Por Oscar Medina Gómez
Habló el pueblo. El triunfo del NO en el plebiscito convocado por el Presidente Juan Manuel Santos, es un mensaje y orden categóricos al primer mandatario: no queremos su paz sucia e impune con unos criminales que han azotado a miles de colombianos, bañando de sangre y dolor la Patria por más de cinco décadas.
Anhelamos y defendemos la paz y la convivencia social. Claro. Pero siempre y cuando haya castigo del Estado para los verdugos de por lo menos 225 mil hombres, mujeres, niños y ancianos que han sido victimizados por esos delincuentes. Queremos reparación justa para las decenas de miles de familias, a quienes unas bestias terroristas armadas con fusiles, machetes y tatucos de dinamita les arrebataron no solo los sueños sino la vida.
Santos –quien confiaba a ojos cerrados que su discurso rosa y palomas doradas de la paz iba a ganar arrasadoramente con el SI- ha recibido un puñetazo directo en la cara. Se lo dimos con gusto millones de colombianos sensatos, que no nos dejamos enredar por sus cantos de sirena. Cantos falsos que no son otra cosa que silbidos de serpiente venenosa. No valieron los liquiliques blancos con los que se disfrazaron los terroristas farucos y los presidentes latinoamericanos que asistieron al circo presentado en Cartagena el pasado 26 de septiembre dizque para la “firma de la paz”. No fue suficiente el perdón tardío y las lágrimas de cocodrilo derramadas por los alias Timochenko, Iván Márquez, Pablo Catatumbo y otros pederastas. No valieron los 66 mil millones de pesos que nos ha costado este circo con las Farc, luego de 4 años de sainete.
No obstante los incontables recursos públicos que desvió el gobierno para hacerle publicidad al SI –negándole esa posibilidad a los promotores del NO, para competir en igualdad de condiciones económicas- el pueblo no tragó entero la parafernalia. El show, el teatro que por 4 años se montó desde La Habana, queriéndonos vender e inyectar por los poros el mensaje de que la paz Santos-FARC es algo así como un paraíso celestial en la tierra fracasó estrepitosamente. Y hunde más en el fango al mentiroso presidente que tenemos.
Por causa de las Farc, hay mucho dolor y amargura incrustados en el alma de Colombia y los colombianos. Cifras –si se quiere caprichosas, pero que nos pueden acercar a la verdad- hablan de que esa manada de terroristas es la causante de por los menos 225 mil muertos (185 mil civiles y 40 mil militares entre policías y soldados). Casos claramente documentados. De 44 mil secuestros, donde las víctimas fueron mayoritariamente asesinadas. Y, obvio, sus familias extorsionadas económicamente, haciéndoles creer que sus seres amados seguían con vida. Produjeron 13 mil víctimas de “minas quiebrapatas” sembradas en nuestros campos. Si no murieron, por lo menos la mitad de esos seres humanos quedaron mutilados.
Sólo entre 1998 y 2003 las Farc cometieron 18 mil casos calificados como de lesa humanidad. Reclutaron y violaron salvajemente a por lo menos 15 mil niños. Lo mismo hicieron con 9.500 mujeres y hombres de más de 15 años. Torturaron y desaparecieron a 25 mil almas. Ejecutaron 2016 masacres, simplemente porque creían que tal o cual poblado era un bastión “paraco” o soplón de las fuerzas militares. Destruyeron 350 municipios del país, a punta de metralla, cilindros bomba, y tatucos de dinamita. En 52 años causaron el desplazamiento de 5.9 millones de personas, que tuvieron que abandonar de la noche a la mañana sus humildes hogares. Correr para no morir.
Ahora, las incalculables fortunas ilegales que poseen los altos dirigentes farucos –sus hijastros e hijos estudian en las mejores universidades del mundo- son tema prohibido para el gobierno santista. El presidente sabe en detalle que esos terroristas tienen centenares de millones de dólares representados en miles de hectáreas de tierras cultivables, cabezas de ganado, edificios, empresas, acciones bancarias, joyas y un largo etcétera. No menos de 100 mil víctimas, han sido despojadas de sus patrimonios no solo en bienes raíces, sino en dinero en efectivo e inmuebles de todo tipo. Al tiempo, el monumental e ilícito negocio del narcotráfico los ha enriquecido groseramente. Pero en complicidad con ellos, Santos no levanta su voz para denunciarlos ni los señala con su dedo acusador.
Toda esta resumida pero repugnante historia y herencia de horror diabólico de las Farc la quiere dejar en la más completa impunidad el presidente Santos. Premiar el terrorismo y los terroristas con la careta idílica de su paz tramposa y cínica. Disfrazándose de pueblo, está empecinado en convalidar los acuerdos pactados en La Habana, creyendo que somos imbéciles y tragamos sin masticar.
Si algo le queda de dignidad y respeto en el cuerpo y en el alma por los colombianos, Santos debe dar un timonazo. Replantear integralmente lo firmado con los terroristas de las Farc. Dejar su egocentrismo y megalomanía en busca del Nobel de Paz. En lo que se pacte nuevamente –con el concurso y aportes de la oposición que encabeza el expresidente Álvaro Uribe Vélez- le exigimos un componente sagrado: ¡justicia! Esta palabra lo reúne todo.
De lo contrario le seguiremos votando NO a sus plebiscitos, referéndums, consultas populares o como se le quiera llamar al mecanismo constitucional que se acuda. A él o a cualquier otro que pretenda creernos pendejos. Digo yo.
**Periodista
(Las cifras son del informe “Basta Ya. Colombia memorias de guerra y dignidad. Centro Nacional de Memoria Histórica”. Los datos están documentados desde 1955)