Por Leonardo Puentes*

Durante los últimos meses nuestro departamento y el país se han visto seriamente cuestionados por los resultados de diversos estudios que confirmarían lo que muchos hace rato venimos discutiendo, pero por algún motivo parece no hacer eco en los más altos niveles de decisión pública. El futuro de nuestro país permanecerá en entredicho si no corregimos inmediatamente el rumbo en materia de preservación de nuestro patrimonio ambiental y damos un giro radical al manejo de la educación de nuestros hijos.

El informe presentado a mediados del año anterior por la Contraloría General de la República, ‘Minería en Colombia: Fundamentos para superar el modelo extractivista’, puso sobre la mesa varias conclusiones que se ven claramente reflejadas en un departamento como Casanare: ´La ausencia de medidas claras desde lo ambiental, social, cultural y económico, sumado a la gran proliferación de títulos mineros, de solicitudes en curso y la declaratoria de áreas estratégicas mineras en varias regiones del país, además de la ausencia de mecanismos de evaluación adecuados, están poniendo en riesgo la base natural del país y ocasionando serios problemas a las comunidades asentadas en esas áreas’.

A esta gran debilidad institucional para controlar la extracción de nuestros recursos naturales NO renovables, se sumarían las violaciones a los derechos humanos, que en un 35% del total nacional ocurren, en zonas de extracción minera, además de los altísimos niveles de contaminación generados por los diferentes tipos de explotación, convirtiendo al país, en palabras de la Contraloría, en ‘un exportador neto de materias primas y acumulador de residuos contaminantes’. De acuerdo con el informe producir una tonelada de carbón genera 10 de desechos tóxicos, cada gramo de oro demandaría el uso de 1.160 litros de agua y, como ya lo tenemos claro para nuestro caso, por cada barril de petróleo extraído del subsuelo casanareño, se estarían contaminando 9 de agua dulce, con todas las posibilidades de potabilización para el consumo futuro de nuestra población.

Ahora bien, contrastar estos datos con los resultados arrojados por las famosas pruebas PISA de educación, que miden cada tres años la capacidad intelectual de los jóvenes de 15 años en todos los rincones del mundo, en las cuales ocupamos el puesto 62 entre 65 y donde además quedó evidenciado que no existe diferencia significativa entre el nivel de la educación pública y la privada en Colombia (no existiría tal ‘élite intelectual’), pero sí persiste una brecha de género considerable (es decir, un rezago en el nivel cognitivo de nuestras niñas), así como un gran desequilibrio entre la formación urbana y la rural, resulta francamente escalofriante.

Y la puntada final no la da el informe de maternidad del DANE presentado la semana pasada. Cerca de 6 mil niñas colombianas entre los 10 y los 19 años dan a luz cada año. En 2013 Casanare aportó más de 1.500 de estos casos, dentro de los cuales 76 fueron menores de 14. El escenario no puede menos que ponernos a pensar en un nombre para toda esta escena trágica de nuestra realidad. Si no hay una apuesta seria y honesta de cambio de la sociedad colombiana en su conjunto, el único que se me viene a la cabeza es el que usara nuestro reconocido director de cine Víctor Gaviria en la película que lo dio a conocer hace dos décadas, esta vez con el país como protagonista: ‘Colombia D No Futuro’.

ADENDA: Hace rato que no me estremecía tanto una película como ‘No se aceptan devoluciones’. Hermosa. Padres llevar pañuelo. Valga decir que da mil razones para seguir desafiando al futuro.

*Concejal de Yopal.