Por Oscar Medina Gómez
Cada 8 de julio nuestra capital celebra su cumpleaños. Esta vez son 71 años del nacimiento de Yopal a su vida administrativa municipal. Como en editorial anterior que le dediqué a los 22 años de la creación del departamento de Casanare, lamentablemente no es mucho lo que hay que celebrar. Hagamos un rápido repaso. Porque no alcanzo en este espacio a reseñar todos nuestros males.
Con por lo menos 150 mil habitantes -uno de los mayores crecimientos poblaciones del país- la ciudad es presa hoy de muchos males, que desfilan tranquilos, muchas veces ante la mirada indolente, cómplice y corrupta de mandatarios, secretarios del despacho, organismos de control, decenas de funcionarios públicos de todo nivel y la misma ciudadanía.
Quienes vivimos, tenemos hijos y producimos profesionalmente para beneficio de Yopal, estamos prácticamente sitiados por los violentos. La inseguridad que se campea a sus anchas por calles, parques y avenidas es monstruosa. No se puede ir a determinados barrios ni circular a ciertas horas. Además de ser víctima de un atraco, por lo menos una puñalada le dan a uno de encime. La policía no aparece ni para un veneno. El comandante Jorge Hilario Estupiñàn tiene a sus hombres ocupados en cursillos de glamour, mesa y cocina.
La movilidad vehicular es desesperante. Mejor dicho: no hay movilidad. Lo que hay es una feroz pelea diaria librada desventajosamente por la gente, que ya no puede ni caminar tranquila y segura por los andenes. Todos están invadidos por irresponsables motociclistas y choferes de toda clase de autos. A esos choferes -no son más- se suman sus colegas de busetas y taxis, que junto con los motociclistas son asesinos demenciales al volante. Las estadísticas no mienten: por causa de la pésima conducción , mensualmente los heridos y muertos en Yopal se cuentan por decenas.
Aunque con la planta modular en la vereda La Vega en el corregimiento de El Morro ya se está en camino de empezar a dar solución, después de más de 2 años de padecimiento y humillaciones, aun no tenemos agua potable permanente. Una planta definitiva que reemplace a la que destruyó un derrumbe de tierra y nos evite tener que salir a arrodillarnos a los carro-tanques o comprar diariamente costosa agua en bolsas. La negligencia administrativa y las ganas de enriquecimiento de algunos personajes nos tienen jodidos a todos.
Los cráteres e insuficiente señalización en las calles de Yopal son tan o más peligrosos que los mismos bandidos e inseguridad que nos azota. No hay punto de la ciudad que no tenga un gigantesco hueco, o un semáforo dañado con las consecuencias que eso trae para quienes la transitamos. A los secretarios de obras y de tránsito del municipio la vida de la gente les vale un pepinillo.
Uno quisiera contar aquí cosas buenas. Pero no es así. Los maletas rellenas de millones de plata producto de las regalías del petróleo han ido a parar mayormente a otros bolsillos. Que no son los de la gente, los del pueblo que taradamente sigue eligiendo gobernantes a los que sólo les interesa saciar sus barrigas y seguir amasando fortuna con el erario. Las evidencias del abandono de Yopal, capital de Casanare, borran de tajo lo bueno que se ha hecho.
Digo yo.
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