*** Juan Carlos Niño Niño
Ante los comentarios favorables a mi columna "Yopal: entre la llaneridad y el sincretismo cultural", en donde planteo que el génesis de Yopal se debe a un proceso de asentamiento multicultural y no exclusivamente a los componentes de la cultura y el folklore llanero, me atrevo a mencionar personajes, sitios y circunstancias de esa mencionada multiculturalidad, que podrían convertirse en patrimonio material o inmaterial de nuestra ciudad, y cómo no en una ruta nostálgica y turística de la capital departamental:
Alguna vez le pregunté al escritor Pedro Soaterna (autor del cuento "Perro que ladra", que ganó a finales de los ochenta un concurso de la UPTC, que tenía entre sus jurados al desaparecido escritor Jairo Aníbal Niño), quien siempre ha vivido al lado del las antiguas plantas de electricidad en la población (cerca a las instalaciones del ICA), cómo soportó durante casi veinte años el infernal ruido de esas máquinas, que se prendían desde las seis de la tarde hasta la medianoche, y me dio una respuesta que se convierte en un sentimiento común de mi generación: "Ahora que se le dio cristiana sepultura a esas plantas, no hemos podido concebir la vida sin ese ruido".
El estruendo de esas verdes plantas diésel, que parecían medianos containers de camiones, se convirtió en parte de nuestras vidas, aun cuando el resto lo escucháramos como un lejano ruido de un barco de vapor y las odiáramos cuando un operario bajaba día de por medio las tres cuchillas del transformador del barrio, con el argumento de que las fallas mecánicas de las plantas impedía darle luz a toda la población, lo que convertía en un preciado tesoro la llegada de la misma al terminar la tarde, para tomar jugo frío con la guayaba, guanábana, papaya y mango que se daba en los patios de nuestras casas (con el pan caliente de La Panificadora y la Primavera), para entonces correr al sofá y ver en el televisor en blanco y negro el Noticiero 24 horas y el Show de Jimmy, siempre y cuando se prendiera la luz roja de la repetidora que estaba en una de las puntas del Cerro El Venado.
En mi primer cuento "Revelación tardía", que publicó a principios de los noventa el coronel Andrés Álvarez Berbesí (Q.E.P.D.) en su periódico "El Contrapunteo", describo al Cerro "El Venado" como aquella montaña misteriosa con una silueta de murciélago y una mujer acostada con senos al descubierto (como la describió el Indio Muisca cuando detenía su camión Power y escribía poemas de singular belleza), en donde se albergaba la temida bruja de "Balconcitos" que me ocasionó una terrible sugestión, que solo pude superar con el eminente psicólogo de Bogotá Jairo Estupiñán, quien me obligó a subir al Cerro El Venado para enfrentar el miedo a la bruja, en donde seguí un camino de tierra amarilla, minado de bosques frondosos con acacios, yopos, palmas, mangos, que me daban la bienvenida mientras el ascenso lentamente me permitía ver en panorámica a la aún mítica y pequeña población.
Al lado de las plantas eléctricas y al frente del Grupo Guías de Casanare, se encuentra probablemente el único cementerio que no causa ningún temor al pasar en la noche, sino que al contrario irradia una paz inexplicable: el cementerio de los soldados. En los albores de mi niñez jugábamos incansablemente con los hermanos Robert y Jhon Morales, con quienes incluso nos repartíamos las tumbas para refugios o barricadas de nuestra inquieta imaginación infantil, sin que fuerzas del más allá o miembros del Ejército nos impidieran vivir las horas más felices de nuestra niñez.
Al salir del cementerio, una eterna calle destapada con monumentales piedras y extensos charcos, nos llevaba al mágico y sobrio "Club Casanare", que fue construido por la alta sociedad de Yopal en la década de los cincuenta, en donde siempre me impactó los gruesos barrotes de sus ventanas (pintados con diversos colores vivos), con dos amplios y elegantes salones, que contaba con servicio de bar y un pequeño pero encantador escenario de madera, convirtiéndose durante más de cuarenta años en el sitio social para departir con altos funcionarios del Gobierno Nacional y candidatos presidenciales, como también los grandes humoristas y las orquestas de moda a nivel nacional, como el caso a finales de los ochenta de la orquesta Contraste y el Grupo Clase para conseguir fondos proexcursión a la Costa de los bachilleres del Colegio Braulio González.
Al Grupo Clase solo se le dio la gana de interpretar cuatro canciones, lo que enardeció a mi gran amigo Gonzalo Núñez, quien con tragos en la cabeza exigía a gritos la presencia de "Los Putis Boy", la popular agrupación del pueblo que se le conocía como "Los Centauros de Colombia" cuando en el día amenizaban las primeras comuniones y las fiestas de quince años, y en las noches se convertían en la agrupación oficial de los putiaderos de la 21 (como olvidar al genial Comino en la guitarra eléctrica, al adusto Pastrana en la batería, y al lánguido mechudo con voz de Joan Sebastián).
