La desigualdad racial no suele ser el ángulo desde donde analizamos las desigualdades económicas y sociales en Colombia. Esto se debe, entre otros, a que socialmente hemos privilegiado la narrativa del mestizaje como aquello que nos ofrece una forma única de pensarnos como nación, dejando invisibilizadas desigualdades como las desigualdades de raza, e invisibilizando la posibilidad de re-imaginarnos desde múltiples y diversas identidades raciales y culturales. Durante las últimas décadas, y en especial a través de mecanismos planteados en la Constitución de 1991, la comunidad afrocolombiana ha logrado visibilizarse en la esfera pública y también agenciar la defensa de sus particularidades culturales y territoriales. No obstante, estos avances han sido contrarrestados por los altos niveles de violencia y de pobreza que afectan desproporcionalmente a las comunidades afro y otras minorías, generando desigualdades estructurales entre estas poblaciones y aquellas de raza “blanca” o “mestiza”.
Por eso, desde Re-imaginemos, un proyecto que reflexiona sobre 30 formas de desigualdad en Colombia, estamos discutiendo sobre desigualdades raciales. El proyecto se basa en un diálogo entre más de 150 jóvenes académicos, activistas, artistas, entre otros diversos perfiles. Esta columna es el resultado del diálogo de saberes #18 de Re-imaginemos, en el cual participamos: Carolina Gómez Prieto, economista y gestora cultural; Joaquín Garzón Vargas, abogado y profesor experto en asuntos de tierras del pueblo negro en el Pacífico; Héctor Fabio Micolta Caicedo, activista en las luchas por el territorio a través de la defensa étnica y cultural en Buenaventura y miembro del CEPAC ; Ariel Palacios Angulo, líder social en Nariño miembro del CNOA y del movimiento estudiantil afro en la Universidad Nacional; y John Janer Panameño Advincula, líder social en Buenaventura y representante ante el Comité Interorganizacional.
Desigualdades profundas y persistentes
Los niveles de pobreza que caracterizan a los territorios habitados por comunidades afrocolombianas son inaceptablemente altos. Según un estudio del Semillero del Pacífico de la Universidad de los Andes, el 80% de la población del Chocó vive con 1/3 del salario mínimo. Así mismo, los resultados del Censo del 2018 evidencian que la población que se auto-reconoce como afrodescendiente, presenta indicadores sociales más bajos que el promedio nacional en dimensiones como cobertura de energía eléctrica, acueducto, alcantarillado, internet, nivel de educación media, superior y posgrado. Como resultado, los niveles de pobreza multidimensional de esta población están un 30,6% por encima del promedio nacional , evidenciando vulneraciones a los derechos más fundamentales.
Como lo señala el reconocido académico Arturo Escobar, la pobreza y la desigualdad en estos territorios se han profundizado por décadas de abandono estatal y por modelos de desarrollo excluyentes que comprenden estos territorios como lugares para la extracción de materias primas y no como lugares para la vida. Ariel señala cómo “la desigualdad racial pone el lente sobre temas profundos, históricos, que deja a un sector de la humanidad en la parte última de la distribución de los recursos naturales y económicos”. Por su parte, John Janer, líder social en Buenaventura, donde estas desigualdades son particularmente alarmantes, resalta cómo esto se relacionan, entre otros, con el modelo económico de enclave portuario e industrial que “ha desplazado la vida digna de los habitantes de este territorio, que no deja que las personas accedamos al mar como fuente de vida y economía”.
Las dinámicas de exclusión económica se han perpetuado, además, por un centralismo en la toma de decisiones sobre el futuro de estas regiones que ha privado a las comunidades locales tanto de los ejercicios de autonomía y gobierno, como del acceso a la tierra y a los recursos naturales. La intersección entre desigualdad racial y la desigualdad en el acceso a la tierra, al territorio y sus recursos, es especialmente grave para los pueblos indígenas y negros en Colombia, pues su supervivencia cultural está íntimamente vinculada con el territorio, y “la vida no es posible sin el territorio, porque en el aire no podemos realizarnos como seres humanos”, como concluye John Janer. Por esta razón, la lucha por la tierra significa la lucha por la vida misma. Una vida que las comunidades reclaman en medio de la violencia y de la pobreza, reclamando su derecho para construir un lugar a la altura de sus visiones propias sobre el buen vivir y el futuro que quieren construir.
