Por Juan Carlos Niño Niño***
Los conjuntos residenciales se han convertido en verdaderas perreras. Sin ninguna duda. La ausencia de reglamentación sobre el tema, ha desbocado en una tendencia enfermiza de la gente a convivir con lo perros. Los tratan como personas, no como perros ni como perras. Los ponen en igual o incluso superior importancia a los hijos. Les hablan como si fuera un miembro más de la familia, les dan órdenes con una docilidad desesperante, o esperan como idiotas a que "Tito", "Roberto" o "Jack" se orine o se cargue con la mayor comodidad en el jardín, o les mamen gallo al amo cuando le dicen: Jack, ven de inmediato para acá, si no quieres que... Por favor, deja de oler el culo a la señorita, y deja de hacerte la paja con el zapato del señor que está sentado en una silla del parque.... Que cosas... Jack...
Hemos caído en la estupidez colectiva por los perros. Nos volvimos locos. La invasión de los perros. O es simplemente el reflejo de una sociedad inculta, vacía, ramplona, que no encontró nada más interesante en la vida que limpiar, recoger y depositar la mierda a los perros, en lugar de leer un buen libro, asistir a una película o presenciar un buen concierto de música contemporánea (para que no digan que los estoy condenando a un eterno concierto de música clásica).
Lo cierto es que uno no puede estar en el ascensor, las escaleras, el jardín, Portería, el parque o las canchas de básquetbol, sin tropezarse con un perro. Los dueños de estos animales parecen zombis (algunos como idiotas sujetan con correas a dos o más perros). Viven en una constante fijación estúpida por el animal. Sería bueno pensar en una política pública para "desencacorrar" a hombres y mujeres de los perros.
La masiva presencia de perros en los conjuntos residenciales, se convierte en una flagrante violación a muchos derechos del ciudadano, el residente o el peatón. Un aspecto preocupante es la total impunidad con que muchas personas pasean a sus perros sin el obligatorio bozal, cuando son perros de alta peligrosidad como pitbull, doberman o rottweiler (una noche caminando con mi exesposa por el sector de Marly en Bogotá, un Doberman que acompañaba a los guardias de la Universidad Santo Tomás - sin bozal ni correa -, estaba aparentemente durmiendo y de manera repentina se lanzó contra ella, y solo por unos centímetros el animal no termina por arrancarle el vientre, sin que nadie a la hora de la verdad respondiera por lo que pudo ser una tragedia).
Sin desconocer las ventajas terapéuticas y psicológicas de tener un perro, como también los innumerables servicios que pueda prestar, la masiva presencia de estos animales en espacios de propiedad horizontal se puede convertir en un problema de salubridad, sin contar que se ha llegado al descaro de que los dueños de los perros lo obligan a uno a compartir con éstos en restaurantes, panaderías, cafés o cualquier otro espacio público, en donde a uno le toca mamarse el aliento o en algunos casos un desagradable olor del animal, o la asquerosa escena en donde el amo se saca un trozo de carne de la boca y se lo pone en la jeta al perro.
Esto se convierte en la más dramática transgresión a los espacios de los ciudadanos que no compartimos ese tipo de vida, que no nos tienen por qué obligar a compartir a cada paso con los perros, porque si no estoy mal y acordándome de mis clases de filosofía y antropología en la universidad, como ser humano mis derechos tienen prioridad sobre estos animales, así muchos quieran que no se les toque ni con el pétalo de una flor, y estemos ad portas de darles la cédula de ciudadanía.
Es el momento de pedir al Congreso de la República que reglamente la tenencia de los perros en espacios como la propiedad horizontal, con criterios de salvaguardar los derechos de cada unos de los ciudadanos, residentes o peatones, porque no podemos sucumbir a una tenencia indiscriminada de caninos, en donde no medie ni Dios ni Ley ante la tremenda estupidez de los amos.
*** Especialista Gobierno y gestión pública, Pontificia Universidad Javeriana.
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