“Mi compadre Armando Achagua me dijo que cuando era muchacho hasta en verano tocaba tirar brazo para poderlo cruzar”. El relato es de Javier Quintero Alarcón, un agricultor y pescador de la vereda El Taladro, quien sentado en su canoa varada en la orilla mira la escasa corriente del río Tocaría, se acomoda el sombrero alón, toma un aire y se atreve a decirles a los arroceros que sin ignorar su valor para la economía y la dieta diaria, “en el verano deberían respetarle el agua a los ríos para que los peces se muevan, para que los animales tengan su fuente y para que el río coja su caudal y no se llene de arena”.
En su celular conserva fotografías y videos junto a su esposa María Lulú y sus hijos Óscar Javier y Detsy Bibiana atrapando en invierno un gigante pez amarillo (toruno) de 60 kilogramos y halando con fuerza un bagre de 38 kilos.
Su única esperanza es continuar con la rogativa para ver si llueve y el platanal de dos hectáreas no se arruina. Van más de cien días (al cierre de esta edición) en que apenas han caído lloviznas un par de ocasiones. De la devastación que ha dejado el fenómeno de El Niño, los lugareños ya se preparan para la inminente llegada del fenómeno de La Niña, en una especie de juego de la pirinola en el que la naturaleza pasa factura y todos pierden.
Desde que a sus críos les dio diarrea por consumir agua del Tocaría, no lo volverán a hacer “porque uno ve el líquido clarito pero no sabemos qué contaminación tiene”. Ahora dependen de un pozo de seis metros de profundidad que está en un costado de su casa, a pocos pasos de una estación meteorológica (EMA). Lo de nadar en época de sequía será una leyenda que con seguridad cuando tenga nietos no se la creerán.
La temperatura es de 38 grados Celsius con una sensación térmica de 41° y eso que son apenas las 9:45 de la mañana. En medio del río está Danitza Gutiérrez, una menuda investigadora que guía con ambas manos un pequeño catamarán de color naranja dotado con un multiparámetro ADCP, un sonar que dispara miles de señales acústicas que rebotan en las partículas que lleva el agua en la superficie y envía esta información al computador en manos de los ingenieros sanitarios y ambientales Lina María Cerón y John Sarria que esperan en la orilla.
El catamarán también tiene acoplada una sonda con sensores para medir el pH (acidez o alcalinidad), temperatura, conductividad, turbiedad, sólidos disueltos, oxígeno, cloruros y nitratos, para no hacer interminable la lista de 37 indicadores. Igualmente toman muestras en recipientes que depositan en neveras para llevar a los laboratorios.
El agua escasamente rebosa las botas pantaneras de los investigadores. El verano ha sido tan extremo que ninguno de los ancianos colonos recuerda tamaña sequía. Realizan un diagnóstico para determinar no solo qué tan contaminado puede estar el río, sino conocer la disponibilidad de agua y el impacto de actividades humanas alrededor de toda la cuenca con el fin de proponer algunas soluciones.
Este río nace en el cerro Cuevarrica en límites entre los departamentos de Boyacá y Casanare, a unos 3.200 metros sobre el nivel del mar. Pertenece a la subcuenca del río Cravo Sur y a la cuenca del Meta, recibiendo las aguas de otros ríos como El Payero y Nunchía, así como de 15 quebradas, entre ellas El Tablón, Oreja Marrana, Castañal y Las Coloradas.
“¡Más lento, más lento!”, le dicen y Danitza les hace caso, guiada por un lazo asegurado que le permite seguir una línea recta hasta la otra orilla. Lo único que teme es que se le caiga el sombrero y se moje, porque está parada sobre un interminable banco de arena en el que no se puede ver ningún pez para preparar un sancocho de almuerzo y menos un chigüiro.
El río Tocaría viene de la cordillera Oriental y en su recorrido de 127,5 kilómetros sirve de fuente para los canales de riego de arroceros como Juan Bernardo Serrano Ardila, quien junto a su director operativo William Jaimes Ávila, en la vereda El Pretexto, cruzan los dedos para que las incipientes plantas no se mueran. Garzas, corocoras, espátulas rosadas, alcaravanes y hasta cigüeñas van detrás de un tractor que con sus uñas metálicas escarba las entrañas de la tierra polvorienta. En la hacienda San Juan tienen pensado sembrar en este primer semestre 550 hectáreas de arroz y otras 550 en el segundo.
