Por Oscar Medina Gómez*
Ciudadanos excepcionales, de ejemplar comportamiento y servicio al país. Hombres y mujeres intachables en todos los sentidos. Personas merecedoras de total e indiscutible confianza por parte de la gente. Servidores públicos que hacen honor a eso: a servir de forma eficiente y eficaz. Uniformados por quienes todos debemos sentir respeto, tranquilidad, seguridad. Ayuda en el momento que la necesitamos. Honestos e ilustres ciudadanos de quienes la Patria toda se debe sentir orgullosa.
Estos y más enunciados no los merece la Policía Nacional de Colombia. Muy seguramente mis palabras ofenden la dignidad y labor de muchos buenos y comprometidos policías. Que por supuesto los hay. Lo lamento. Pero lo escribo sin el más mínimo atisbo de altanería ni petulancia. Eso sí, con profunda vergüenza por esa institución, que derrocha miles y miles de dólares en publicidad mediática diciendo que son más de 125 años sirviéndole al pueblo colombiano.
No me pidan que soporte mis palabras en hechos, porque son muchos miles los casos documentados, de delitos de toda laya en los que miembros activos y retirados de la Policía se han visto involucrados. Delitos que han ocurrido y siguen ocurriendo en todos los rincones de nuestra geografía. Incluso fuera del país. Desde el más miserable poblado hasta las más populosas ciudades han sido presa de esos sujetos vestidos de verde. Quien quiera saber de hechos concretos, lo invito a que se documente en la internet. Quedará horrorizado y avergonzado como yo.
Amparados en un uniforme, repito, verde, un arma de fuego o un bolillo de dotación, y esgrimiendo la cantaleta de que “somos la ley y el orden”, los policías son poseedores de un menú delictivo que abarca, por ejemplo, corrupción administrativa, tráfico de armas, tráfico de estupefacientes, espionaje telefónico (chuzadas), matanzas colectivas, crímenes y asesinatos selectivos, secuestros, extorsión, boleteo, violación de niños y menores de edad, abigeato, coimas y mordidas a diestra y siniestra (se ensucian las manos hasta por 10 mil pesos), liderazgo de bandolas de choros y cacos, delitos informáticos. Y, claro, delitos sexuales: la prostitución masculina de la “comunidad del anillo”, que tumbó al rosqueto generalísimo Rodolfo Palomino López. El prontuario criminal y abuso de autoridad de los verdes es inagotable. No tiene límites.
Además de repulsión, rabia y fastidio, cuando vemos a un policía se siente además miedo. Temor a lo que nos pueda pasar. En las carreteras colombianas se han convertido en el terror de los conductores. Han llegado al abuso de exigirle a la gente que demuestre el origen de uno, tres o cinco millones de pesos –por dar una cifra, porque puede ser menor- que uno lleve en el bolsillo o en la guantera del vehículo.
Lo mismo ocurre en las ciudades. Esos retenes que montan sorpresivamente en cualquier calle o avenida –dizque para revisar documentación, antecedentes penales y casos de embriaguez o velocidad desbordada- dan susto. Desprevenidos motociclistas y automovilistas que van para sus hogares o sitios de trabajo han sido literalmente saqueados por la policía. Aquí impera la ley de la mordida: billete de 20 mil, 50 mil y ahora de cien mil pasan hábilmente a las manos de los policías sobornables. Corruptos que envilecen la institución. Ocultos en cualquier esquina, como avezados malandros, esperan el momento justo y oportuno para dar el zarpazo.
En mi niñez los niños de mi época soñábamos con ser policías. En la escuela, al preguntársenos por lo que queríamos ser “cuando grandes” uno respondía, casi gritando: ¡policía de Colombia! El corazón palpitaba y se hinchaba de emoción al pronunciar esa palabra. El profesor y todos los compañeros aplaudían tan ilustre, digna y orgullosa decisión.
Hoy día no es así. Ningún niño quiere ser policía. Lo que es peor: para ellos la Policía es sinónimo de bandidos. Diferente sería que –voy a decir aquí una estupidez- la publicidad de la Policía por la radio, periódicos y televisión dijera algo así como: “Se avisa al pueblo colombiano que no se reciben más solicitudes de vinculación y enrolamiento a nuestras escuelas de formación. Han llegado millones de formularios. Tenemos los cupos llenos. Gracias Colombia”. Eso, claro, es pensar con el corazón. No con la razón y la contundencia de los hechos.
Que dios y la Patria perdone a los policías. Por lo menos de mi jamás lo tendrán. Digo yo.
**Periodista
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