Por semana.com
La revista Semana publicó el testimonio de un excombatiente que cuenta la increíble crueldad con la que Héctor Buitrago y sus hijos, Martín Llanos y Caballo, armaron uno de los más grandes grupos paramilitares del país. Los reclutas eran obligados a 'picotear' cuerpos y los mataban en los entrenamientos.
Yo nací en Puerto Gaitán, Meta, en 1985. Crecí haciendo trabajo en el campo. Me encanta el ganado. La ciudad casi no me gusta. Cuando tenía 7 entré a la escuela y a los 9 me salí. Nunca le pude coger el ritmo. Cuando tenía como 15 años me volví vaquero. Hasta ese momento nunca había visto la violencia.
Comencé a verla cuando me fui para las armas y conocí la maldad. Yo tenía 16 años. Nunca había anhelado eso. Pero uno mira a otro con un arma y dice: "Mire cómo se gana la plata de suave y mire cómo me toca trabajar a mí". A lo último decidí y me fui, creyendo que el trabajo era más suave, una vida buena, y solamente a limpiar fusil por ahí. Pero cuando comenzó el entrenamiento las cosas eran muy diferentes a lo que me imaginaba.
En el curso mío éramos 220, entre ellos 15 mujeres. Mucha gente lloraba porque los habían traído de la noche a la mañana. Del Casanare llevaron como 150, la mayoría a la fuerza. Después de ese curso fue cuando comenzó a crecer la organización en el Meta, porque cuando yo llegué, ahí solamente había 180 hombres de los Buitrago.
Los Buitrago eran el papá, don Héctor, y los dos hijos, Martín (Llanos) y Caballo. Ya a los dos o tres años pudieron llegar a tener unos 5.000 hombres. Yo lo digo porque cuando llegué a ser comandante de contraguerrilla, nos reunían a 100 o 200 comandantes y segundos al mando y una contraguerrilla es de 40 hombres. Pero así como iba entrando gente, iba muriendo.
Entrenamiento
En el entrenamiento lo que más me llamó la atención era que mataban a los del curso. Duró un mes. Fue en El Tropezón, por el lado de San Martín. A uno le bolean mucho plomo. Si uno no corría lo mataban. A dos peladitos se les durmió la mosca y los mataron. Uno tenía 17 años y el otro 25. Teníamos que correr en zigzag en una pista de obstáculos y nos tiroteaban.
Eso fue a los cuatro días de empezar la instrucción. Fue aterrador. Lo único que sabía yo era que no volvía a la casa. Uno cuando va a entrar es ciego, no recibe consejo de nadie, y cuando ya está allá piensa diferente pero ya no se puede salir.
En el entrenamiento en total murieron como 15. A una china la mataron en un río. Era una pelada que tenía un rendimiento muy bueno, y decente. Los comandantes querían acostarse con ella y ella le dijo al comandante alias 800 que ella no venía a acostarse con uno y otro. Él le dijo: "Ahí veremos". Ella se paró y se fue. Al otro día nos tocaba 'pasopista' (pista con obstáculos). Cuando ella iba pasando la manila de equilibrio sobre el río, se cayó. El comandante la mandó a matar porque no pasó el ejercicio.
A otros los mataban porque no servían. Gente que llegaba con un pie jodido y no podía boliar equipo, por ejemplo. A esa gente la arrumaban en un rancho para que cocinara, diciéndoles que les iban a dar la retirada y era mentira; los iban sacando y los iban matando. Había un señor de 40 años que tenía una pierna enferma. Y un día lo llamaron, que iban a matar una vaca. Y la vaca era él.
En otros cursos, cuando empezó a crecer la organización, uno miraba un día que se llevaban a un grupito de diez muchachitos todos flaquitos dizque para un entrenamiento y no volvían tres o cuatro.
A muchos los picoteaban para no abrir un hueco grande. Yo nunca piqué a nadie. El que más pálido esté a ese le toca. El primero que picaron en mi curso les tocó a las mujeres. Les tocaba picar brazo por brazo. Unas se tiraron a desmayar. Pero ahí no era si querían o no. A todas les toca o si no se mueren. El mismo instructor militar enseñaba eso. Ahí mismo donde se mataba a uno les decía "quítele un brazo", "quítele una pata", se la quitaban con macheta, iban despegando los huesos y los botaban al río y otros los enterraban. El brazo lo partían en dos partes
En el momento le corre a uno como un escalofrío por el cuerpo, pero la vaina es que no lo vayan a mandar a uno porque lo más duro es que a uno le toque hacerlo. Porque si uno ve que lo hacen otros, listo. La primera vez estábamos todos ahí viendo a cuatro peladas chicoteando. Todos en silencio, porque nadie puede decir nada. Algunos ni miraban porque les daba impresión. Pero lo increíble es el principio, porque después se va volviendo como muy común. Ya uno lo toma como si estuviera despresando una vaca. Lo único que uno piensa después es que no lo maten a uno.
