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Gabo, el alquimista inmortal de la palabra

Gabo, el alquimista inmortal de la palabra
Por Leonardo Puentes*

Se despidió el pasado jueves el cuerpo agotado de nuestro inmenso Gabo. La inevitable hora que a todos nos espera le llegó al hombre que ofreció entregarlo todo, incluidos sus memorables libros y todos sus reconocimientos, con tal de poder retroceder el tiempo y tener nuevamente 40 años “para volver a comenzar de nuevo”.

Hablar de la inmortalidad de sus letras y de la inconmensurable extensión de su imaginación y su legado resulta a estas alturas redundante, pero no voy a privarme por eso de la posibilidad de dedicar un par de líneas al hombre en honor a quien bauticé a mi hijo con el nombre de Gabriel; si me lo permiten, en ese sentido, también me queda Gabo para siempre.

Hoy, como Gabo lo plasmó hace 20 años en su hermoso discurso “Por un país al alcance de los niños”, seguimos anhelando encontrar en la educación la puerta de salida al laberinto de violencia y rencor a través del cual venimos dando tumbos desde hace cinco siglos, en los que ‘no acabamos de saber quiénes somos’. Bien nos lo hizo saber a través de este escrito: ‘la vida sería más larga y feliz si cada quien pudiera trabajar en lo que le gusta, y sólo en eso’. Y lo aplicó; su vida será siempre un referente de libertad creadora, del irreverente deseo de enfrentar las circunstancias aferrado a una máquina de escribir, sin más motivo que darle rienda suelta a la imaginación que ha puesto a soñar con mariposas amarillas a millones en el mundo entero.

No habrá mejor homenaje que podamos hacerle a nuestro Nobel, que poner todo nuestro empeño en lograr la reconciliación de este ‘caldo criollo’, confundido con la inagotable riqueza de sus bosques, ríos, llanuras y montañas. De una vez por todas ocuparnos de las raíces de la desigualdad, la segregación y la violencia, y no seguir enredados en el cotidiano y a la vez trágico análisis de los síntomas. Decidirnos por fin a remplazar fusiles por instrumentos musicales, campos de guerra por los mejores escenarios deportivos, cuarteles por inmensas bibliotecas llenas de ejemplares de nuestro gran Gabo. Es la Colombia que sueño y que seguramente también añoró el compositor del vallenato más sonoro y extenso de nuestro repertorio: ‘Cien años de soledad’.

ADENDA: Imposible dejar de referirse a la ráfaga de odio emitida por la señora María Fernanda Cabal. Dan ganas de embarcar, como lo hicieran Florentino Ariza y Fermina Daza, y esperar en altamar hasta que el brote de rencor y odio –ya no de cólera- que azota a Colombia haya pasado.

*Concejal de Yopal


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