Por: Oscar Medina Gómez **
Por cuenta de los ladrones, drogadictos, apartamenteros, atracadores y el más puro y descarado bandolerismo citadino Yopal es una ciudad peligrosa. De eso no le quepa la menor duda a nadie. Bandolas completas de cacos -en su mayoría provenientes de ciudades como Villavicencio y Sogamoso- están haciendo no solo su agosto sino su enero, marzo, septiembre…y todos los meses del año.
A diario -no solo por mi condición de periodista sino por cuenta de amigos y conocidos que me informan entre miedosos e indignados lo que está pasando- me entero de uno y otro caso que a toda hora ocurren en la ciudad. Asalto a viviendas -urbanas y rurales- robo de almacenes, atracos a mano armada a ciudadanos en las calles, apertura de vehículos a los que previamente les han roto los vidrios, raponazo de celulares y joyas, ajuste de cuentas a punta de cuchilladas y balazos en las calles -a lo vendetta de malandros-, riñas frecuentes a pico de botella en los bebederos de la 40 y de las varias zonas de prostitución que tiene la ciudad…bueno. Esto es apenas parte del menú.
Ni los centros comerciales -tan tecnológica y humanamente vigilados- se salvan de la inseguridad reinante. Hace unos días el Alcaraván Plaza fue blanco del accionar de esa horda de maleantes. Un par de locales fueron saqueados. Y en el parque posterior del mismo lugar la policía prácticamente tuvo que enfrentar a bolillo limpio a un grupo de desadaptados muchachos que estaban consumiendo marihuana y licor. En el alboroto los jóvenes rufianes penetraron al centro comercial y se mezclaron con los compradores y visitantes, causando gran estupor y alarma.
Justamente los parques y sitios oscuros de Yopal -sí: nuestros parques son oscuros y a Enerca eso le vale huevo- están convertidos en puntos de encuentro para que saqueadores, viciosos, drogadictos, prostitutas, gays, transexuales y un etcétera de pelambres y personajastros se reúnan en bacanales de marihuana, bazuco, perica, licor y, obviamente, sexo. La Iguana, el parque extremo del 20 de julio -será extremo pero por su peligrosidad, no por deporte alguno que allí se practique-, el aun en construcción intercambiador vial, el parque del Resurgimiento -que queda en las narices del comando central de la policía-, las canchas de La Campiña, los parque de El Remanso y Villa Benilda, el cementerio nuevo, los alrededores de la cárcel de La Guafilla, algunos bailaderos y metederos por la carretera al Samán del Río, la vía a Llanolindo y la salida por el puente de la Cabuya y el desvió al Morro, están a merced de los malandros.
Y ni qué decir de las manadas de tragafuegos, saltimbanquis, cachivacheros, pordioseros y oportunistas que, literalmente, en los semáforos se abalanzan muchas veces amenazantes a los conductores de los vehículos en busca de monedas. Y si uno se descuida van tras relojes, bolsos, celulares, billeteras, espejos del carro, etc, etc.
Colegios insignes de la ciudad como el Braulio González, La Presentación y el Luis Hernández Vargas tienen también lo suyo. No es secreto de nada que los vendedores de drogas ilícitas se apostan a la salida de estos centros educativos para iniciar con pequeñas dosis gratuitas a los chicos. Se camuflan de vendedores callejeros de golosinas, refrescos y alimentos para sembrar el veneno metódicamente. Ahí radica la estrategia. Ellos, los estudiantes, serán mañana consumidores permanentes y clientes fijos del consumo.
¿Cuántos policías tiene Yopal? ¿70, 100, 150, 250? No lo sé. Pero lo que si se es que así la ciudad disponga de mil uniformados, a los policiales les queda muy de para arriba brindar a la ciudadanía una protección eficaz de sus vidas, bienes y honra. Si ellos no cuentan con el apoyo decidido e información oportuna de la comunidad, denunciando, vigilando y ayudando a prevenir el delito, pues simplemente no habrá pie de fuerza, ni cámaras de seguridad, ni motorizados que sirvan. Podrá la policía montar cuanto cuadrante y plan de seguridad se le ocurra. Pero si no hay receptividad y articulación con la gente, los bandidos seguirán campantes. Aquí se incluye a los miembros de las empresas de vigilancia privada y los señores taxistas.
Al coronel Narciso Martínez, comandante departamental de policía, le digo que tiene que apretarles más las clavijas a sus hombres. Exigirles mejores resultados. Exprimirlos al máximo. El objetivo es no darle tregua a los bandoleros y ponerlos a todos tras las rejas. Es imperioso minimizar, reducir lo que más se pueda la delincuencia. Reúnase con el alcalde Celemín y sincérense los dos sobre lo que está pasando. Y, claro, tomen decisiones.
Si esto no se hace, coronel Narciso, la seguridad y tranquilidad de Yopal se le va a salir de las manos. Como se le salió de las manos a su jefe máximo, el presidente Santos, la lucha contra los terroristas de las FARC, el ELN y la delincuencia organizada, que tienen otra vez en jaque varios territorios de la patria.
Insisto: la obligación de esta lucha diaria pasa por una inquebrantable responsabilidad ciudadana de cooperación con la policía. Es por nuestra ciudad. Por nuestras vidas. Si entre todos no nos pellizcamos ya, pues simplemente no nos quejemos. Dejemos así. Son los cacos. O somos nosotros. Digo yo.
**Periodista - Especialista en Gobierno Municipal y Gestión Pública
Pontificia Universidad Javeriana