A una cuadra está la antigua estación de bomberos de Yopal, que más parecía una pequeña estación de ferrocarril de principios del Siglo XX, con un melancólico y estrecho salón que servía no sólo para las reuniones de los miembros de la modesta seccional, sino que además se proyectaba a mediados de los setenta los grandes clásicos del cine en blanco y negro, en donde me extasiaba a mi corta edad con las películas de las mafias de alcohol ilegal en Estados Unidos, como también las piezas maestras de los más grandes humoristas del mundo entero: Charles Chaplin y Mario Moreno "Cantinflas".
Al frente de la estación de bomberos, se encuentra nuestro entrañable Parque Ramón Nonato Pérez, que a principios de la década el desaparecido Intendente Getulio Vargas Barón mandó construir en ese espacio rectangular un parque de varios niveles y con grandes escaleras (el que daba a la calle 8 era el más amplio, en donde se posesionó el primer Gobernador de Casanare por elección popular Oscar Wílchez y escuchamos enmudecidos el sentido discurso del candidato liberal a la Presidencia Cesar Gaviria), sin dejar de mencionar un pequeño escenario que daba a la calle sexta, bajo la sombra silenciosa de dos monumentales árboles de Yopo, que aún permanecen desafiantes a los estragos del tiempo y la nostalgia.
En la época decembrina, se celebraba en el Ramón Nonato Pérez la famosas verbenas populares, en donde orquestas de gran renombre a nivel nacional nos animaba a los adolescentes a sacar a bailar a las muchachas más lindas de la población, no sin antes empacarnos nuestro primeros tragos de "Aguardiente Cristal", posando en exceso la camisa verde bombacha a cuadros, los jeans entubados Levis Strauss y lo blancos tennis Fastrack, en donde tuvimos el placer y el privilegio de bailar con música de singular belleza como "Cali Pachanguero" del Grupo Niche, "La quiero a morir" de Sergio Vargas y "Si tu te vas", mi corazón, se morirá, si tú te vas... Eres vida mía, todo lo que tengo, el mar que me baña, la luz que me guía... eres la mirada que habito... Grupo 440, por supuesto.
A mí memoria vienen dos impactantes escenas que nunca olvidaré del Ramón Nonato: Primero, en una de esas verbenas estaba una despampanante morena en estado de embriaguez, quien bailaba frenéticamente con sus amigos y en el transcurso de la noche cada uno de éstos se la fue llevando a un oscuro matorral (en la esquina donde actualmente está un bingo), y al cabo de un rato volvía bastante despelucada, muerta de la risa y con más ímpetus de bailar, sin dejar de arrojar una mirada cínica y provocadora al grupo de muchachos que estábamos al frente, como invitándonos también a la orgía del consabido matorral, lo que nos dejó un terror indescriptible ante la tremenda desfachatez de la joven mujer.
Segundo, a principios de los ochenta estuvo en el pequeño escenario del Ramón Nonato el candidato conservador a la Presidencia Belisario Betancur, quien fue víctima de la insólita ocurrencia del Intendente Getulio Vargas de mandar a cortar la luz en el momento que iba a pronunciar su discurso, seguramente para congraciarse con su candidato liberal Alfonso López Michelsen (a los conservadores casanareños les tocó recurrir a los equipos de perifoneo de mi padre Julio Roberto Niño, que se prendían sin problema con la batería de su viejo Land Rover), lo que ocasionó una gran molestia del dirigente conservador, que nos la cobró con una total indiferencia a la problemática casanareña durante los cuatro años de su mandato presidencial, hasta tal punto que desembocó en el famoso Villaparo del Comité Cívico, en donde más de 20 mil personas bloquearan la marginal de la selva, exigiendo soluciones a una población que carecía de servicios tan básicos como el agua y la luz.
Coletilla: En el tintero de mi nostalgia queda el colapso del Parque Ramón Nonato, la primera máquina de bomberos, la antigua sede de la Alcaldía y el primer centro penitenciario, la iglesia y el parque principal, los aeropuertos, la 21 cuando era la 21; el Centro Social Bachillerato y los colegios Braulio González y Juan Pablo II; el Cinema Casanare y el Parque Infantil; y hasta la semana pasada el invencible puente sobre el río Charte (en conexión con La Upamena, la Calaboza y el Puente La Cabuya sobre el río Cravo Sur). Será para otra columna...
*** Especialista Gobierno y gestión pública territoriales, Pontificia Universidad Javeriana.