Por Hector Publio Pérez A. - Historiador
La espiritualidad de este territorio se enmarca en el sentimiento achagua: un pueblo aborigen que se asentó en el pie de monte llanero; pueblo nativo que por sus avances socio-culturales y comerciales, a través de la “Quiripa”, intercambiaron mantas, pieles de animales, plumas de aves, y otros productos, además, mezclaron sus costumbres con la de los pueblos cercanos a la cordillera.
Este territorio, donde termina la cordillera y empieza la llanura, que se encuentra a una altitud de 350 metros sobre le nivel del mar, estuvo poblado de un inmenso bosque de “yopos”, árboles maderables, de corazón duro y de una semilla que fue utilizada por los indígenas achaguas como alucinógeno. He ahí la razón de su nombre.
Yopal, empezó a formarse municipio a comienzos del siglo XX, cuando la raza llanera venida del oriente sabanero, es decir sus jinetes con olor a mastranto y bosta de ganado, se unieron con las del espíritu emprendedor de cachetes colorados, sombreros pequeños, ruanas de lana, alpargatas de fique, habas y maíz tostado. Era la colonización boyacense junto a la santandereana; gentes dispuestas a labrar la tierra, a desarrollar un comercio, a ampliar la frontera, a extender su horizonte en esta tierra, que desde el fin de la cordillera hasta el infinito Llano, prodiga de cordialidad a todos sus visitantes.
El camino que abrió el progreso y el desarrollo de ésta región entró por Sogamoso, siguiendo el camino escabroso y encajonado de Labranzagrande, para llegar a Marroquín y luego a El Morro, sus primeras cabeceras municipales. Mientras tanto, se estaba formando más hacia la llanura y a la margen derecha del río Cravo Sur, el caserío de Yopal, el que rápidamente (en el año 1936) se convirtió en Corregimiento dependiente del Morro Marroquín.
El desarrollo del caserío fue tan dinámico que don José del Carmen Pérez uno de sus primeros colonizadores, escribió en aquella época una copla con la que sentenciaba el futuro de Yopal:
“Recostado contra el cerro,
cual guerrero que contempla
la extensión de la sabana,
tus mujeres te cuidan con desvelo
sitio ayer, corregimiento hoy, ciudad mañana”.
La premonición de don José del Carmen muy pronto se cumplió: el 8 de julio de 1942 de acuerdo a la Ordenanza No. 038 se traslada la cabecera municipal de Marroquín a Yopal, recibiendo así la responsabilidad jurídico-administrativa.
Estas breves referencias sobre la rica historia de Yopal, nos permiten dar razón de cuanta labor ejecutaron las manos de aquellos hombres iluminados por la cordialidad y la ilusión de una buena convivencia; es el recuerdo de sus pasos, elaborando caminos, construyendo sociedad. Recordar la Estancia de don Elías, el árbol de totumo que servía de pesa de la carne, recordar quien sembró el matepalo o el camoruco del parque como emblemas de Yopal, es ordenar penas y glorias, aciertos y desaciertos; pero sobre todo pensar que en cada uno de los actos que hemos hecho o hemos dejado de hacer, se encuentra cimentado el futuro de ésta ciudad que no es más que el futuro de nuestros propios hijos.
Con los hallazgos petrolíferos en Casanare, Yopal y todo el Departamento de un momento a otro nos vimos enfrentados a una dura realidad enmarcada entre el bien y el mal, entre el progreso y la tragedia de la descomposición social. Esta situación hace que nos preguntemos: Qué hubiera sido mejor, aquellos tiempos sin servicios, sin pavimento sin muchas comodidades pero llenos de tranquilidad o estar hoy con comodidades y servicios pero llenos de violencia, angustia, tragedias. De todas maneras estos son los costos del progreso.
Yopal de haber tenido una población de 213 habitantes en 1936; tiene hoy (año 2013), cuenta hoy con más de 150.000 habitantes. Es un aumento tan desproporcionado que rebasa toda clase de expectativas y de cálculos en los proyectos de desarrollo.
Pasada la violencia bipartidista de los años cincuenta, eran contadas las personas del interior del país que sabían dónde quedaba Yopal; eran pocas las personas que deseaban venir por estas latitudes. De pronto ese nombre empezó a sonar en los oídos de todo el mundo. Es como la paradoja de desarrollo de un pueblo de origen reciente que rompe con todas las estructuras de análisis porque su evolución va más rápido que el tiempo mismo. La aparición del fenómeno transformador del petróleo, desató un torrente embrujador de expectativas a propios y a extraños, por eso hoy nos encontramos envueltos entre los beneficios del progreso y los conflictos y efectos negativos que traen consigo este tipo de bonanzas.
Yopal va a cumplir este próximo 8 de julio, apenas 71 años y está constituida como una de las ciudades más jóvenes del país, visualizando una dinámica de cambio que desborda todos los cánones normales. A cada vuelta del sol vemos a un Yopal cambiado; Yopal es abundancia, es carencia, es interior, es de afuera, es de aquí, es de allá, es de todos, es de nadie; es ser y alma del llano casanareño, es sentimiento boyacense; pero también tiene algo de paisa, de santandereano, de tolimense y de costeño, inclusive tenemos aires del gringo o del lord inglés; de la noche a la mañana nos volvimos una ciudad cosmopolita.
La diversidad de su población, es la riqueza que debe encerrar su desarrollo totalizador: el mestizo, el negro, el indígena, el llanero, el boyacense, el santandereano, el antioqueño, el tolimense etc; el ganadero, el comerciante, el arrocero, el docente el estudiante, el ingeniero, el arquitecto, el médico, el hombre, la mujer, el joven, el niño; todos somos parte del día, de la noche, del aquí, del allá, de la unión del tiempo y del espacio donde estamos construyendo la ciudad que todos anhelamos: Una ciudad grande y próspera, que nos cobije a todos bajo el manto infinito de este bello paraje llanero.