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De Frente - Todo tiene su final

De Frente - Todo tiene su final
Por Oscar Medina Gómez*

Viajando por viejas canciones de salsa, pasó por mis recuerdos “Todo tiene su final” (Álbum Lo mato, si no compra este LP producido en 1973 por Willie Colón, donde Héctor Lavoe interpreta varios temas, entre ellos el que menciono).

Sí. “Todo tiene su final, nada dura para siempre” … dice Lavoe. Los gobernantes eligen. Ya sea en entregar los cargos en medio de los aplausos, el reconocimiento ciudadano a su labor, la conciencia más tranquila que turbada, la frente en alto y la gloria popular. O ser echados a patadas, insultados por millones, escupidos en la cara por corruptos, castigados por tiranos y asesinos, exhibidos en una cárcel y cargar hasta el final de sus vidas con el deshonor ante el pueblo. Otra elección es, también, morir bestialmente a manos de quienes alguna vez fueron sus gobernados.

Entre los déspotas y autócratas, hay, digamos, conexiones. Coincidencias que los amontonan aparte y permite identificarles fácilmente en cualquier momento y lugar del repaso histórico. Estos tiranos, pareciera, contratan siempre el mismo sastre, quien les confecciona los mismos vestidos. Manchados, claro, de dolor, sangre e injusticia. Sonrientes, todos posan para el retrato de la infamia.

Volviendo a los dictadores que por decisión de su propio pueblo han muerto sádicamente, -en una especie de dulce venganza mitigadora por los males causados- son variadas las conexiones que resaltan en personajes como Benito Mussolini, Nicolás Ceausescu, Sadam Hussein y Muamar Gadafi.

Todos obligaban a que se le rindiera un culto exagerado y constante a su personalidad: estatuas, bustos, placas, vallas, afiches, murales, retratos, pinturas, libros, revistas, folletines, videos, programas de radio y televisión, monedas, estampillas, uniformes, camisetas, gorras, suvenires, estaciones y vehículos de servicio público de transporte y cuanto espacio y objeto fuera propicio para estampar su imagen.

Eran enfermos por los desfiles militares pomposos e impactantes, bufoneando siempre que poseían los mejores ejércitos terrestres, marinos y aéreos del mundo. Tenían, según sus cuentas, lo último en guaracha, de tal manera que ¡ay quien osara desafiarlos!

Todos eran mal hablados, burdos, vulgares. Su chabacanería y ordinariez les rezumaba por los poros. Por eso les era natural insultar y amenazar a diario a cuanto presidente, mandatario, secretario de estado, primer ministro –hombre o mujer- se les viniera en gana.

Gritaban a los cuatro vientos, con ojos desorbitados y bocas gigantes, que sus gobiernos eran los mejores y más justos de cuantos había en la tierra. Tan buenos y justos, que diariamente centenares de personas morían de física hambre, enfermedades curables en cualquier otro lugar del mundo, inseguridad en las calles y asesinatos selectivos.

Suprimieron medios de comunicación por docenas. Sólo dejaban funcionar a aquellas estaciones televisivas, radiales y periódicos que les adularan día y noche, sirviendo de caja de resonancia propagandista de la mentira y el engaño al pueblo.

-En nombre de sus corruptas revoluciones, confiscaron y expropiaron bienes a millones de personas. Con un chasquido de los dedos los déspotas le robaron, despojaron a la gente del trabajo honesto de muchos años, representado en una vivienda, un pedazo de tierra, un local comercial, un auto. La propiedad privada desapareció.

Derechos irrenunciables de los seres humanos como a opinar, protestar, disentir, a expresar libremente un pensamiento, a exigir mejores condiciones de vida y de trabajo, fueron aplastados a punta de fusil y pistola. La represión brutal de las balas segó vidas y sueños. Lo que llaman derechos humanos fue apenas letras de molde.

Eso del respeto por la división o separación de poderes, que permite el ordenamiento social y protege el Estado de derecho, fue para los dictadores un chiste de coctel. Las funciones estatales paralelas en lo judicial, legislativo y ejecutivo desaparecieron. Todas las encarnó el absolutista megalómano. “El Estado soy yo” dijo Luis XIV. Si en esos tiempos hubiese existido fiscalía, procuraduría, defensoría y contraloría –como hoy se conciben- también se habrían puesto a sus pies.

A punta de corrupción, su enriquecimiento personal, el de sus hijos, esposas, hermanos, tíos, primos, sobrinos, amantes, ahijados y sus más cercanos círculos de poder fue su distintivo mayor. Todos ostentaron y derrocharon miles de millones de dólares en lujos y bienes como aviones, jets, autos, fincas de recreo, mansiones, apartamentos, caballos, ganado, cuentas bancarias, joyas, obras de arte. Hasta lingotes de oro encaletados en bóvedas y bancos en el extranjero.

Por obra de los tiranos, la hiperinflación, depreciación de la moneda, decrecimiento económico, desempleo, ruina alimentaria, escasez de medicamentos, crisis hospitalaria, crímenes y vandalismo desbordado en pueblos y ciudades, hundió a sus países en la más grave crisis socio-económica de su historia. Eran naciones inviables. Sostenidas apenas por un puñado de generales y coroneles cómplices de los dictadores.

Vuelvo ahora con los tiranos endiosados que, como Benito Mussolini, Nicolás Ceausescu, Sadam Hussein y Muamar Gadafi, prefirieron morir atrozmente ejecutados por su propio pueblo. En vivo y en directo. Ante la mirada morbosa de millones de espectadores en sus países y en el mundo. Nicolás Maduro Moros quiere competir con sus colegas. No se quiere quedar atrás. Los quiere emular. Es que él también tiene muchas conexiones y coincidencias. Digo yo.

*Periodista.




La sección de OPINIÓN es un espacio generado por Editorialistas y no refleja o compromete el pensamiento ni la opinión de www.prensalibrecasanare.com


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