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No votaré por Santos

No votaré por Santos
Por: Oscar Medina Gómez *

Como millones de colombianos, el domingo 25 de mayo no votaré por la reelección de Juan Manuel Santos Calderón. ¿Razones? Infinitas. No me alcanza el espacio de esta columna para exponerlas. Ni los de muchas columnas. Intentaré hacer una rápida radiografía.

Hoy las locomotoras santistas están -si no paradas- oxidadas. Van a muy lenta marcha porque sus calderas jamás tuvieron carbón suficiente. Fueron más virtuales que reales. La apocalíptica locomotora minero-energética, tiene arruinados no solo a los campesinos sino a miles de hectáreas otrora productivas; el sector agropecuario está quebrado por unos TLCs claramente desventajosos, que registran una balanza comercial desfavorable para el país (es más lo importado que lo exportado), sumado a que la técnicas de producción rural siguen en el medioevo y el grueso de los campesinos viven en condiciones de pobreza.

El superprograma de vivienda gratis no pudo entregar sino 53 mil casas y apartamentos a medio terminar. No las 100 mil unidades que alardeaban los bufones desde el Palacio de Nariño, Germàn Vargas engañando montunos y los medios de comunicación arrodillados por la pauta. La locomotora de la infraestructura es la más fracasada. La inmensa mayoría de las carreteras siguen a la espera de su modernización con las tales autopistas 4G. De los puertos marítimos ni hablar. Su capacidad de cargue y descargue y tecnología es superada hasta por Bolivia (que no tiene mar). Y la política gubernamental de ciencia y tecnología la basó el ministerio en la entrega de tablets y kits escolares. Olvidaron los sabios de la corte que toca destinar generosos y robustos recursos para la investigación científica en las universidades.

Esto en cuanto a las fracasadas locomotoras. Porque hay más motivos para no apoyar la reelección de Santos. Uno específico -que va a pesar mucho en contra del presidente- es la nefasta reforma a la distribución de las regalías, que se apoyó en el fraudulento mensaje de que la mermelada se iba a distribuir mejor en el pan. Asunto este falso, porque en regiones pobres y abandonadas, el progreso tampoco se ha visto después de la reforma. Caso Amazonas, Chocò, Vichada, Atlántico, Guaviare.

Con decenas de congresistas reverenciándolo, como presidente Santos fue el principal promotor de esa reforma. Que significó un atraco faraónico y despiadado a departamentos productores de recursos minero-energéticos -como Casanare, Meta, Arauca con el petróleo y Cesar con el carbòn- que hoy tienen reducidos sus presupuestos a menos de la mitad de lo que recibían en 2012. Y el bajonazo seguirá gradualmente, hasta el 2015 cuando si al caso llegarán por regalías entre un 16 y un 20 por ciento de lo que se recibía.

La reforma a la Justicia quedó grabada en la memoria colectiva de los colombianos como la desvergüenza más grande que hayamos presenciado. Por eso al mismo Santos -pidiendo casi perdón- le toco hundirla. Era un contubernio, una cópula entre congresistas y magistrados corrupt@s, donde totos con todos se tapaban delitos y se pagaban favores.

También a Santos le faltaron cojones para parársele al dictadorzuelo Daniel Ortega -presidente de Nicaragua- cuando se conoció el fallo de la Corte Internacional de La Haya. En un abrir y cerrar de ojos los colombianos perdimos cerca de 90 mil kilómetros cuadrados de mar territorial en el Caribe. Faltó un presidente que se hubiera parado en la raya e impedido con autoridad tamaño despojo. Estoy seguro que nación alguna hubiera admitido esa humillación. Santos -desconociendo la dignidad y orgullo patrio- lo permitió.

Pero hay una razón transversal, de fondo, que definitivamente significará la derrota del presidente: querer negociar una paz impune, humillante y vergonzante para la Patria, con los narcoterroristas que de las FARC y del ELN. Cuando a gritos los colombianos mayoritariamente estamos en desacuerdo con las oscuras negociaciones de La Habana.

Las cosas hay que llamarlas por su nombre. Esos bandoleros son los responsables de los crímenes más atroces que recordemos los colombianos en toda nuestra historia. Des hace medio siglo una manada de criminales -que se autodenominan luchadores del pueblo- se convirtieron precisamente en el azote del diablo para generaciones de familias enteras. Sin importar la edad y con la más fría crueldad, han asesinado los sueños y las esperanzas de miles y miles de honestos hombres y mujeres.

Y Santos -en su obsesionado afán megalómano reeleccionista- está hoy sometido a las veleidades y exigencias farianas, en un proceso habanero donde lo único que falta es que Colombia pase a llamarse República Fariana de Tirofijo. El presidente se burla, irrespeta y mira con indiferencia mezquina el dolor, llanto, honra y dignidad de las decenas de miles de familiares víctimas, causadas por las FARC.

Las palabras son nuestros mejores jueces. En la campaña que lo hizo presidente hace cuatro años, recuerdo a un Santos diciendo “Yo no negociaré con narcotraficantes y menos con terroristas”. Debe ser entonces que para él las FARC -el mayor cartel de drogas del mundo- están conformadas por ilustres e inocentes ciudadanos, que filantrópicamente luchan por el bienestar de los más desposeídos.

A Santos es al único que no le corre brisa por la piel cuando sonriente dice que le gustaría ver de congresistas, o alcaldes, o gobernadores, o embajadores, o ministros a terroristas de la talla criminal de alias Márquez, Granda, Paris, Calarcà, Santrich, Fabián Ramírez, Trinidad, Salcedo, Zamora, Pascuas. El presidente también estaría complacido de ver a la drogadicta holandesa Tanja como cancillera ¿Por qué no?

Por la paz nos la jugamos. Pero en un juego limpio. Honesto. Justo. Sin dobleces ni cartas marcadas o bajo la manga. Donde no se mancille la Patria. Santos no es la paz. Es la impunidad. La injusticia hecha legalidad. Mi voto entonces será por Oscar Iván Zuluaga. Digo yo.

*Periodista


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