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Agua de Dios, el leprocomio que fue cárcel para los enfermos de lepra

 Hace 152 años, el 10 de agosto de 1870, se creó el Sanatorio de Agua de Dios, uno de los tres lazaretos que han existido en Colombia y que aún guarda la historia de una época aciaga para los enfermos de lepra.

De acuerdo con diversos escritos históricos, Agua de Dios toma su nombre de las aguas termales ubicadas en un lugar conocido como ‘Los Chorros’, de la vereda San José del municipio de Tocaima y que en la época de la Colonia era paso obligado hacia el suroccidente de lo que es hoy Cundinamarca. Los relatos históricos coinciden en que, ante las altas temperaturas, los viajeros acampaban cerca de los nacederos de aguas que consideraban benditas para el descanso, de ahí el nombre de Agua de Dios.

Aunque este municipio de 34 grados centígrados de temperatura promedio, ubicado a 115 kilómetros de Bogotá y con una población cercana a los 11 mil habitantes, es hoy una próspera población de la Provincia del Alto Magdalena, siempre ha sido asociada a la enfermedad de Hansen, como se le conoce a la lepra, un estigma que con el paso de las décadas se ha venido decantando.

Sin embargo, también es cierto que la historia de esta enfermedad llegó a nuestras tierras con los conquistadores españoles, pues hay muchos documentos que dan cuenta de que la lepra fue la causa de muerte de Gonzalo Jiménez de Quesada, el fundador de Santafé de Bogotá el 6 de agosto de 1538.

En el Archivo General de la Nación Jorge Palacios Preciado (AGN) se conservan decenas de documentos históricos relacionados con la lepra y la evolución de las otras enfermedades desde la Colonia, y muchas publicaciones seriadas así como libros, mapas y planos sobre los lazaretos.

Por ejemplo, en la sección Colonia, fondo Miscelánea, se encuentra el documento de 1568 ‘Santa Águeda, indagatoria sobre que el encomendero sufre del mal de San Lázaro’.

Este fondo, además, agrupa documentos desde finales del siglo XVII que dan cuenta de los conceptos de la época sobre esta patología que a lo largo de la historia ha tenido varios nombres: elefantiasis griega, malatía, lacería o mal de San Lázaro, este último asociado al personaje bíblico que la padeció y fue curado por Jesucristo.

De hecho, en varios relatos bíblicos es mencionada la lepra como un mal contagioso y sucio. En el libro Números 5:2 se dice: “Manda a los hijos de Israel que echen del campamento a todo leproso, a todo el que padece de flujo y a todo el que es inmundo por causa de un muerto”; y en Levítico 22:4 está escrito: “Ningún varón de los descendientes de Aarón que sea leproso, o que tenga flujo, podrá comer de las cosas sagradas hasta que sea limpio”.

Solo fue hasta el V Congreso Internacional de la Lepra celebrado en La Habana, Cuba, en 1948, que se le cambió el nombre por enfermedad de Hansen en honor del médico noruego Gerhard Armauer Hansen que en 1873 descubrió el agente infeccioso Mycobacterium Leprae como el causante de esta enfermedad.

 El lazareto de Agua de Dios

Los documentos históricos en custodia del AGN dan cuenta de que desde el siglo XVIII existieron en el país tres lazaretos: el primero fue Caño de Loro, ubicado en la isla de Tierrabomba, cerca de Cartagena, adonde fue trasladado el Hospital de San Lázaro fundado entre 1610 y 1640. Este lazareto desapareció a mediados del siglo pasado.

En 1822, por disposición del general Francisco de Paula Santander, se estableció a orillas del río Suárez un lugar con 18 casas para atender a los enfermos de lepra, y a partir de allí surgió el municipio de Contratación donde hoy sigue funcionando un Sanatorio.

Y el tercero fue el lazareto de Agua de Dios que dio origen el 16 de noviembre de 1881 al municipio que lleva su nombre, pero que fue reconocido legalmente el 29 de noviembre de 1963.

