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De Frente - En defensa del defensor

De Frente - En defensa del defensor
Por: Oscar Medina Gómez

Aquí el acosado laboral y sexualmente es Jorge Armando Otálora, Defensor del Pueblo. No Astrid Elena Cristancho, su ex secretaria privada.

En un teatro mediático montado y con gran alharaca, luciendo una carita de “yo no fui” la señora sale a decir que Otálora es un monstruo perseguidor de mujeres, un ogro depravado y peligroso que corretea féminas por los pasillos de la Defensoría. Un pervertido que anda por ahí con su pene erecto al viento en busca de vaginas libidinosas. A la taimada doncella se le pasó contar un detalle: las relaciones sexuales consentidas que muy seguramente sostuvo con su jefe. Esa es la cereza que le falta al pastel.

El mismo Otálora ha admitido que las selfies y los chats hechos públicos por la caribonita Cristancho son verdaderos. Que él los envió desde su celular, cuando retozaba en la azotea de su apartamento en Bogotá. En una de las fotos está con su pene agarrado por su mano. Sin sonrojarse dijo que dichas fotos y conversaciones formaban parte de su intimidad, dentro de una normal relación de novios –y seguramente de amantes- que sostuvo por más de dos años con Astrid Elena Cristancho.

El cuento de esta exreinita de Cundinamarca en 2005, de que por miedo no contó y aguantó el acoso laboral, sexual y las bajezas a las que era sometida por el Defensor, no se lo cree ni ella misma. La mujer –que ronda por los 35 años- asegura que prefirió no denunciar a su verdugo por físico temor al escándalo y a posibles represalias de su jefe. Umm…

Cómo creerle a una mujer que por más de dos años acepto sin protestar y más bien con complacencia cenas, almuerzos, cines, salidas nocturnas, cocteles, trabajos en horarios no laborales de Otálora. Y eso que no sabemos qué más encuentros ocurrieron entre la bella y la bestia.

Cómo creerle a una mujer que asegura que el defensor la llamaba telefónicamente a cualquier hora de la noche para echarle cuentos obscenos y propuestas sexuales inconfesables. Aguantar esa carga de artillería pesada es realmente de heroínas…mentirosas.

Los amantes, los novios, los casados, los arrejuntados y cuanta pareja existe –hombre con hombre, mujer con mujer, mujer con hombre…- tienen la legalidad y libertad de expresar sus sentimientos y avivar la llama de la pasión a través de fotos, videos, cartas, chats, selfies y cuanta suerte hay de formas de comunicación.

Incluso los tortolitos y tortolitas se intercambian prendas íntimas impregnadas con los jugos desbocados de la lujuria. Eso no es delito. Eso es confianza y seguridad en la pareja. Y a millones les encanta hacerlo.

El delito es revelar esas intimidades a través de los medios de comunicación. Ya por venganza o por rabia. Por caprichos incumplidos a una reinita. O por la extorsión como fin único. Ese actuar sí –sea de un hombre o de una mujer- merece el repudio ciudadano. A eso, en el argot delincuencial, le llaman ser faltón. O faltona.

Para hacer más creíble su historia la reinita cuenta que en las oficinas de la Defensoría hay permanentes y tolerables relaciones sexuales, insinuando que Otálora las tolera y hasta le agradan. Habla del caso de María Fernanda Guevara, asesora del despacho del defensor y Julián Fernández, director de recursos y acciones judiciales. Bueno: para conocer tanto detalle de genitales calientes, debió ser que o ella los vio. O los amantes le contaron sobre sus revolcadas.

Me sumo a los miles de colombianos que están solidarizados con el choconteño y solterón Jorge Armando Otálora. “Mi delito fue haberme enamorado” dijo con los ojos aguados ante los medios de comunicación. Eso hay que aplaudírselo. Reconocer que por creer en el amor está ahora en el infierno, es algo que solo lo hacen los hombres de verdad. Es que en la historia de la humanidad el amor ha sido detonante de nuestras más horrendas tragedias, guerras y desastres.

Veo a Otálora y es como si viera al cantante mexicano de boleros Armando Manzanero. Su asombroso parecido no es solo físico. También en sus vidas. Ambos son de origen muy humilde. Ambos exitosos en sus profesiones. Y ambos fracasados en el amor.

En este novelón de sexo, mentiras, acosos y verdades insisto que el más sano y que pecó por ingenuo es Jorge Armando Otálora. Es el mártir evidente. La víctima no es la reinita. Ella es la victimaria. Con un libreto calculado, a través de lo que ahora llaman “sexting” persigue quien sabe qué fines. Está cobrando venganza.

Por supuesto que el Defensor no debe renunciar. Lo que si debe es no volver a involucrar su pipí en asuntos laborales. Y menos con reinitas de belleza. Digo yo.

*Periodista


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