Por John Diego Molina – eldiario.com.co
Ya nada nos sorprende en este país y seguramente en muchos otros, porque cuando de desastres se trata, la línea de menor esfuerzo es echarle la culpa a la naturaleza, o simplemente que es cíclico, que es más el escándalo que la realidad, porque no hay otra razón para poder entender de alguna manera, las desafortunadas expresiones de la Ministra del Medio Ambiente, que sin reato alguno señala que es un fenómeno que se repite cada año, que simplemente murieron seis mil chigüiros, (otros con más razones afirman que superaron los 20.000), de una población que sobrepasa un millón, como si esta pérdida fuera de poca monta unida a las babillas y otra clase de animales que están muriendo de sed.
Da grima, rabia y dolor pensar que existe una grave alteración de nuestro ecosistema, pero que es una obligación alejar de manera inmediata de nuestras mentes, la imagen de cualquier descuido o negligencia por parte de quienes por lo menos, debían haber tomado las medidas necesarias para evitar esta gran desgracia, que ya habían anunciado desde hacía varios meses y que se manejó con oídos sordos.
Se nos dice hasta el cansancio que el Casanare es una de las mayores zonas con agua subterránea, y que está permanentemente sometida a este tipo de cambios, que no es el mayor verano que hayan soportado, que cada año se presenta esta esta situación, y que como siempre se mueren algunos animalitos que no ponen en peligro de extinción a la manada, que no es nada grave, pero sin embargo es incontrovertible que cualquier ciudadano desprevenido podría increparnos, resaltando que las dolorosas imágenes que pasaron por televisión, es la primera vez que las habíamos visto con la crudeza con que fueron percibidas, y que demandaron un sentimiento nacional acerca de que había que tomar medidas para evitar que se siguiera presentando lo ocurrido; por que curiosamente con una velocidad que antes no habían demostrado diferentes instituciones, trasladaron sus escritorios para encarar el problema, y garantizar soluciones que permitieran conjurar la grave crisis, para justificar su ineficiencia en la toma de medidas en el momento oportuno.
Por qué no se nos cuenta que en el Casanare operan siete poderosas petroleras, Pacific Rubiales, Ecopetrol, Geo Park Cepcolsa, Petrominerales, New Granad y Parex y que desde que están llevando a efecto su explotación se ha agudizado la sequía, por que contaminan el agua y las explosiones dentro de la tierra para buscar petróleo, crean grietas por las que se va el agua represada en los pozos, como se viene señalando desde el año 2013, sin que se preste atención de ninguna naturaleza, y que solo hasta hoy se hable de posibles investigaciones que seguramente no se adelantarán, pero hasta que no se pruebe lo contrario, las pobrecitas petroleras no hacen nada diferente a generar grandes beneficios en la región.
El señor Alejandro Martínez presidente de la asociación Colombiana de Petróleo, le contó a semana que tienen “una inversión social anual de 500.000 millones de pesos en todo el país, y 33.000 en el departamento del Casanare”, lo que nos obliga a estar muy agradecidos sin cuestionar ninguno de los procedimientos utilizados, y que en un tiempo relativamente corto nos colocaran en imposibilidad de enfrentar los daños ocasionados.
La solución actual de la crisis que demanda movilización de maquinaria, recursos humanos y obras a ejecutar, asciende a mil millones de pesos según lo informó el gobernador del Casanare, que calificó de irrisorio lo ofrecidos por las petroleras para superar la crisis.
La situación del Casanare seguramente se nos olvide en unos cuantos días, cuando seamos rebasados por nuevos acontecimientos, y por qué las nuevas imágenes nos trasmiten la sensación de que se volvió a la normalidad, cuando este departamento y específicamente el municipio de paz de Ariporo, lo que tiene es sed pero de soluciones definitivas.
Señora ministra, 6.000 (20.000) muertos aunque sea de pobres chigüiros, nos debe poner a pensar y no transmitir la pobre imagen que le está entregando a Colombia, de que el fenómeno del Casanare es de poca importancia.