Según estableció la Ley 104 de 1890, se dispuso el aislamiento total de los enfermos con la enfermedad de Hansen. María Teresa Rincón Sánchez, directora del Archivo Central e Histórico del Sanatorio de Agua de Dios y del Museo Médico de la Lepra, cuenta que este aislamiento “fue como un campo de concentración Nazi al estilo colombiano”.

 Explica la funcionaria que durante los primeros 30 años del lazareto “el manejo fue netamente policivo, no tanto médico”. Y no le falta razón: en el Museo Médico de la Lepra son exhibidas fotografías de las cercas alambradas para evitar el contacto con los enfermos que “cuando ingresaban al sanatorio, muchos de ellos con sus familias sanas, nunca volvían a salir”, dice.

Por eso en 1872 se construyó un puente sobre el río Bogotá para ingresar al predio del lazareto: fue bautizado como el ‘Puente de los Suspiros’.

Pero las medidas policivas para atender a los enfermos iban más allá: se creó una especie de “cédula” para identificarlos como enfermos de lepra  ya que al ingresar al lazareto los enfermos perdían sus derechos constitucionales de ciudadanía (incluyendo los derechos al voto y a heredar) y el Estado ordenó le emisión de monedas de 1, 2, 5, 10, 20, 25 y 50 centavos de peso de circulación exclusiva en estos centros asistenciales para, supuestamente, evitar el contagio de la lepra por la manipulación de billetes.

La estigmatización

A lo largo de la historia, los enfermos de Hansen han padecido la estigmatización y el desprecio de la sociedad, al punto de que en el siglo XIX eran perseguidos y capturados para ser confinados en los lazaretos.

A partir del Decreto 14 de 1905, el Estado reorganizó la administración de los lazaretos y estableció que “el aislamiento o secuestración de los individuos que sufran la enfermedad reconocida con el nombre de lepra, previo al examen médico, es medida de urgente necesidad”, según recoge la Revista Memoria No. 22 del AGN.

 El maltrato a los enfermos era evidente. En los documentos que custodia el AGN hay cartas como la que envió el 20 de julio de 1936 al ministro de Educación, Darío Echandía, la interna Tránsito Sanmiguel. La mujer reclamaba “el derecho a alojamiento dentro del lazareto tal como a los demás enfermos asilados”, y denunciaba que el administrador del lugar le dice que “por ser soltera debo ir a uno de los hospitales, que es adonde, con fines comerciales, recluyen mujeres de toda categoría: desde la de camándula, hasta la última mujer de mundo. Yo soy de buena conducta, soy señorita de sana reputación”.

Otra carta, del 9 de septiembre de 1937, el interno José Otero le pide al Ministro de Educación establecer el ‘Día del Dolor’, argumentando: “¿Quién es el que ignora la enfermedad que padece un prisionero en Agua de Dios, Contratación o Caño de Loro? Colombia tiene fama de ser el país más leproso del mundo”.

Por ello, la Ley 20 de 1927 creó la ‘Campaña Nacional contra la Lepra’ y hasta se editó la ‘Cartilla Antileprosa’, para repartir en colegios y escuelas oficiales’.

Incluso, dice Rincón Sánchez, “se cometió un error histórico” porque a todos los internos del Sanatorio se calificaban de “enfermos de lepra, independiente que la padecieran o no”, pues allí recluían a “cualquier persona que tuviera una desfiguración de su cara, manchas en la piel o labio leporino”.

Actualmente, el Sanatorio de Agua de Dios es una institución de orden nacional adscrita al Ministerio de Salud que cuenta con tres albergues para sus 150 pacientes: dos funcionan como casa hogar de los pacientes -el San Vicente, para mujeres, y el Boyacá, para hombres-, además de la clínica Hospital Herrera Restrepo, que presta servicios de primer nivel a las EPS.

Tiene, además, ocho predios que fueron declarados Patrimonio Histórico de la Nación mediante la Ley 1435 de 2011.



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