Por: Oscar medina Gómez*
Esto de la desgracia de los negros no es asunto nuevo. Es viejo. Aristóteles sostenía que la esclavitud era algo normal y natural. En la Edad Antigua, Media, Moderna y Contemporánea se practicó abiertamente, como parte del paisaje. Recordemos que hacinados en asquerosos barcos de carga, cálculos moderados hablan de entre 19 y 20 millones los negros y negras arrancados de África –sobre todo del África subsahariana y oriental- que perecieron de hambre, sed, maltratos físicos y enfermedades entre 1500 y 1860, cuando el comercio de la mercancía esclavista de Europa al Nuevo Mundo por poco extermina con esta raza.
Igual, durante un milenio los árabes musulmanes compraron y vendieron más de diez millones de seres humanos, originarios no solo de África sino del Cáucaso, Asia central y Europa Central y Oriental. Hoy día muchos países y gobiernos del mundo árabe son esclavistas, así quieran posar de civilizados. La India no se quedó atrás. Desde hace siglos millones de personas también han sido sometidas en ese inmenso territorio, dominado por castas. La esclavitud no tiene sexo ni raza ni condición religiosa ni edad.
Sin reparo y la más leve expresión de piedad. marinos portugueses, holandeses, españoles, franceses, ingleses arrojaron al mar millones de negros, decenas de miles aún con vida. Los tiburones se atragantaban de lo lindo hasta regodearse. Es que la creencia popular -aupada entre otros poderes por la iglesia católica- era que no tenían alma. Eran apenas animales de monte. Perros salvajes. Tal cual.
A otros 26 millones, que lograron “coronar” las costas americanas y caribeñas, desde Alaska hasta la Patagonia, les esperaba la esclavitud, el oprobio, las torturas, las vejaciones y humillaciones jamás vistas por sus ojos. De lejos, el más grande genocidio que haya conocido la humanidad. Este comercio atlántico resultó ser un fabuloso y multimillonario negocio en la colonización de América. El Nuevo Mundo reclamaba mano de obra gratis. O, si al caso, en extremo barata para su construcción.
Hoy, aunque la historia dice que la esclavitud fue abolida hace un par de siglos –en Norteamérica en 1763 y en territorio colombiano en 1852- los negros, mayormente, siguen “llevando del bulto”. Además del señalamiento, la burla, la indiferencia y el rechazo social que aún se practica, está el abandono del Estado. De ahí que lo que está ocurriendo en Mocoa y Buenaventura es apenas una reacción justa de miles de personas claramente pisoteadas en su dignidad humana por sucesivos gobiernos. Mas en un país abiertamente racista y discriminatorio como el nuestro.
Desde cuando se afincaron en la costa caribe y pacífica, la situación social de las personas de raza negra -y de las llamadas minorías étnicas- no ha cambiado en lo sustancial. Es decir, que se les respeten sus derechos laborales, políticos, religiosos, ideológicos, sexuales. Mejor dicho: sus derechos sociales, como seres humanos iguales a todos.
De nada sirve que los negros y las minorías étnicas tengan leyes y derechos. Amparo constitucional y normas contra el racismo y la discriminación racial. A los negros se les sigue aplastando con el zapato. Duro y sin compasión contra el piso. Hasta dejarlos estampillados. Como cucarachas. Así que ¿por qué carajos nos santiguamos y escandalizamos cuando los noticieros dicen que en Chocó, Buenaventura y decenas de municipios habitados por comunidades negras no hay agua potable, electrificación, alcantarillado, puestos de salud, hospitales, escuelas, carreteras, señal de televisión? Es lo normal.
No solo se les violan sus derechos civiles y político, sino laborales, profesionales y de equidad. De chiripa y con bronca el presidente Santos nombró a Luis Alberto Murillo como Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible. Lo hizo más por quedar bien con los negros que por que creyera en sus capacidades. En el Congreso sólo 2 negros tienen curul directa en la Cámara y ninguno en el Senado, donde los de color tienen que pelear voto a voto. Lo mismo pasa en las llamadas altas cortes, o en los tribunales regionales. ¿Acaso vemos allí a un negro o un indígena presidiéndolos?
Laboral y profesionalmente, la clase económica dominante, política y dirigencial gobernante del país es culpable y cómplice de las injusticias y bellaquerías que a todo momento se cometen contra los negros y las minorías étnicas. Grosero y descarado esto en una Colombia donde los afrodescendientes constituyen cerca de 5 millones de seres humanos. Siempre se les atenaza y cierra los espacios de participación, de tal suerte que quedan marginados de las instancias de poder, decisión y desarrollo a que legítimamente tienen derecho.
Somos racistas. Somos esclavistas modernos. Somos negreros, como despectivamente se pregona. No hay duda. Humillamos de acción, omisión e intención a los negros. Es así. Es un panorama desalentador que contradice las libertades humanas. Un contrasentido de la razón lógica del correcto proceder. Una triste aberración mental y comportamental que, de seguro, lo que denota es inferioridad y resentimiento. O, acaso, no es humillante cuando un afrodescendiente es sometido y castigado en el trabajo o en la calle, o en la casa con frases como negro tenías que ser, ah suerte negra, negro perezoso, el panorama está negro, los negros lloran los demás gozamos, basura negra…
No necesitamos una transformación cultural. Necesitamos es un cambio radical en nuestra manera de pensar y actuar. El desarrollo de los pueblos del mundo no puede seguir encadenado, como en los tiempos esclavistas, al color de la piel. Ese camino nos pertenece a todos. En últimas, vamos en el mismo barco.
Menas, Carabalis, Mosqueras, Lumumbas, Tenorios, Murillos, Córdobas, Arrecheas, Maturanas, están en mora para hacerse respetar. Demuestren que son arte y parte funcional y determinante del destino de esta nación. ¡No aflojar en el paro cívico en Buenaventura y Quibdó! Digo yo.
*Periodista.
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