Las violencias, las luchas territoriales y las desigualdades raciales afectan a las comunidades afro en todo el país, incluso en las ciudades más modernas y en crecimiento. Un ejemplo claro son las tensiones que paralizaron a Cali durante el paro de 2021. Estas tensiones se desatan de desigualdades profundas, de siglos de racismo, de segregación social y espacial, y, de la negación de oportunidades a las comunidades negras en esta ciudad.
Además de la intersección entre desigualdades raciales y territoriales, vale la pena mencionar la intersección con las desigualdades de género. La mujer junco, como se le ha denominado por su fortaleza en la mitad de la tormenta, se ha enfrentado a un sinfín de complejidades asociadas a la violencia, a la falta de oportunidades y a la falta de representatividad y representación en la mayoría de los sectores de la sociedad colombiana. Solo por mencionar un aspecto, la tasa de desempleo de la mujer afro es de 24%, comparada con 20% en la mujer sin autor reconocimiento étnico y con un 12% en el hombre (sin diferencias en su etnia). Además, en América Latina las mujeres afrodescendientes han tenido siempre un menor acceso a puestos de dirección en la administración pública y privada, y a cargos de jefe, gerente y administradoras generales. No obstante, la ligereza al designar mujeres negras en cargos públicos pretendiendo lograr con esto la inclusión e igualdad, refleja un pobre manejo de una problemática compleja que requiere de soluciones más profundas y más desafiantes; soluciones que mejoren el bienestar integral de la mujer afrodescendiente, no solo la visibilización de unos casos aislados.
El arte como transformador de las desigualdades raciales
Reducir las estructurales desigualdades raciales que existen en nuestro país requiere de una combinación de soluciones políticas, sociales y económicas. En esta columna queremos, sin embargo, resaltar el rol del arte y de la cultura como mecanismos de transformación. El arte permite recordar las historias olvidadas. Es un mecanismo libre que visibiliza las realidades escondidas, las confronta y las pone en tela de juicio. Las artes tradicionales, la literatura, el cine, la música, la ilustración, la fotografía, el teatro, la danza y aun las industrias creativas, son formas de expresión que permiten gritar lo que horas de discusión política no han podido definir frente a la desigualdad racial y otras problemáticas sociales. El poder del sector cultural reposa en la facilidad que tienen las artes para tocar las fibras emocionales de las personas con infinitas posibilidades artísticas y a través de un recurso ilimitado: la creatividad. Como lo señala Héctor Fabio, artista y activista por la defensa étnica y cultural en Buenaventura “potencializar el arte y la cultura, es darle al problema la conexión política y social que necesita”.
A nivel global, la comunidad de artistas está contribuyendo a denunciar la desigualdad racial, construyendo una plataforma de activismo social. En el país existen varias experiencias que apuntan al mismo fin. Por ejemplo, el Festival Detonante nace de una profunda reflexión sobre la narrativa de país que se está contando, y del reflejo de la desigualdad incluso en el lenguaje. Este festival opera como un modelo de transformación cultural y como plataforma de oportunidades al cambio, evidenciando lo que la región Pacífico tiene para dar y el valor eminente de su gente.
La oportunidad es clara para más programas, iniciativas y formas precisas de denunciar y re-imaginar la desigualdad racial en Colombia. En línea con esta discusión, Héctor Fabio y su esposa Yenith Marcela Giraldo (CEPAC), escribieron un ritmo aguabajo –marimba que nos invita a la reflexión colectiva.
Y tú, ¿qué Re-imaginas?
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Coautores: Carolina Gómez Prieto; Joaquín Garzón Vargas; Héctor Fabio Micolta Caicedo; Ariel Palacios Angulo y John Janer Panameño Advincula.
Editora: @Allison_Benson_