Por Laura J Rey - Comunicaciones Estratégicas GAC FUTCO
Hace 22 años Henry tomó la decisión de alejarse de su casa materna, ubicada en la vereda Puerto Trujillo, cerca al municipio de Puerto Gaitán en el Meta, deslumbrado por una realidad que sólo le permitía observar aparentes lujos y excentricidades, que marcaron su vida y robaron su juventud. Hoy como una persona nueva, dedica parte del tiempo a contar su historia de vida para motivar el amor de familia como principal factor protector de la juventud en la zona sur oriental del país, y para desvirtuar los mitos entorno a la desmovilización, que aún mantienen a cientos de integrantes de los grupos armados al margen de la ley, por temor, en las filas de las Farc.
Después de haber culminado su bachillerato en la ciudad de Villavicencio este joven campesino, con apenas 19 años de edad, a petición de sus padres regresó a la finca para apoyar las pesadas labores de campo, pero al término de los primeros dos años con sus padres, la situación en el sector cambió y las labores de trabajar la tierra comenzaron a ser menos interesantes para él, dejándose seducir por un panorama aparentemente más prometedor “fue cuando comenzó bastante la influencia de guerrilla en ese sector y me comenzó a gustar mucho, yo los miraba en carros, con muchachas, aparentaban una vida bien y comenzaron a llegar a la finca, que si les vendíamos maíz, queso, y yo comencé a hablar con ellos y me decían que que hacía al lado de mis padres que no tenía ningún futuro, “camine con nosotros que nosotros podemos brindarle varias cosas a usted, allá hay mujeres bonitas, usted puede ser un comandante”, fueron influyéndome eso y me dejé convencer y fui a parar a las filas de la guerrilla”.
Dieciséis (16) largos años, toda una vida en el monte, el primer golpe de desencanto que narra lo vivió con apenas unas horas de haber tomado la decisión: “me llevaron a un campamento, eso es límites de Vichada y Meta, llegue y es muy diferente a lo que a uno le dicen, desde el momento que uno llega comienzan a regir las órdenes de las Farc,…, entonces pensé: esto no es como ellos me dijeron y ya acá adentro las cosas son diferentes”, sin embargo, el camino estaba escrito. De la vida en las Farc no le gusta hablar, solo menciona el temor a los asaltos y los bombardeos, y su constante cercanía con Dios durante esos momentos, pero en silencio para evitar reproches de sus compañeros.
La familia para Henry, fue el comienzo y el fin de su vida en la guerrilla, aún recuerda como si fuera ayer, aquella hermosa muchacha que conoció en el año 2000, mientras dictaba las reglamentarias charlas con la comunidad durante la zona de distención en el municipio de Mesetas y dentro del grueso de la gente apareció ella, en pocos meses el amor se había hecho más fuerte y la decisión de seguir la vida de él no generó un solo reparo.
En pocos años y gozando de los beneficios de su posición, una nueva vida llegaba a reafirmar su amor como un espejismo y augurio futuro, un destello de familia que apenas duró unos meses después del nacimiento de su hijo, quien fue entregado con apenas 4 meses de edad a la familia de la madre.
Aquel difícil momento fue el principio del fin, los clamores de la madre quien día y noche añoraba la compañía de su hijo, fueron más fuertes que el temor infundido durante muchos años por sus cabecillas frente a la idea de la desmovilización, y después de pensarlo una y otra vez, la decisión estaba tomada: “yo estaba por el sector de la vereda la Primavera, municipio de Uribe Meta, estaba con mis hombres, saque el pretexto que tenía que hacer una comunicación, llamar a unos civiles que trabajaban conmigo,…, dejé encargado al segundo al mando y salí con mi esposa,…, Eso lo tenía planeado desde hacía días, me contacté con unas primas que eran abogadas y vivían en Bogotá y ellas con la Defensoría del Pueblo, pusimos el sitio acordado y el día, para que ellos avanzaran y estuvieran en el casco urbano de la Julia,…, cuando estaba yo en el sitio llame y ellos me recogieron, siempre tardaron como tres horas, yo estaba en la maraña con mi esposa, azarados, nerviosos, solos, yo llevaba mi fusil, pistola, bolso de asalto; mi esposa pistola, cuando vimos la camioneta de la Defensoría, yo les había dado mis características, mi prima me reconocía, entonces salí y levanté las manos, ellos dieron la vuelta a la camioneta y de una vez eche el cargamento y para la Julia. De allí me llevaron directamente a la móvil 10, me recibió el coronel, me dijo bienvenido, después el almuerzo, porque habíamos salido en la mañana sin desayuno; ropa nos entregaron, hicieron un acta que me entregaban en perfecto estado al Ejército”.
Desde ese momento y a la fecha han trascurrido 6 años en los que ha cumplido con cada uno de los pasos de programa de desmovilización y reintegración a la vida civil. Dentro de su nueva vida nuevos retos comenzaron a surgir, como el recuperar el tiempo perdido con sus hijos: el pequeño con ahora 13 años, una joven producto de otra relación dentro de las filas guerrilleras con 21 años y un nuevo integrante con apenas 20 meses, hacen parte de esta nueva etapa. Su anterior socia, ahora esposa termina de cerrar el ciclo que alguna vez pensó imposible y que hoy gracias a su decisión es una realidad. Pero su misión no ha querido resumirla a seguir con su nueva vida, su historia ahora hace parte de un difícil trabajo que en esta oportunidad decidió realizar en el municipio de La Macarena, zona en la que alguna vez militó de forma ilegal, esta vez de cara a las víctimas, a la realidad que las familias de esta región vivieron y aún recuerdan con lágrimas en su rostro.
Su vida no tendría sentido sin que su historia sirviera de ejemplo para que cientos y ojalá miles de jóvenes la tomaran como evidencia para evitar que tomen la decisión de irse a las filas de los grupos ilegales, para que los padres estructuren pautas de crianza enfocadas en el amor y el apoyo a sus hijos, y para que sus ex compañeros dejen de lado el temor y entiendan que el gobierno cumple y que existe una nueva y mejor vida lejos de las armas.
Ese es el verdadero sentido de su historia, que hoy evidencia un proceso de paz y reconciliación en curso, de la mano con las instituciones del estado y con la comunidad, de cara al perdón y a la construcción de nuevas dinámicas sociales que nos permitan a futuro convivir como Colombianos, quitándonos de encima los estigmas, rencores, culpas y demás huellas que dejaron en nuestras vidas, las malas decisiones propias y ajenas.
Henry logró compartir por espacio de cinco días con los residentes de La Macarena, las actividades de la Jornada de Paz y Reconciliación, conversó con algunas víctimas, narró su historia en busca del perdón y del ejemplo y comenzó a hacer parte del proceso de reconstrucción del tejido social que desde hace más de 13 años viene adelantando la Fuerza de Tarea Conjunta Omega, en cabeza de su Fuerza de Despliegue Rápido, en ese prometedor municipio del Meta.