Por Oscar Medina Gómez
Luego de un vuelo de 24 horas Yopal-Bogotá-Los Angeles-Sidney (sin incluir la agobiante escala de 4 horas en LA) cuando bajas del avión en el Aeropuerto Internacional Kingsford Smith, en el barrio de Mascot de Sidney, sientes al instante que estás pisando una tierra donde ese manoseado asunto de la “cultura ciudadana” sí lo respetan y defienden a cabalidad. Simplemente se cumple. Es parte integral del diario vivir de la gente.
Si entendemos por Cultura Ciudadana, por ejemplo, a ese conjunto de reglas o normas básicas de sentido común. Esos valores y comportamientos individuales y colectivos que los habitantes y ciudadanos de un barrio, pueblo, ciudad o conglomerado debemos respetar y aplicar como muestra de civilidad y convivencia armónica, pues en Sidney la cosa funciona de la A a la Z. Esto en el entendido de los derechos y obligaciones que todos tenemos como miembros activos de una sociedad. Ya sea en lo económico, político, religioso, deportivo, laboral, cultural y etcétera.
Algún cómplice del caos, la ilegalidad y la barbarie podría decirme “pero es que esos países nos llevan años luz en desarrollo y educación”. No, le respondo de forma contundente, categórica. Porque el desarrollo es una cosa y el razonamiento lógico es otra.
No arrojar basuras a los andenes y zonas públicas, darle la mano a un ciego en apuros, ayudar a los ancianos a sortear el tráfico, atravesar las calles por las cebras, respetar los semáforos en rojo, conducir sin alcohol en el cerebro, ponerse el cinturón de seguridad, respetar la fila y darle prioridad a embarazadas y abuelitos, no “echarle” el automóvil encima a los peatones y ciclistas, conservar y proteger las zonas verdes.
Esperar el bus en los paraderos, no sonar las bocinas mientras se conduce –menos en zonas hospitalarias y restringidas-, no causar incendios forestales, recoger el popó de nuestras mascotas cuando las llevamos a los parques o dentro de los condominios residenciales…son elementales y básicos comportamientos que no necesitan mayor enseñanza. En ellos prima lo que llaman “sentido común” del ser humano.
Además de su admirable cultura ciudadana, Australia es un país donde lo público es sagrado e intocable. Hay casos de corrupción. Pero son excepcionales, porque la justicia se hace sentir. No son la regla como en Colombia. Aquí eso del CVY (Como Voy Yo) para ganarse un contrato del Estado, no es la condición sine qua non.
Desde 1995 Transparencia Internacional da a conocer el Indice de Percepción de la Corrupción en el sector público. En un puntaje de 0 a 100 –donde cero es muy corrupto y 100 es ausencia de corrupción- en 2015 se analizaron 177 países. Australia alcanzó el puesto 13 con 79 puntos, superada apenas por naciones como Dinamarca (91), Finlandia (90), Suecia (89), Nueva Zelanda (88), Noruega (87), Holanda (87) Suiza (86), Singapur (85), Canadá (83), Alemania (81), Luxemburgo (81) y Reino Unido (81). Una ubicación muy sobresaliente. Colombia se encuentra en el lugar 83 con 37 puntos. Los resultados son el producto de opiniones y encuestas a líderes y expertos de cada nación.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCD, con sede en París, dijo recientemente que Australia es atractivo para vivir tranquilo porque sus niveles de seguridad son excepcionales. No matan a la gente en las calles por un celular o para arrebatarle la bicicleta o los zapatos tenis. Los niños no se mueren de física hambre y enfermedades curables. Los niveles de violencia y muertes por riñas intrafamiliares son prácticamente inexistentes.
El concepto de democracia y estado de derecho están en el alma de los ciudadanos: en las pasadas elecciones –donde el 15 de septiembre anterior fue electo Malcom Turnbull- el nivel de participación fue del 95 por ciento. Su baja contaminación ambiental, posibilidades de empleo bien remunerado tanto calificado como no calificado y excelente sistema educativo y de salud atraen anualmente a miles de ciudadanos del mundo entero. Entre ellos yo.
A uno como colombiano le carcome la bronca y el desánimo cuando a diario recibe decenas de noticias de malversación de recursos públicos por parte de los gobernantes y los contratistas del Estado. Un gran botón: estamos enterándonos que la ampliación de Reficar (Refinería de Cartagena) le costará al bolsillo de los colombianos la multimillonaria suma de 4 mil millones de dólares en sobrecostos. Más de 12 billones de pesos. Debía entregarse en 2012. O sea que allí la corrupción seguirá.
Australia está donde está simplemente porque sus dirigentes -unos más comprometidos y “pilosos” que otros, claro- entendieron desde hace décadas que el desarrollo no admite que la corrupción galope sin control. Decidieron marchar a la vanguardia mundial y no ser una nación paria, donde el pueblo se avergüence de sus dirigentes. Aquí, en Sidney, los impuestos y el dinero público no se lo roban. Lo invierten en calidad de vida para la gente.
En Colombia vamos a lograr estos patrones cuando usted, quien me lee, se atreva a atravesársele a los corruptos. A denunciarlos sin contemplaciones. A patearles el culo y abofetearles la cara con placer. Digo yo.
*Periodista