Por Oscar Medina Gómez*
Causa rabia y vómitos escuchar a Monseñor Luis Augusto Castro, Presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, al decir sin ruborizarse, con el más grande cinismo e irrespeto contra las víctimas y sus familias, que condenar a la iglesia por hechos de pederastia es una “terrible ofensa”. Con su aire de santidad, va por todos los medios nacionales -báculo en mano- defendiendo con ímpetu a miles de sacerdotes que en Colombia se aprovechan de su condición de “pastores de cristo” –alcahueteados y arropados por sus superiores- para violar y cometer actos sexuales degradantes con niños.
Donde generalmente los menores son violentados física y psicológicamente por meses y años, no solo por la confianza que aun las familias depositan en los sacerdotes católicos –y de muchos otros credos- sino porque así haya sospechas ciertas sobre los pederastas, pues no se los acusa. Ya porque el dinero sirvió de “mediador”, porque se evita el escándalo público, porque no se quiere enfrentar el poder de la iglesia, porque los curas violadores son trasladados lejos de sus víctimas. O por lo que sea.
Sumado a la extrema pobreza en que vivian en Villahermosa, la violencia causada por los terroristas de las FARC, obligó a una humilde familia a desplazarse al Líbano (Tolima). Allí confiaron a sus dos varoncitos menores –en 2007 tenían 7 y 9 años- al cuidado del cura Luis Enrique Duque Valencia, de 65 años, en la parroquia San Antonio de Padua. Él les proporcionaría no solo abrigo, comida y bebida, sino el camino de la salvación.
Eso creían los humildes campesinos. Lo que ignoraban era que habían entregado sus hijos a las propias garras de una bestia del infierno. Las mismas que tanto abundan en miles de templos de todo el país. Y que en este momento, cuando usted lee mi columna, están sodomizando a un menor de edad.
Luego de ser denunciado y condenado, Duque Valencia quedó libre por vencimiento de términos. Volvió a oficiar misas en Ibagué. Pero gracias a la tenacidad de sus padres fue recapturado a finales de 2009. Hoy paga 18 años en la cárcel de Bella Vista, Medellín.
Cualquiera diría “listo, se hizo justicia: el responsable está preso”. No. De ahí la importancia de lo que recientemente acaba de fallar la Corte Suprema de Justicia frente a este caso, respaldando la sentencia que en 2011 profirió el Tribunal Superior de Ibagué, quien en ese entonces sentenció a la iglesia católica colombiana –en cabeza de la Diócesis de Honda-Líbano- a pagar por responsabilidad civil, 430 millones de pesos a los menores violados durante muchos meses por el monstruo de sotana Luis Enrique Duque Valencia.
La sentencia de la Corte ha dicho que en casos de pederastia protagonizados por sacerdotes católicos, no es suficiente la responsabilidad y condena penal para el delincuente. También su “empresa” debe reparar, resarcir civilmente –con dinero- a los afectados. Es que no son hechos individuales, como alega furioso y con lenguas de fuego, Monseñor Castro. No señor: el violador de los dos menores en el Líbano actuó como miembro activo, como empleado con plenas funciones de una multinacional que lo respaldaba llamada Iglesia Católica. Super-empresa que tiene toneladas de millones de dólares en efectivo y activos. Un dato: cientos de miles de dólares ha tenido que pagar la iglesia católica norteamericana, por crímenes sexuales de sus sacerdotes y otros delitos.
Por eso todos los colombianos –así se indignen los jerarcas católicos- tenemos que respaldar y celebrar el fallo de la Corte. Es un arma y principio efectivo contra la impunidad y complicidad que desde la misma Roma siempre ha existido frente a un delito tan miserable y aberrante. Recordemos que el hoy “santo” Juan Pablo II se hizo el de la vista gorda con muchos curas acusados y condenados por pederastia. Casos en Estados Unidos, Austria, México y Brasil, no ameritaron del Papa polaco la más mínima sanción. Ni siquiera verbal. El papa Francisco ha dado vuelta de timón, y está enfrentando a los pederastas y corruptos con mano firme. Ese es el camino.
En vez de poner el grito en el cielo y querer evadir responsabilidades –fomentando así al actuar de más delincuentes con sotana- lo que debe hacer Monseñor Luis Augusto Castro y demás “santos” que lo secundan - como Juan Vicente Córdoba, Secretario General de la Conferencia Episcopal Colombiana- es empezar a limpiar la casa por dentro y por fuera. Aplicar medidas y controles efectivos para evitar al máximo que sacerdotes pederastas sigan destrozando las vidas de miles de niños y sus familias, con tan execrable crimen. Así, le aseguro, empezará a recuperar la credibilidad de millones de fieles que hoy ven en sus jerarcas, apenas a regordetes y corruptos buena vida, a costillas de la palabra de dios.
Hay que denunciar a tiempo –así sea por sospechas- a esos enfermos y degenerados sexuales vestidos con ropajes largos. Bajo esas prendas de casullas, albas, cíngulos, estolas, sotanas y demás esconden la inmundicia de una religión que durante siglos ha causado enormes e irreparables males a la humanidad. Es que todos los perros se huelen el culo. Digo yo.
*Periodista
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