Por: Oscar Medina Gómez **
A mí me pasa lo que a millones de colombianos: al ver un policía en vez de sentirme seguro y protegido, siento es temor acompañado de desconfianza. Nunca la policía me ha significado autoridad, respeto y menos seguridad ciudadana. Veo en esos uniformados de verde a unos peligrosos sujetos armados con bolillos, revólveres, pistolas y ametralladoras. De a pie, en caballos, en motocicletas o en patrullas a su paso intimidan. Aterrorizan a la gente con su sola presencia. Uno sabe que no te darán la mano para salvarte del abismo. No. Te darán una patada para empujarte al fondo.
Todo lo contrario a lo que en el mundo entero es y debe ser la policía: un orgullo y modelo a seguir de servicio ciudadano a la Patria. Una respetadísima institución -creada en Colombia hace 125 años- dizque para bien de la gente. Para que el ciudadano se apoye en ella cuando lo necesita. Para que le sirva de orientación y le ayude a salir de situaciones apremiantes. Para que, por ejemplo, le ayude a pasar la calle a un inválido o a un viejito. O a cuidar de que no me vayan a robar el dinero que acabo de retirar de un cajero automático. O a impedir que los ladrones me roben el auto o rompan sus cristales. ¡Pamplinas! Nada de eso. Todo es pura y total fábula.
Desde siempre los colombianos nos hemos tenido que aguantar y tragar entero que la Policía Nacional esté contaminada y habitada por bandoleros, corruptos y pervertidos sexuales. Los casos de corrupción, por ejemplo, no son nuevos. Sin ir muy lejos, desde 2014 a la fecha han sido destituidos más de 300 efectivos y capturados otros tantos, entre oficiales y suboficiales, por diversos delitos. Robo de armas; tráfico de estupefacientes; complicidad con bandas extorsivas y de secuestradores; filtración de información y operativos a los terroristas de las FARC o del ELN o a la delincuencia común (el caso de la toma de la isla de Gorgona en 2014, donde murieron 2 policiales es aberrante).
Asesinato de menores de edad en las mismas estaciones (lo ocurrido con Sandra Catalina Vázquez en 1993, que con solo nueve años de edad fue violada, estrangulada y asesinada por un policía en la estación Germania de Bogotá, donde iban y venían por sus pasillos por los menos 200 uniformados en el momento de los hechos, sigue taladrando el alma); encubrimiento y manipulación de pruebas sobre crímenes cometidos por la policía (en 2011, por pintar un grafiti, fue baleado por un uniformado el joven bogotano Diego Felipe Becerra. El general Francisco Patiño y el coronel Nelson Arévalo todo el tiempo defendieron al asesino Wilmer Alarcón. Una vergüenza)
A pesar de las “exhaustivas investigaciones”, destituciones y condenas, la gran mayoría de estos y otros hechos han quedado en la impunidad. O, para morirse de la bronca y ser víctima de las fragilidad y complicidad de nuestro aparato judicial, los delincuentes policiales han pagado con apenas 10 años de cárcel. Así ocurrió con Diego Fernando Valencia Blandón, la bestia criminal que acabó con los sueños de Sandra Catalina.
Por eso no me sorprende el borbollón en que está metido el “generalísimo” Rodolfo Palomino, hechos por los que se vio obligado a renunciar al cargo de Director de la Policía Nacional de Colombia. Tendrá que demostrar que no es un corrupto y que no hay nada sucio en la compra, a precios ridículos, de unos bien avaluados terrenos en Fusagasugá (crecimiento injustificado de su patrimonio). Pero el “bigotudo y machote santandereano” Palomino también verá cómo sale airoso frente a las acusaciones por seguimientos e interceptaciones ilegales contra periodistas (chuzadas a Vicky Dávila, Claudia Morales y otros).
De ñapa el país está esperando que también “el generalísimo” deje limpio su nombre y su trasero, por las acusaciones de complicidad, tolerancia, omisión y hasta participación activa en la “comunidad del anillo” (entiéndase del orto). Las sofocantes revelaciones del coronel Reinaldo Gómez y del capitán Anyelo Palacios (y vienen más) con un alto contenido de novela pornográfica, lo dejan muy mal parado. A mí no me escandaliza que, en teoría el general Rodolfo Palomino sea cacorro, marica, homosexual o como le llamen. Ese no es el centro del remolino. Bien puede hacer con su cuerpo y su privacidad sexual lo que se le antoje. Lo que sí es un delito es que se le compruebe que su silencio fue cómplice para que la “comunidad del anillo” hay prostituido a decenas de cadetes, llevándoselos en bandeja de plata a los “honorables congresistas”, so pena de echarlos de la institución.
Ahora, respecto de las inclinaciones sexuales del excongresista y exviceministro del Interior Carlos Ferro -quien se vio obligado a renunciar sin pataleo un día antes que Palomino- pienso lo mismo. Pero aquí sí critico la actuación periodística de Vicky Dávila, ex directora de La FM de RCN. Ella –que también fue obligada a renunciar- no debió revelar públicamente el sucio video de Ferro y el capitán Anyelo Palacios (un policía a todas luces corrupto y traicionero), donde se escuchan frases como “a ti te gusta el huevito”.
Explícitamente hablan de su relación homosexual. En su afán noticioso y de audiencia, la Dávila no sólo violó terrenos estrictamente íntimos y personales, sino que le causó a la familia de Ferro un tremendo trauma y dolor. De hecho, será demandada penalmente. Es que el video como tal no prueba, ni mucho menos, que Ferro haya sido cómplice de la “comunidad del anillo”. Eso lo tiene que investigar la Fiscalía. El video solo deja ver los subidos coqueteos y propuestas sexuales de dos personas mayores de edad. Como lo hacen en privado millones de personas en el mundo. Y que yo sepa, eso no es delito.
Por supuesto que debe haber miles de policías honestos y que de verdad sirven al país y a los ciudadanos. Pero eso de que el general Jorge Hernán Nieto –sucesor de Palomino- va a recuperar la honestidad, ética, dignidad, credibilidad y respeto en la Policía Nacional es puro cuento.
El desprestigio de esa institución es total. Para millones de colombianos los policías no son más que viles delincuentes. Socios del hampa de callejón disfrazados de patriotas. Parceros del sicariato. Líderes de bandolas organizadas de cacos, hampones y criminales. Desde generales hacia abajo están podridos. ¿Qué podemos esperar entonces de un simple y raso patrullero? No me crean tan marica. Digo yo.
*Periodista
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