Por: Oscar Medina Gómez **
Son ellos, los políticos y politiqueros tradicionales –que todos conocemos, sabemos cómo actúan y de lo que son capaces- los que han azotado, maltratado y envilecido a la ciudadanía casanareña. Son ellos quienes cual bandoleros asaltadores de caminos, vestidos de antifaz y revolver, decidieron atracar a toda costa y por todos los medios, incluso por encima de la vida de sus paisanos, el departamento. Nos heredaron un Casanare convulsionado por los horrores de la violencia armada y la corrupción política, que hoy sigue retrasadaosocio-económicamente. Como si nunca hubiera recibido los ríos de leche y miel de las multimillonarias regalías petroleras, que le han significado en la última década cerca de 9 billones de pesos. Y que no pareciera tener, en el futuro cercano, una puerta que le permita entrar a gozar de la verdadera prosperidad y tranquilidad de sus gentes.
Debo señalar que el hecho de que muchas personas-empujadas por la necesidad y conveniencia económica de un salario, o por una convicción ideológica en el menor de los casos- hayan tenido y tengan relación con ellos, no significa que estén untadas de corrupción. Y menos que pertenezcan a la misma calaña de sus jefes laborales.
Aquí la relación no es directamente proporcional, como pregonan y quieren hacer ver algunos “honorables” familiares de políticos corruptos. En su momento y en columna aparte señalaré con nombre propio a esos familiares defensores de angelitos terrenales. Por lo tanto a esas personas buenas no se les puede meter en la misma bolsa negra, mortuoria y putrefacta de los bandidos cuatreros.
Voy simplemente a reseñar los nombres que recuerdo de mandatarios y funcionarios públicos de la reciente, dolorosa, vergonzosa y asqueante historia política de Casanare. Todos, sin excepción, por hechos ciertos y públicamente conocidos están vinculados a procesos de corrupción y paramilitarismo. Muchos por hechos veraces y judicialmente probados fueron condenados a pagar prisión. Otros, en las cárceles, están a la espera de su sentencia. La mayoría, como siempre, alega su inocencia. Pero están hoy encanados. Lo curioso es que desde sus celdas mascujan y añoran el poder inmerecido que tuvieron por la vía de los votos y del delito. Faltan, eso sí, muchos y muchas –alcaldesas, alcaldes, honorables y aspirantes a ser elegidos en octubre próximo- que han sabido pasar de agache, comprando conciencias, jueces y periodistas, con tal de tapar sus delitos. Pero todo en la vida tiene su tiempo, su hora y su lugar. Los que faltan ¡también caerán!
Todos como funcionarios y manejadores de los recursos públicos tienen su prontuario negro, sucio, escabroso, ruin. Todos desde el poder se aprovecharon de su posición dominante y privilegiada y de su influencia ante la sociedad, para delinquir a su antojo. Todos guardan en sus almas una historia maldita que los convierte en escoria.
Algunos, claro, en menor grado que otros. Pero eso no los hace menos inocentes. Todos tienen una moral chicluda, gelatinosa, babosa, contaminante. Todos con cinismo desbordante espetan que su lucha fue por el bienestar del pueblo. Sus voces son mentirosas y sus lenguas bífidas. Todos poseen moral acomodaticia, malabarista, pálida.
Todos, como buitres carroñeros, clavaron sus filosos picos en las arcas públicas de Casanare. Todos vendieron su alma al diablo en procura del dinero, el estiércol de Satanás. O a Héctor Germán Buitrago alias “Martín Llanos”, o a Arroyave, o a los elenos, o a las FARC. Que son, en últimas, lo mismo. Todos hipotecaron caro el futuro de los casanareños.
Sus conciencias están manchadas de sangre y corrupción. Sangre que han causado dolor profundo e irreparable en centenares de familias casanareñas por la desaparición y asesinato de sus seres queridos. Esas cicatrices jamás se borrarán. Corrupción que, igual o peor, ha traído retraso y subdesarrollo a los casanareños, sumiéndolos en más miseria y abandono. Los carteles del delito que conformaron desde el poder político los enriqueció desmedida y descaradamente, con la complacencia de las autoridades de control administrativo, fiscal, disciplinario y penal.
Aquí va el recorderis de nuestro reciente pasado glorioso de políticos y politiqueros. Ustedes, amigos y enemigos, hagan el análisis: Ángel Pérez, William Pérez, Oscar Wilchez, Withman Porras, Raúl Flórez, Mauricio “el Patón” Jiménez, Leonel Torres, Alcibiadez Salamanca, Aleyder Castañeda, Mauricio Chaparro, Henry Montes, Raúl Cabrera, Jorge Eliécer López, Milton Álvarez. Y son más.
Si pudieran todos ellos me dirían rojos y verdes, azules y negros de la indignación y apunto de golpearme, o tal vez matarme: ¡calumnia, injuria, mentira! Señores y señoras: cuando salgan de las cárceles que hoy habitan defiendan y demuestren su supuesta honra limpia. Pero háganlo ante los ojos ciudadanos, de cara al pueblo, de frente. No amparados en esa honra moral que alegan tener, utilizándola como herramienta de defensa penal ante los jueces de la República, cuando entablan demandas ante los periodistas.
Les recuerdo que la delgada línea de entrada, el umbral que da paso y protege la honra de los funcionarios públicos y de los políticos es débil. Más chiquita y frágil que la del resto de los mortales. Ustedes, voluntaria y mente, decidieron someterse al escrutinio público de sus actos. El principio constitucional de la libertad de expresión y de opinión siempre estará por encima de los conflictos y las dudosas actuaciones en que pudieran estar inmersos los funcionarios públicos y los políticos, afectando su derecho a la honra personal. La opinión no es delito. Este está en otra parte.
¿Podrán mirar estos individuos a los ojos de sus hijos, darles un beso en la frente, abrazarlos y decirles que los aman, sin sentir que se les arruga el alma por los pecados, delitos y atrocidades que han cometido contra el pueblo casanareño? La respuesta es no. Digo yo.
**Periodista – Especialista en Gobierno Municipal y Gestión Publica
Pontificia Universidad javeriana