Este cereal fue el que sustituyó la bonanza petrolera de la que en la segunda mitad del siglo XX vivieron los casanareños. Desde hace cuatro décadas decir arroz en Yopal o Nunchía es hablar de ingresos considerables para los empresarios y de sobrevivencia para los jornaleros, mecánicos, tractoristas, conductores de gigantes combinadas, pilotos de frágiles avionetas de fumigación y miles de personas que derivan su sustento de ese diminuto grano que depara grandes cosechas o, por el contrario, la ruina de quienes insisten en cultivarlo a merced del clima y sus avatares.
Según el V Censo Nacional Arrocero, elaborado por el Departamento Nacional de Estadística (DANE) y Fedearroz, el año pasado Casanare encabezó la lista de los departamentos productores del cereal con el 35 % (206.689 hectáreas de 589.848) del total, seguido por Tolima (17,1 %) y Meta (14,7 %). Allí Yopal figura con 15.357 hectáreas sembradas y Nunchía con 16.234.
Al grupo de Danitza, Lina María y John, acompañados por los líderes Liliana Ibeth Pérez y Wilson Corredor Santamaría, se les suma Santiago, quien de una enorme caja parecida a donde se guardan los árboles de Navidad extrae un sofisticado dron multiespectral de 45 millones de pesos y lo pone a volar en una cuadrícula que le permitirá, sin tocar el agua, medir aspectos que difícilmente un no iniciado en esas lides de la tecnología puede creer.
Su zumbido de abejorro se pierde en lo alto y solo se escucha el clic-clic-clic de sus cinco potentes cámaras de diferente longitud de onda que automáticamente van tomando fotografías e imágenes del espectro electromagnético a la par que memoriza valiosa información. Los espían la perra Campanita -mascota de Javier-, y a lo lejos una babilla que bosteza con las limitadas fuerzas.
“A partir de redes neuronales convolucionales entrenamos un modelo que nos permita definir en la imagen cada píxel qué valor de calidad de agua tiene. Para eso hemos hecho mediciones en una cantidad abundante de puntos en el río para luego decirle a la fotografía a partir de inteligencia artificial (IA) que en tal lugar el parámetro de turbiedad es tanto. A partir de eso le enseñamos a la red neuronal para que aprenda a leer cada valor de píxel y que lo asocie a un valor de turbiedad y después de eso no necesitemos hacer más mediciones directas, sino que a partir de solo fotografías podamos inferir cuáles son los valores de la calidad del agua en esas imágenes que capture hoy o dentro de tres semanas”, explica el investigador Johan Santiago Torres Corredor, con la ilusión de ser comprendido por los lectores de Ciencia Abierta UNAB.
Más de 9.200 millones de pesos
En total son más de medio centenar de ingenieros ambientales, biólogos, microbiólogos, químicos, economistas y personal administrativo, que junto al director de Investigaciones Wilson Gamboa Contreras están pendientes de los resultados que arroje el estudio que adelantan con 7.835 millones procedentes del Sistema General de Regalías y 1.459 millones más aportados por Unisangil, la Universidad de los Llanos y la Fundación ABC Colombia – Somos Territorio.
En mayo del año 2026 los campesinos como Javier, pero también los niños de las escuelas, así como los arroceros, concejales, alcaldes, gobernador y la Corporación Autónoma Regional de la Orinoquía (Corporinoquia) conocerán cuáles son y en qué proporción exacta los factores que vienen contaminando y secando al río Tocaría. ¿Cambio climático?, ¿calentamiento global?, ¿fertilizantes y pesticidas sin control?, ¿desvío excesivo para los canales de riego que puede ir de 25.000 a 7.000 metros cúbicos por ciclo en cada hectárea?, ¿falta de plantas de tratamiento de aguas residuales (PTAR)?, ¿ganadería desbordada?, ¿tala indiscriminada de árboles? ¿todos los anteriores?
William, un rovirense que se fue hace más de 30 años y quedó hechizado por este vasto territorio que hasta 1973 perteneció al departamento de Boyacá, asevera que al menos por parte de Agrícola Yopal están dispuestos a acatar las recomendaciones de la investigación en las mil hectáreas que dedicarán al arroz este 2024, sabedores de que ellos son parte de la solución para salvar el río Tocaría.
“Sin agua no se puede producir comida y alimentar el ganado. Lo que queremos es que nuestras generaciones futuras puedan disfrutar este paraíso y que podamos seguir haciendo un proceso productivo sostenible”, dice Jaimes Ávila, firme defensor de los bosques naturales y de las especies que habitan en la hacienda en la que también hay un hato ganadero.