En algunos cursos también les tocó probar carne humana. En el mío no. Yo la probé ya después por curiosidad. Un comandante que trabajaba con nosotros dijo: traigan un pedazo de carne para que prueben. Al muchacho lo habían matado porque se le había insubordinado a un comandante. Yo comí y me supo normal. Eso se frita. Después de eso no volví a ver eso.
Eso a veces se volvía una recocha muy extraña. También, por recocha, comenzaban a tomar sangre. Simplemente cortaban a la gente y los chorros de sangre salían y ponían la mano y se la tomaban.
'La loquera'
Por todas esas muertes, empezó un boleo muy berraco. A la gente como que se les metía el demonio y comenzaban a hacer locuras. Se tiraban contra los árboles a matarse y cuando despertaban, preguntaban "¿qué fue lo que pasó?", no se acordaban de nada. Como almas que quedaron de esos cuerpos, que los botan y quedan esos espíritus rondando. Y eso era lo que se les metía a las personas. Me aterré mucho porque pensé que eso solo existía en la televisión cuando uno mira fantasías, pero allá lo ve uno con los propios ojos.
La última vez que yo miré eso fue en el Casanare, que les pasó a tres viejas. Fue en 2004, les comenzó como a las seis de la tarde hasta las 12 de la noche y tocó amarrarlas y echarlas a una quebrada de agua fría. Allá se les quitaba la loquera. Primero se desmayaban, y cuando se levantaban, era como un espanto y uno corría detrás hasta que otra vez caían, y cuando volvían en sí preguntaban qué les había pasado. Soltaban carcajadas como un hombre. Me tocó durar una semana completa cuidando ocho mujeres. Nunca se mató ninguna pero sí se estropearon mucho.
Ya después eso era común. Cuando a alguien le daba decían: "Vayan, amárrenlo, y cuando se le quite la loquera lo sueltan y listo".
Niños
Allá se hablaba muy poco. No se podía conversar porque era disociar. Solo uno preguntaba por qué se habían venido. Un compañero de 14 años me contó que se había venido porque le gustaban las armas. Otros tenían problemas con la ley o no tenían trabajo y buscaron las armas para conseguir plata para la familia. Y había muchos que unos reclutadores los traían engañados o a las malas. A esos reclutadores les pagaban 200.000 pesos por cada chino que traían. Les decían que iban a trabajar en una finca o los convencían fácil porque aguantaban hambre en la calle. Había unos niños que vendían dulces en el centro de Bogotá y los habían traído. Cuando llegaban allá se daban cuenta. Se sentaban a llorar. Después de ser uno estar bajo mando de personas, eso es muy duro.
El menor que me tocó fue de 13 años. Un chino sobresaliente, porque el pelado pequeño es más guerrero que el viejo, es más listo para matar a cualquiera, más práctico para pelear, aunque de pronto le falta habilidad porque es una persona que no ha visto nada en el mundo. Aunque había reclutados, la mayoría de menores que yo conocí allá gozaba la guerra.
La coca
Cuando terminamos el entrenamiento ya jura bandera uno y lo echan a las contraguerrillas. Me tocó hacer cosas buenas y malas. En mi vida cambiaron hartas cosas, la mentalidad le cambia mucho. Estuve en un régimen en que lo que decía tenía que hacerlo. Hoy alguien le alza la voz o lo va a mangonear, uno no se va a dejar, porque la mentalidad de uno ya pasó como a otro límite.
El comandante le reportaba a los patrones, a don Héctor y a Caballo, el otro hijo de él. Porque Martín mandaba en el Casanare y Caballo mandaba en el Meta con el papá.
La consigna es pelear, limpiar zona, poner la gente civil del lado de nosotros, y que no hubiera infiltrados de la guerrilla en las zonas que estuviéramos. Pero tras el ideal iba la coca, y eso lo cuidamos por eso. "Por una Colombia " (eslogan de las autodefensas), pero tras el ideal iba la coca.
Estábamos en Mapiripán, Meta, en la Cooperativa. De ahí pa'lante nos tocaba la pelea con la guerrilla. Uno va cuidando eso para la base, la compra de la misma organización y allá la pasan para procesarla y la sacan. Uno pelea contra la guerrilla, pero siempre cuida la zona cocalera. No nos tocaba sacar cargamentos. La contraguerrilla es la que pelea por defender la zona. Uno se daba cuenta lo que sacaban al pueblo. Llegaban unos camiones de plátano y llevaban cinco bultos de plata y hay chinos que escoltan eso mientras compran la coca.
