intrigado por qué un congresista casanareño -con quien yo laboraba hacia un par de meses- nunca intervenía en las sesiones de Comisión y Plenaria de Cámara, a lo que le dije que el mismo solo se dedicaba a “gestionar recursos” para el Departamento, contestándome indignado que la real función de un parlamentario era deliberar, debatir,  controvertir, proponer, o que de lo contrario perdía su esencia misma, atentaba contra su función constitucional, que era precisamente legislar y ejercer el control político al Gobierno Nacional, incluida la discusión y aprobación del

Proyecto de Ley sobre el Plan Nacional de Desarrollo, en donde si era válido incluir y gestionar planes, programas, estrategias y recursos para Casanare.

Coletilla 2: Es así como expreso

mi profunda tristeza por el fallecimiento del intelectual, abogado y dirigente liberal casanareño José Luis Cano Tibaduiza: un hombre culto, honesto, con alma de niño, gran amigo de mi padre y mi círculo familiar. Hasta siempre, querido José Luis.

Para su esposa Danny y sus hijos Franklin y Felipe, más sus hermanos Janeth y Augusto, infinitas bendiciones. Amén.


 * Escritor.



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