Como aliados del proyecto de investigación que arrancó en mayo de 2022, Agrícola Yopal tiene el propósito de eliminar por completo los abonos químicos y están efectuando muestreos en lotes específicos con insumos biológicos que no afecten el suelo y que tengan un proceso de degradación natural para evitar contaminaciones futuras y que la tierra se mejore más. “La agricultura del mundo está dando un vuelco completo porque si seguimos utilizando elementos químicos el planeta se va a convertir en un desierto y va a ser muy difícil cultivar”, acota Jaimes Ávila.
Luego enfatiza: “Si en el estudio se llega a determinar que nosotros como industria estamos generando algún inconveniente para ese recurso hídrico, pues lo que tenemos que hacer es eliminar esos procesos y buscar una simbiosis total entre la academia y nosotros para mejorar la calidad y cantidad del agua y así mismo poder mantenernos por muchos años, permitiendo una seguridad alimentaria total en nuestra región y en el país”.
De repente se queda callado y señala con emoción las bandadas interminables de garzas, loros y corocoras color rosado neón que empiezan a retornar a sus nidos porque ya son las cinco de la tarde. Detrás de ellas y por las copas de los árboles saltan los monos aulladores rojos, mientras que venados de cola blanca, osos meleros e iguanas verdes dan pisadas de fantasmas que buscan guarecerse de la noche, como si se tratara de una película animada de Hollywood. Este ritual se ha repetido durante miles de años en esta esquina de esta otra Colombia a la que le hace tanta falta el agua como a los habitantes de Bogotá sometidos a un racionamiento jamás visto.
En las sedes de Unisangil en El Yopal y de Unillanos en Villavicencio (Meta) están ubicados los tres sofisticados laboratorios de físico-química, microbiología y ecotoxicología, que le permitirá a este equipo de científicos -la mayoría casanareños y jóvenes- elaborar la radiografía del río Tocaría y concluir qué pueden hacer para inyectarle vida.
El proyecto está soportado en la evaluación de las condiciones del agua, pero también en el examen de las afectaciones a las especies de peces, sapos y ranas. Los otros dos objetivos le apuntan a una valoración socioeconómica del recurso (cuya líder es Yeiny Liset Sierra) vinculando a cerca de 400 familias y finalmente capacitar a los habitantes aparte de la socialización del diagnóstico y alternativas. Junto a El Taladro y El Pretexto, las otras veredas incluidas son las de San Antonio, San Nicolás, Corea y Sirivana, de los municipios de Yopal y Nunchía.
Irradiando optimismo, los ‘mosqueteros’ de este reportaje están dotados no de armas obsoletas de pólvora sino de digestores, destiladores, centrífugas, cabinas de extracción de gases y espectrofotómetros. Se muestran dispuestos a exponerse a esta canícula hasta la insolación, empaparse el día que al fin caiga uno de esos acostumbrados diluvios y llevar a cabo las pruebas de toxicidad que sean indispensables con las bacterias Vibrio fischeri (bioluminiscente), los crustáceos Daphnia magna (pulgas de agua) y las plantas de lechuga (Lactuca sativa) con tal de elaborar un diagnóstico preciso que deje atrás tantas conjeturas. A renglón seguido tendrán que convalidarlo ante expertos en Costa Rica, Brasil, España y Suecia, aparte de recibir el visto bueno del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (Minciencias).
Beatriz Elena Ramírez, motor de ABC Colombia, tiene la responsabilidad de la apropiación social del conocimiento que genere el proyecto y afirma que hay enorme expectativa en torno al documento de planeación que se genere para el sector arrocero como eje de bienestar en el territorio a partir de la gestión apropiada del recurso hídrico.
Entre tanto, Javier sigue relatando la inundación de hace un par de años cuando el río alcanzó las bases de su vivienda y por poco deben rescatarlos en helicóptero o esas épocas en las que decenas de caimanes se asoleaban en las riberas como narra José Eustasio Rivera en “La Vorágine”. También invoca a su maestro Achagua (fundador del Festival de la Corocora) y con nostalgia mezclada con aires de joropo, exclama: “Camarita (amigo), la vida de todos depende del Tocaría. Eso me lo enseñó el finaíto Armando”.
Javier no sospecha que en el marco de la ventana de atrás hallará el vaso intacto con la limonada que generosamente le brindó a este guate (forastero).
*Enviado especial de Ciencia Abierta UNAB. Reportero con 39 años de experiencia y tres Simón Bolívar. publicaciones@unab.edu.co