El mando
Cuando tenía ya 17 años, y llevaba siete meses en la organización, me dieron un mando sobre una escuadra (eran diez). Me tocó recibir gente de 40 años y lo miraban a uno como una empanada. Al principio sí tuve mis precios por esa vaina. Porque uno tan joven y mandar a gente más vieja que uno. Usted cuando es comandante piensa cómo es la pelea, pues se traumatiza un poco mientras le coge el tiro, pero de resto es mandar, fulano traiga el agua, traiga la comida. Uno de comandante no trabaja, solamente espere que lleve el tinto. Un viejo trayéndole comida a uno. Hay viejos que estuvieron en la cárcel, pues eso es maluco, porque un culicagado mandando.
Físicamente no se entrenaba. Se engordaba. Pero en el momento de los operativos quedaba otra vez flaco, porque aguanta mucha hambre.
La guerra
Pelear, pelear, que me haya tocado meter la cara, eso fue como en abril de 2002: las del Anzuelo, que fueron peleas duras, esa vez nos mataron tres chinos, como siete heridos, y guerrilla no hubo nada. La pelea quieta duró todo un día, el uno allá y el otro acá, bomba tras bomba, cilindros, granadas de fragmentación que le tira a uno la guerrilla. Íbamos haciendo operativos cuando nos atropellamos con ellos y duramos como cuatro días peleando. El Anzuelo es de la Cooperativa para abajo. Después nos mataron como cuatro más, y en adelante solo gente herida porque nos retiramos. Nos veíamos muy acosados porque por allá había mucha guerrilla. Cuando se pelea todo un mediodía la pólvora lo seca a uno todo.
Ese sitio era importante porque de ahí pa'bajo había harta coca; es por coger los terrenos y los sitios donde está la droga, porque de ahí es de donde sale la plata, se peleaba era por eso, y por sacar la guerrilla que por ahí estaba muy acumulada.
En los cuatro años que estuve en las armas de este tamaño tuve como cuatro combates, contando estos dos, duros pero duros, porque peleas cortas fueron como unas diez. Esos eran los combates contra la guerrilla, que fueron hasta el 2003 como hasta junio.
Después empezaron los combates contra los Centauros (el Bloque Centauros, de Miguel Arroyave, con el que las Autodefensas del Casanare libraron una cruenta guerra). Les decían Urabeños porque eran de Urabá.
Esa pelea se desató, hasta donde habla la gente, fue por poder: el otro le pidió las tierras a don Héctor, y por coca. Ese Arroyave tuvo vínculos con John 40, el guerrillero (del frente 43 de las Farc, del Guaviare). Martín tuvo como cuatro reuniones con el man y el man no le quiso ceder; eso fue en el 2003 y no pudieron arreglar y se declararon la guerra. Murió tanta gente y no se hizo nada.
El último combate fue como en 2005, en julio. Fueron 18 meses de la guerra más dura. Una guerra entre paramilitares y narcos increíble. No mata uno guerrilla así como paramilitares. Imagínese, el primer combate que tuve éramos diez manes contra una contraguerrilla de 30 de Urabeños y les matamos 25 manes.
Yo creo que tuvieron que morir 500 manes. Esa vez de esa pelea murieron 100 hombres de ellos, porque después llegó la aviación del Ejército, y a nosotros no nos dieron plomo. De pronto fue una equivocación, porque Arroyave había comprado el Ejército. La aviación solo los miró a ellos y les pegó a ellos. Esa fue de las primeras peleas, en 2003, en San Martín. Las últimas peleas fueron en Casanare. ?
Colaboración
En la mayoría de los pueblos se trabajaba con el Ejército: los que yo conocí en Casanare, en Tauramena, Monterrey; y en el Meta, en Puerto López, con la Policía, y en Mapiripán. En esos pueblos se trabajaba con la ley. La zona de Monterrey y Tauramena el Ejército no, porque nunca peleamos con la guerrilla allí. Cuando fue la pelea con el Urabá el Ejército no metió mano. Siempre estaba aparte y lo mismo la Policía. Uno andar en un pueblo cualquier 15, 20, 30 paracos, eso se mira a leguas. Cada uno en su sitio. Ellos entraban en las peleas. Como tres veces en Mapiripán entraron a apoyarnos allá, y nosotros también los ayudamos a ellos porque la guerrilla los tenía llevados de la berraca.
Como siempre tiene uno la frecuencia uno del otro, y hablan por radio. Uno retira un tantico la tropa, para que los soldados no la miren y ellos entran. Uno echaba para atrás y ellos entraban.
No más
Yo hablé con don Héctor, yo le dije que no quería trabajar más, que me dejara hacer mi vida, que cuando no pudiera con la civil me volvía para las armas. La última vez que miré a ese señor fue en 2005. La Policía casi me mata en esa época. Nosotros nos abrimos tres. Como a las 2:30 de la tarde, oímos una camioneta. Duramos la santa noche metidos en el caño. Al otro día igual. Y nos volvimos a meter a un caño abajo. Salimos al Casanare. Santo remedio, yo no vuelvo a coger un arma. Que me maten ellos; yo no trabajo más.