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¿Por qué no? Yo voy a decir sí

¿Por qué no? Yo voy a decir sí

Por Leonardo Puentes *

A escasos diez días de que se produzca quizá la votación más importante que tendremos la posibilidad de realizar los colombianos, al menos de las últimas tres generaciones, resulta necesario y también gratificante poder expresar algunas de las razones por las cuales votaré Sí el próximo 2 de octubre.

El planteamiento es sencillo: después de más de medio siglo de violencia, muerte y de soportar las marcas de la guerra en todos los rincones de nuestra memoria, ¿por qué no darnos la oportunidad de abrirle paso a una nueva era en la que la fórmula no sea matar al otro antes que escucharlo?, ¿por qué negarnos la posibilidad de abandonar la trocha ensangrentada de la guerra para descubrir nuevos caminos que quizá puedan conducirnos a la construcción de una sociedad más incluyente, equitativa y próspera?.

Lo primero que debo decir es que me motiva saber que mi voto ayudará a proteger la vida de miles de hombres y mujeres colombianos, la inmensa mayoría muy humildes, que casi nadie llora ni recuerda, y que cargan terciado a sus espaldas el peso de la guerra; que son quienes le ponen el pecho a las balas, quienes le ponen sus pies y sus piernas al campo minado de odio en que hemos convertido la mitad de este país. En nombre de ellos y de sus familias, que merecen tenerlos a su lado y acostarse cada noche libres de la zozobra de no saber si mañana volverán a verlos, mi voto será sí.

Comprendo los temores y la desconfianza de muchos frente a algunos de los puntos acordados en La Habana; son tantos años hablando el idioma de la guerra que nos ha costado bastante trabajo como sociedad entender el significado de las palabras diálogo, acuerdo y reconciliación. Hay tanto dolor acumulado, que no es fácil para todos entender que la confrontación armada no produjo la derrota militar de ninguno de los dos ejércitos enfrentados: ni las FARC lograron imponerse militarmente para implantar su modelo trasnochado y anacrónico, adobado durante 60 años en la selva, ni el estado colombiano logró derrotarlos y someterlos para ahogar del todo su discurso acompasado del sonido de las armas.

No fue así. Tuvieron que transcurrir 68 años desde que callera abatido Jorge Eliécer Gaitán y comenzara a tejerse esta colcha de movimientos originariamente campesinos, que optaron por el camino de las armas para hacer sentir reclamos que se negaban a escuchar unas élites vestidas de azul y rojo, obstinadas en negar cualquier otra forma de expresión política distinta a ellos, para que se sentara a dialogar el grupo guerrillero más numeroso, con mayor poder militar y económico, y seguramente también el que más daño nos ha causado con sus acciones violentas.

A mi juicio, los costos que tendremos que asumir para sacar de la guerra a cerca de 8.000 combatientes armados y a unos 10.000 milicianos de las Farc, son razonables, frente al costo de prolongar el desangre: permitir que se reincorporen a la sociedad con unas garantías mínimas de protección, que participen en política y que paguen penas alternativas a la cárcel a cambio de la confesión de los delitos cometidos y la reparación a las víctimas. En contraprestación, logramos que acepten y respeten las instituciones del estado al cual combatieron durante casi seis décadas, que se sometan a las reglas de la democracia y al sistema político y económico que dicen querer cambiar; la diferencia es que ahora tienen que buscar los votos si quieren lograrlo –y bien difícil que lo tienen-.

Está claro, los terribles problemas de inequidad, inseguridad y corrupción que tiene Colombia no quedan resueltos con la victoria del Sí el 2 de octubre; lo único que habremos conseguido es cerrar el capítulo de violencia más extenso y doloroso de nuestra historia, para comenzar por fin a combatir estos tres terribles flagelos con absoluta determinación. Tendremos por fin la oportunidad de comenzar a recorrer y reconocer esa vasta extensión de nuestro territorio y a los cerca de 15 millones de colombianos que la habitan, para comenzar a restablecer su derecho a tener un estado que vele por su tranquilidad y su bienestar, para hacer que los 30 Billones que nos cuesta la guerra año a año, comiencen a convertirse en las escuelas, los hospitales, las viviendas, las vías que nos conviertan en el país que merecemos y que podemos construir juntos.

No voy a alardear de la lectura de las 297 páginas que nos tomó ponernos de acuerdo para detener la guerra, ni a menospreciar los argumentos de quienes tienen resuelto votar No a los acuerdos de La Habana; por el contrario, los respeto y de antemano les digo que sea cual sea el resultado, el lunes 3 de octubre seguiré convencido de que este debate nos ha acercado más el uno al otro y sobre todo nos ha puesto más cerca al sueño de tener un país mejor para ofrecerle a nuestros hijos. Tampoco es posible decirlo todo en estas líneas, pero lo dicho basta para plantearles nuevamente: ¿Por qué no?, yo voy a decir Sí.

*Ex Concejal de Yopal


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