Semana.com
La obsesión por Pablo Escobar parece no morir nunca. A casi 20 años de su muerte, la decisión del Canal Caracol de hacer una serie sobre su vida ha hecho reaparecer todos los fantasmas. Y como Colombia es un país joven, casi la mitad de la población no tiene más de 30 años, para ese segmento más que una telenovela lo que hay es una clase de historia. Los directivos de Caracol asumieron un gran riesgo al embarcarse en este proyecto. Fue tanto el daño que el jefe del cartel de Medellín le hizo al país que no se descartaba una reacción negativa a la realización de este seriado. Sin embargo, las primeras reacciones han sido más bien favorables. Los colombianos parecen reconocer que Escobar, para bien o para mal, es parte de la historia, y que para esta no se repita es mejor conocerla que ignorarla.
Que Escobar era un genio del mal nadie lo duda. Si no hubiera escogido el camino del crimen hubiera podido ser un multimillonario. El imperio económico que creó, a través de sangre y plomo, movía más de 100.000 millones de dólares al año. Esto lo logró cuando apenas sobrepasaba los 30 años y no tenía más experiencia que haber sido un ‘jalador’ de carros en Rionegro (Antioquia). El negocio era tan ilegal como complejo. La cadena comenzaba con la compra de la hoja de coca en Bolivia y Perú, para llevarla luego a los laboratorios de las selvas colombianas. De ahí se pasaba a la exportación no solo hacia Estados Unidos, sino hacia Europa y el Oriente. Y eso no era lo más complicado: había que regresar al país con los bolsillos llenos de dólares sin que las autoridades se dieran cuenta. Esto requería una operación de lavado de divisas que de por sí desvelaría a cualquier gurú financiero.
Pero sus ejecutorias como cerebro empresarial palidecen frente a su hoja de vida en el crimen. Pablo Escobar Gaviria fue el primer particular en la historia que le declaró la guerra a un Estado, y solo la perdió en diciembre de 1993 cuando la Policía lo baleó en un tejado de Medellín. Al Capone era un gánster talentoso y llegó a controlar la ciudad de Chicago a través de la intimidación y el soborno. Pero de ahí a pensar que le declarara la guerra a Roosevelt y pusiera en jaque a las instituciones norteamericanas hay un trecho enorme. A Capone, el hombre que ha inspirado la mitad de las películas de la mafia, en toda su carrera solo le detectaron 24 asesinatos. Según las autoridades colombianas, Escobar es responsable directa o indirectamente de no menos de 5.000 homicidios. No es sino recordar que en el año en que pagó 2 millones de pesos por cada policía muerto, la cifra de uniformados asesinados se acercó a 1.000.
Su personalidad tenía una franja mesiánica que hacía que no creyera sino en sí mismo. Irradiaba autoridad incuestionada entre sus subalternos e infundía terror sin límites entre sus enemigos. También despertaba entre los suyos pasiones que rayaban en el fanatismo. En una grabación interceptada por los servicios de seguridad, el jefe del cartel de Medellín le dice a su interlocutor que tiene “locos y esquizofrénicos” que están dispuestos a hacerse matar por él. Concretamente, una vez que estaba indignado con el diario El Tiempo, afirmó que tenía pilotos kamikaze dispuestos a estrellar una aeronave contra el edificio de esa casa editorial. No en vano el ‘suicidazo’ entró a formar parte del lenguaje de los sicarios.
Muchas decisiones que tomó en la vida desafiaron toda lógica y fueron directamente en contra de sus intereses. El asesinato de Rodrigo Lara, por ejemplo, lo sacó del mundo de zoológicos y jets privados en el que vivía y lo puso en una clandestinidad sin familia y sin futuro. Cuando las cosas estaban relativamente calmadas, el asesinato de Luis Carlos Galán desató una guerra sin cuartel en su contra que incluía extradición, hostigamiento y confiscación de bienes. Posteriormente, cuando la ola de terror había llevado al Congreso a estar a punto de eliminar la extradición a través de una reforma constitucional, la voladura del avión de Avianca canceló el proceso.
Su sangre fría y su crueldad sobrepasan los límites de la imaginación. El primer incidente judicial que se conoció tuvo lugar en 1974. Según Fabio Castillo en su libro Los jinetes de la cocaína, el 11 de septiembre de 1974, Escobar fue interceptado por una patrulla de la Policía al timón de un Renault 4. Al ser interrogado por el origen del vehículo, Escobar dijo que se lo habían prestado y dio nombres de dos personas. Esas dos personas dijeron que Escobar se lo había robado. Pocos días después los dos aparecieron muertos, con lo cual el proceso quedó sin testigos.
Si esta fue su primera ficha judicial, la segunda fue aún más impresionante. En 1976, Escobar había pasado del negocio del robo de carros al de la cocaína. El jefe seccional del DAS, Carlos Gustavo Monroy Arenas, detectó que se estaba montando una organización de narcotraficantes encabezada por Pablo Escobar y su primo Gustavo Gaviria, quienes importaban la droga del Ecuador y luego la exportaban a Estados Unidos. El jefe del DAS decidió montarles un operativo y envió a dos de sus agentes encubiertos. El contacto se produjo y esa misión permitió que tanto Escobar como su primo, después de un intento frustrado de sobornar a las autoridades, fueran detenidos. Poco tiempo después habrían de aparecer los cadáveres del director del DAS de Antioquia; de Monroy Arenas, el jefe seccional, y de los dos agentes encubiertos que participaron en el operativo.
