Por: Oscar medina Gómez **
Hacinados en horrorosos barcos de carga, cálculos moderados hablan de entre 15 y 20 millones los negros y negras arrancados de Africa, que perecieron de hambre, sed y enfermedades entre 1500 y 1850, cuando el comercio de la mercancía esclavista de Europa al Nuevo Mundo por poco extermina a esta raza pura. Los marinos arrojaban al mar sus cuerpos, atragantando de lo lindo a los tiburones. Es que, dijo entonces la iglesia católica, ellos no tenían alma. A otros 40 millones, que lograron “coronar” las costas americanas y caribeñas, desde Alaska hasta la Patagonia, les esperaba la esclavitud, el oprobio, las torturas, las vejaciones y humillaciones jamás vistas por sus ojos. De lejos, el más grande genocidio que haya conocido la humanidad.
Hoy siguen condenados a otra clase de esclavitud. La del señalamiento, la indiferencia y el rechazo social. Mas en un país abiertamente racista y discriminatorio como este. Desde cuando portugueses, españoles, ingleses, holandeses y franceses los trajeron a América amarrados con cadenas como rabiosos animales salvajes, apretujados en barcos y pudriéndose entre sus propias heces y orines, la situación social de las personas de raza negra -y de las llamadas minorías étnicas- no ha cambiado en lo sustancial. Es decir, que se les respeten sus derechos laborales, políticos, religiosos, ideológicos, sexuales. Mejor dicho: sus derechos sociales, como seres humanos iguales a todos.
No obstante las minorías étnicas tener claros derechos, amparo constitucional y una reciente ley contra el racismo y la discriminación racial aprobada el año pasado –que contempla severas sanciones penales y económicas, con prisión de 1 a 15 años y multa de 15 salarios mínimos legales mensuales vigentes, a los negros y negras se les sigue apachurrando con el zapato. Duro y sin compasión contra el piso. Hasta dejarlos estampillados.
En Casanare, en Yopal, en todos los municipios –incluido Villanueva donde la población de raza negra es la más alta del departamento- a todo momento se violan sus derechos laborales. Pregunto: cuántos secretarios y asesores de los despachos del gobernador Nelson Mariño y del alcalde de Yopal Willman Celemin, por ejemplo, son de raza negra o indígena? ¡Ninguno¡ ¿Cuántos profesionales universitarios y técnicos? Voy más allá: ¿cuántos cargos del nivel directivo en organismos descentralizados como el IFC, Enerca, Indercas, Idury, tienen a un negro o una negra al frente? Hasta en aquellos puestos donde pueden meter sus intereses y la mano burocrática los “honorables” congresistas hay discriminación racial. ¿O es que en Casanare Acción Social, el SENA, la DIAN, el Fondo Nacional del Ahorro, el Incoder, están dirigidas por personas negras? De pronto por negreros. Eso sí.
Ni siquiera en el gabinete de ministros del Presidente Santos hay un negro. Obviamente tampoco un indígena. Y apenas en el Congreso 2 negros tienen curul directa en la Cámara y ninguno en el Senado, donde los de color tienen que pelear voto a voto. Lo mismo pasa en las llamadas altas cortes, o en los tribunales regionales. ¿Acaso vemos allí a un negro o un indígena presidiéndolos? El ejemplo cunde. Porque viene de arriba.
Laboral y profesionalmente, la clase económica dominante, política dirigente y gobernante del país es culpable y cómplice de las injusticias y bellaquerías que a todo momento se cometen contra las minorías étnicas. Grosero y descarado esto en una Colombia donde los afrodescendientes constituyen cerca de 5 millones de seres humanos. Mejor dicho el 11 por ciento. Siempre se les atenaza y cierra los espacios de participación, de tal suerte que quedan marginados de las instancias de poder, decisión y desarrollo a que legítimamente tienen derecho.
Somos racistas. Es indiscutible. Somos esclavistas modernos. También. Somos negreros, como despectivamente se pregona, no hay duda. Humillamos de acción, omisión e intención a los negros y negras. Es así. Es un panorama desalentador que contradice las libertades humanas. Un contrasentido de la razón lógica del correcto proceder. Una triste aberración mental y comportamental que, de seguro, lo que denota es inferioridad y resentimiento. O, acaso, no es humillante cuando un afrodescendiente es sometido y castigado en el trabajo o en la calle, o en la casa con frases como negro tenias que ser, ah suerte negra, negro perezoso, el panorama está negro, los negros lloran los demás gozamos, basura negra… Respóndame.
No necesitamos una transformación cultural. Necesitamos es un cambio radical en nuestra manera de pensar y actuar. El desarrollo de los pueblos del mundo, -Casanare incluido- no puede seguir encadenado, como en los tiempos esclavistas, al color de la piel. Ese camino nos pertenece a todos. En últimas, vamos en el mismo barco.
Menas, Carabalis, Mosqueras, Lumumbas, Tenorios, Murillos, Córdobas, Arrecheas, Maturanas, están en mora para hacerse respetar. Demuestren que son arte y parte funcional y determinante del destino de esta nación. Digo yo.
**Periodista – Especialista en Gobierno Municipal y Gestión Pública
Pontificia Universidad Javeriana