Por: Oscar Medina Gómez **
Es justo reconocer que la inmensa mayoría de quienes trabajan como taxistas -en Yopal y todas las ciudades del país- son ciudadanos honestos. Que ofrecen un servicio legal, oportuno y amable. Pero también es justo decir que por culpa de una inmensa minoría que desde hace muchos años se ha dedicado a la hamponería -en todas sus modalidades- el gremio de taxistas en Colombia lleva en su frente un rótulo que la ciudadanía lo comenta en cualquier esquina: despreciable.
Son miles los casos y hechos documentados del crimen organizado que en las grandes ciudades tienen montado esos sujetos. Disfrazados de taxistas salen de día y de noche a rodar por las calles en busca de víctimas. Participan en paseos millonarios, secuestros, atracos a personas, empresas y sedes bancarias, violación carnal de mujeres, robos a apartamentos, asesinatos, boleteos, complicidad con grupos terroristas como las FARC y el ELN…y toda suerte de delitos.
Como si fuera poco, los taxistas que no forman parte de esas bandolas del delito, también hacen de las suyas con un pésimo servicio a los usuarios. Lo primero que preguntan es “a dónde va”, olvidando que su misión es brindar una asistencia de transporte público sin miramientos ni condicionamientos. Otros sacan disculpas diciendo que “voy a entregar el turno”.
De su violencia ni se hable. Cuidado si el pasajero no tiene el valor exacto de la carrera porque puede ser víctimatanto de una agresión física como verbal. Alteran los taxímetros, llevan a los clientes por calles más lejanas para que el costo sea mayor, ponen a todo volumen música de carrilera, reggaetón y vallenatos ramplones irrespetando la tranquilidad de los pasajeros. Es un interminable listado de atropellos. La gente se sube a un taxi casi que obligada. Intimidada, con miedo, con angustia de lo que le pueda ocurrir. Sin saber si llegará bien a su destino.
El menos riguroso sondeo callejero o gran encuesta de opinión nacional deja siempre muy mal parado al gremio de los taxistas amarillos.La inseguridad, el miedo de los usuarios, la agresividad de los conductores –o, mejor, choferes-, la pésima atención son algunas de las respuestas que sobresalen de los encuestados. Y es que a diario los noticieros de radio, televisión y periódicosregistran las fechorías y delitos que cometen los taxistas. Insisto: la inmensa mayoría son ciudadanos de bien. Pero igual hay una inmensa minoría de bandidos que los condena a todos.
Por eso, ante la opinión pública la polémica del servicio que brinda Uber, la está ganando esta alternativa de transporte. No obstante ser legal su plataforma tecnológica, es cierto que lo que hace es ilegal porque no cuenta con reglamentación del gobierno para transportar pasajeros. Pero la realidad es otra: el ciudadano busca seguridad, modernidad, inmediatez, confort. Es decir, excelencia en el servicio. Y eso lo tiene Uber.
Sin defender la ilegalidad –el gobierno tendrá que reglamentar a Uber y otros servicios similares que van a llegar- los clientes tienen la libertad de decidir y escoger cómo y en qué se quieren transportar. Y hoy, con la persecución que las autoridades le tienen a Uber, es el mismo Estado el que está pisoteando ese derecho ciudadano. No olvidemos que la fuerza de lo popular y la necesidad, termina convirtiéndose en ley.
Los taxistas amarillos –que se creen dueños de las vías urbanas- en vez de responder con un servicio de excelencia, acuden a la violencia y amenazas de paros y bloqueos de vías. Incluso -ante la complacencia del alcalde Petro en Bogotá y del general Palomino de la Ponal- un chofer de taxi llamado Fredy Contreras dijo por los radioteléfonos que si el gobierno no cedía entonces tocaba declarar a la capital del país como objetivo militar. Esto, en cualquier país donde se respete la ley y haya gobernantes con los calzones bien puestos, daría para encarcelar a este sujeto. Es un terrorista. Una amenaza para la seguridad ciudadana.
Delinquir, insultar y amenazar es precisamente la debilidad de los taxistas amarillos. De ahí la imagen despreciable y el temor que se han ganado desde hace muchos años.Por ese camino siguen mal enrutados.
El gobierno está demorado. Debe aprovechar esta coyuntura creada por Uber no solo para normar este servicio, sino para revisar el sistema monopolista de costosísimos cupos de taxis que hoy impera. Y que tienen a personajes como Uldarico Peña –el “rey de los unos” porque manipula en Bogotá más de 19 mil taxis del 2111111- con la sartén por el mango. Lo que no debe hacer el gobierno es que su ministra de transporte Natalia Abello, salga en un video –hecho por un taxista- respondiendo un libreto a favor de los taxistas amarillos. Eso es jugar sucio señor Santos.
Mientras la actitud negativa y delictiva de los taxistas amarillos no cambie a buena onda y a un servicio con calidad, los colombianos los miraremos siempre con desconfianza. No son la mancha sino la amenaza amarilla. Digo yo.
*Periodista – Especialista en Gobierno Municipal y Gestión Pública Pontificia Universidad Javeriana