Años después, en junio de 1983, El Espectador, en su campaña contra el narcotráfico, publicó este episodio. A los pocos días, cinco hombres armados mataron al celador del Palacio Nacional de Medellín, donde funcionaban los juzgados, y luego quemaron los archivos donde reposaba ese expediente. A raíz de todo esto, el juez 11 Superior de Medellín, Gustavo Zuluaga Serna, dictó auto de detención contra Escobar y su primo Gustavo Gaviria. Al día siguiente de esto, la esposa del juez fue interceptada en su automóvil por cuatro hombres armados que la encañonaron, la bajaron del carro y lo echaron a rodar por un precipicio diciéndole: “La próxima vez no la dejamos bajar”. Tres años después, el 30 de octubre de 1986, Zuluaga murió acribillado.
Después de estos dos primeros episodios, Pablo Escobar fue acusado de infinidad de crímenes violentos. Según su prontuario, no pocas veces cometió dos asesinatos en un mismo día. El propio Luis Carlos Galán fue asesinado en la tarde, pero en la mañana también había mandado matar al comandante de la Policía de Antioquia, Franklin Quintero. En otras épocas hubo un atentado importante cada semana. Entre el asesinato de Galán y la bomba de El Espectador pasaron apenas dos semanas. Entre la bomba del avión de Avianca y la bomba del DAS solo diez días. Entre esta y el secuestro de Álvaro Diego Montoya, hijo del secretario general de la Presidencia, otros diez, y así sucesivamente. Su crimen más horrible, por innecesario, fue el asesinato de Enrique Low Murtra. Este firmó extradiciones cuando fue ministro de Justicia y para protegerlo fue enviado como embajador a Suiza, donde pasó unos años. Durante este tiempo la guerra del capo contra la extradición había producido tantos muertos que la Constituyente de 1991 había tomado la decisión de eliminar la extradición para parar el baño de sangre. A pesar de que había una mayoría abrumadora a favor de esta medida, Escobar decidió ordenar el asesinato de Low Murtra ocho días antes de la votación para recordarles a los constituyentes que las cosas con él eran en serio. Una semana después la extradición fue prohibida por norma constitucional y el jefe del cartel de Medellín se entregó al día siguiente en la cárcel de La Catedral.
Esa cárcel la había mandado hacer él, a su medida, en terrenos de su propiedad. No fue sino más tarde que el país y el mundo se enteraron de que era más bien un club campestre con tantos lujos que los subalternos de Escobar se entregaron voluntariamente para acompañarlo. Desde allí, él seguía dirigiendo el negocio del narcotráfico y ordenando asesinatos.
Un día en un arrebato de furia se le fue la mano. Sus lugartenientes en el negocio de la coca eran los Galeano y los Moncada. A Escobar le dio porque ellos se estaban quedando con una tajada de los ingresos superior a la que él permitía. Por esto, los citó a una cumbre en La Catedral en donde fueron asesinados por sus sicarios. Las versiones que han salido a flote sobre esta masacre son horripilantes. Se ha dicho, inclusive, que algunos de los cadáveres fueron cocinados y servidos a los perros como comida.
Cuando la desaparición de los Moncada y los Galeano fue pública y se filtró que habían sido asesinados en la cárcel de su jefe, el gobierno de César Gaviria tomó la decisión de intervenir. Era un escándalo mundial que el preso más famoso del mundo tuviera ese control y esa capacidad de acción sobre su sitio de reclusión. Cientos de uniformados fueron enviados para trasladar al capo a una cárcel de verdad. Como La Catedral no tenía rejas, él y su gente se escaparon simplemente caminando por la parte de atrás.
Escobar, desde la clandestinidad, intentó a toda costa volver a negociar su entrega. Sin embargo, el escándalo de La Catedral hacía imposible llegar a cualquier arreglo. El gobierno, por dignidad, ya no tenía alternativa diferente a perseguirlo hasta el final. Para esto buscó el apoyo de Estados Unidos, que contribuyó con asesores y la más alta tecnología. A esta cacería humana se sumaron los Pepes, Perseguidos por Pablo Escobar. Este grupo de vengadores estaba integrado por el cartel de Cali, los sobrevivientes de los Moncada y los Galeano, y todos los mafiosos con los que Escobar había tenido diferencias. Asediado, recurrió al terrorismo y a poner bombas. Pero el círculo se cerraba gradualmente y, mientras las autoridades se acercaban, los Pepes destruían o mataban a todo lo que oliera a Escobar.
Para salvarse, su mujer y sus hijos trataron de salir de Colombia. Ningún país los recibía y un avión en que se embarcaron fue devuelto a El Dorado. De ahí fueron llevados al Hotel Tequendama, donde fueron recluidos mientras se definía su suerte. Escobar los contactó telefónicamente y, durante esa conversación, las máquinas de triangulación del bloque de búsqueda lograron ubicar exactamente la casa donde se encontraba en un barrio de Medellín. Los uniformados irrumpieron inmediatamente y después de dar de baja al sicario que lo acompañaba, el criminal más buscado del mundo cayó baleado en un tejado de la capital antioqueña. Así terminó la vida del hombre que cambió la historia del país en los últimos años del siglo XX, cuya leyenda negra tiene hipnotizados a los colombianos en frente de los televisores en la actualidad.
*Esta es una versión actualizada del artículo publicado por SEMANA cuando las autoridades dieron con el jefe del cartel de Medellín