Por Oscar medina Gómez*
Ocurrió la pasada noche de navidad. Luego de repartir los regalos que Santa Claus riega a millones de niños de todo el mundo. Pobres, ricos, flacos, gordos, negros, blancos, amarillos, mulatos, aborígenes. Ese hombre legendario, de abundantes barbas blancas, mirada tierna tras sus espejuelos, bonachón y siempre rebosante de felicidad procura siempre no dejar caritas tristes ni corazones arrugados. Esa es su misión en el universo. Llevar felicidad a los niños.
La pregunta fue de Juan Simón, mi adorado, admirable, fascinante y mágico hijo de 6 años. Solos en la cocina, mientras los demás seguían regocijados por el nacimiento del niño Jesús, me miró a los ojos y me lanzó, sin titubear, esta pregunta. Bueno…quedé helado, de una sola pieza.
Pasaron segundos interminables antes de medio reponerme y entender la profundidad y alcance de semejante cuestionamiento.
Dios, le respondí, posiblemente tenga teléfono. Pero, supongo, no les revela el número a muchas personas. ¿Te imaginas a millones de seres humanos en toda la tierra llamándole a cualquier hora del día y la noche? ¿pidiéndole ayuda para saber de aquel ser amado que desapareció sin decir adiós? ¿Suplicándole, llorándole inconsolables por la salud de sus hijos, hermanos, parientes y amigos? ¿padres desesperados gritándole auxilio por un pedazo de pan para darle de comer a sus hijos? ¿hombres y mujeres rogando para curarse de esa enfermedad que les mata el cuerpo y la vida?
En silencio, sin quitarme la mirada, y claramente conmovido, Juan Simón escuchaba con atención mi respuesta. Otra vez me preguntó: Papá ¿y Dios puede solucionar todo eso tan tiste que me cuentas? De nuevo sentí frío en mi piel. ¡Claro, desde luego que sí! ¡Dios lo puede todo! Él puede acabar la miseria, el dolor, la tristeza, el sufrimiento, el llanto, las angustias que afligen a los seres humanos. Parar las hambrunas que todos los días vemos en decenas de pueblos, ciudades, países. Ponerle fin a las guerras entre los pueblos que matan no sólo miles de vidas sino de sueños e ilusiones. Darle su merecido a quienes se roban el dinero destinado para el desarrollo de las comunidades.
Con apenas pensarlo o chasquear sus dedos Dios tiene el poder de evitar que diariamente miles de niños padezcan maltratos físicos y afectivos, o sean sometidos a abusos sexuales por parte de adultos abominables y monstruosos. Él puede impedir las montoneras de niños pidiendo limosna en las calles o trabajando inhumanamente con sus pequeñas manos y cuerpos. Posee la capacidad para evitar millones de crímenes. O atajar las enfermedades que aquejan a la gente. Es capaz de acabar con la destrucción sistemática y despiadada que los seres humanos le estamos dando a la tierra, matando sus aguas, bosques, peces, aves, plantas, aire.
Y ¿por qué Dios no lo hace? Me interrumpió Juan Simón. Volvió el frío a mi pellejo. Sí. Sí lo hace. ¡Vaya que si lo hace! A toda hora, todos los días, todo el tiempo lo hace. Simplemente ocurre que la tarea que tiene es tanta, tan inmensa, tan compleja, que parece interminable. De nunca acabar. Pareciera entonces que no está haciéndolo. Pero sí.
Pero…yo no lo veo…no me doy cuenta de ese trabajo que hace Dios, refutó Juan Simón. Bueno, él tiene sus formas de hacerlo, le respondí. De lo contrario ni tu ni yo estuviéramos aquí, conversando esta noche. Hubiéramos desaparecido. No existiríamos. El trabajo de Dios es silencioso, dedicado, efectivo ¡perfecto! ¡No estamos a la deriva!
Has visto, Juan Simón, que todos los días amanece, sale y brilla el sol. Que a veces hace frío, llueve, hay calor, sopla el viento, caen las hojas de los árboles. Que el mar y las nubes nunca se van. Que cuando vuelve la noche salen miles de millones de estrellas en el firmamento, pareciendo que nos hablaran. Sabes que cada minuto en toda la tierra un sinfín de mujeres traen al mundo muchos niños, que con su llanto de luz llegan a todos los rincones del planeta. Que la naturaleza nos llena cada instante de nuevas plantas y seres vivos.
Ves que todos los días tu madre y yo –como millones en el mundo- te despedimos con un beso y un abrazo interminable en la frente, cuando vas para el colegio. Que los niños corren, comen helados y ríen en los parques. ¡Su algarabía es música para los oídos! Que las parejas se toman de las manos, bailan, cantan, se besan, construyen sueños. Que la gente va a sus trabajos, con optimismo y pensando en ser mejores.
Sí. Claro. Eso sí lo sé. De eso sí me doy cuenta papá.
Muy bien Juan Simón. Todo eso que ves y sientes es obra de Dios. Ese Dios que no vemos físicamente, pero el corazón y el alma nos dicen siempre que existe. Dueño absoluto del ayer, el hoy y el mañana. De la luz y la oscuridad. De la salud y la enfermedad. De la tristeza y la felicidad. Del éxito y el fracaso. Del principio y el fin.
Umm…ya entendí, concluyó Juan Simón. Entonces en navidad Santa Claus le ayuda a Dios a que seamos más felices ¿cierto?
Tienes razón. Santa Claus es un excelente ayudante de Dios para evitar que la felicidad y el amor se apaguen en la tierra. Para que la fe y la esperanza no mueran.
Luego de darme un beso y apretarme muy fuerte -como diciéndome no te vayas nunca- Juan Simón corrió a unirse a la algarabía de los demás. Lo vi alejarse y me pregunté ¿Dios tiene teléfono?
*Periodista