Por Oscar Medina Gómez *
En Colombia hay masas amorfas de menesterosos y ejércitos de sanguijuelas que aún creen en los discursitos populacheros y salvadores de los políticos de izquierda. Aplauden a rabiar a esos encantadores de serpientes y culebreros de pueblo que pregonan a los cuatro vientos que “todo es del pueblo y para el pueblo”.
La reciente historia política de América Latina tiene, grosera y lamentablemente, bastantes ejemplos de unos nefastos personajes que a su paso por el poder fueron y siguen siendo peste para sus países y subdesarrollo para la gente. Dejaron sólo huellas de atraso y dolor.
Fidel Castro y su hermano Raúl, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Evo Morales, Dilma Rousseff, Lula da Silva, Cristina Fernández de Kirchner posaron de emancipadores y se autoproclamaron como mesías galácticos. Hombres gigantes redentores de los oprimidos que bajo su tutela conducirían a sus pueblos a una vida de bienestar absoluto. A una tierra incomparable donde sólo reinaría la felicidad.
Falso. Resultaron ser unos repugnantes corruptos, donde ellos y sus familiares y cómplices cercanos -además de someter a millones de personas a pasar hambre y penurias incontables- destruyeron la economía de sus países y su poca o mucha capacidad productiva. Como en la Venezuela de hoy, causaron profundas y dramáticas crisis socioeconómicas, tragedias humanitarias, desabastecimiento alimentario, desatención total en servicios de salud, nula generación de empleo, inseguridad y crímenes por montón, tugurización… y mil males más.
Exacto: pero esos corruptos y su séquito de parientes bandidos –en coautoría con las cúpulas militares, las estructuras judiciales y los legisladores, también ladrones a nombre del socialismo- se hicieron inmensamente multimillonarios con los recursos de esos pueblos a quienes dijeron iban a salvar de las garras del capitalismo.
El salvador y dorado modelo socialista que vendían, donde la calidad de vida de los más necesitados jamás la había visto el mundo, acabó convirtiéndose en una horripilante pesadilla. En una aterradora alucinación para millones de seres humanos.
Es que esa ridícula, irrealizable, quimérica, grotesca, absurda, tonta y, ante todo, ignorante doctrina de igualdad social, sólo existe en las mentes de los imbéciles que la siguen y de los astutos que la ejecutan. Ladinos y perversos politiqueros la ponen en práctica, aprovechándose de los sueños y las necesidades de los miserables y majaderos. Acostumbrados éstos, desde luego, a ser zánganos y vividores de lo que producen y tributan los demás. A vivir gratis del “papá Estado”. Salud, educación, comida, vivienda sin costo alguno. Sin el menor esfuerzo.
Cierto es que en los países de modelos capitalistas la riqueza y desigualdad social están repartidas inequitativamente. No hay un equilibrio y proporción decentes. Pero en el socialismo la miseria, la pobreza extrema, la indigencia son el denominador común para millones de personas. Para todos los que no tienen el privilegio de pertenecer a las raleas del poder, la tiranía y la corrupción.
Tengo dudas si realmente Winston Churchill dijo que “el socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia”. Si es o no el autor de la frase poco importa. Lo trascendente aquí es que ella lo resume magistralmente. La peste que encarna el socialismo –también disfrazado con nombres como “centro izquierda” o “izquierda moderada” es tan mortal y destructiva para un país, que los miserables, los pordioseros, los marginales se reproducen a montón. Como sabiamente dicen por ahí “el socialismo ama tanto a los pobres, que los multiplica”. El lumpen se hace rey. Como plaga destructora. Claro.
Hay un personaje que encaja perfecto en ese modelo socialista. En ese arquetipo donde se mueven a sus anchas los vendedores de quimeras, los repartidores de migajas, los jinetes del subdesarrollo, los multiplicadores del hambre y el sufrimiento de la gente, los déspotas y dictadores, los defensores de los mendicantes, los corruptos y autócratas: Gustavo Petro.
Su populismo e ineptitud para gobernar con criterio gerencial -o algo de sensatez- lo demostró cuando fue alcalde. Su “Bogotá Humana” sometió por casi cuatro años a un permanente y sistemático atraso a la capital del país y sus 9 millones de almas. Promesas como la construcción de 1.000 jardines infantiles, o 100 megacolegios para los pobres, o la reapertura del Hospital San Juan de Dios, o la construcción de 70 mil viviendas de interés prioritario, o de sistemas de cables aéreos para zonas marginales, o el Transmilenio por la Boyacá o la Séptima, o la construcción de 145 kilómetros de ciclorutas, o dejar construidos 5 kilómetros de un metro subterráneo fueron física paja. Gustavo Petro le mintió e incumplió descaradamente al país.
Ahora, si usted habla con drogadictos, travestis y putas de metederos de mala muerte, ladrones, criminales, pordioseros, bazukeros, vagos y toda suerte de escoria social –que nada positivo le aporta al desarrollo del país- a una sola voz lo defienden. Es lógico: él se encargó de sostenerlos “al gratín” botándoles migajas enfundadas en programas sociales de alimentos, salud y servicios públicos, básicamente. Todo a costillas del trabajo, el sudor y los impuestos de una clase media honesta que por décadas ha sostenido la zángana vida de los “pobres”.
En un escenario quimérico –como el modelo socialista que él sueña implantar- nada bueno le traería a Colombia estar dirigida por un presidente que se ufana de haber sido amigo de Hugo Chávez. El mayor culpable de la monstruosa tragedia venezolana. Narcocriminal y cómplice de los terroristas pederastas de las FARC.
El mismo Gustavo Petro también perteneció a la bandola terrorista M 19. Causante de miles de crímenes, secuestros, extorsiones, bombas y violaciones de niños. Aquellos y este son todos de la misma cosecha. Digo yo.
*Periodista
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