Por Laura Camila Cristancho*
En la actualidad, tras años de lucha por la reivindicación de los derechos para el sexo femenino, se cree que la mujer puede participar, trabajar y hacer parte de la sociedad justo tal y como lo hace el hombre. Sin embargo, la discriminación hacia el sexo femenino sigue siendo una constante en el diario vivir, un aspecto que pone en desventaja a la mujer y que se evidencia en cuestiones como el acceso a la educación, el mundo laboral y la participación política.
Además de los problemas relativos a la equidad en el acceso a todo tipo de oportunidades, al día de hoy en un mundo -en teoría- civilizado, las mujeres y niñas de todo el planeta tienen que enfrentarse a todo tipo de situaciones de violencia tanto física como psicológica, abuso, explotación y tratos denigrantes que les privan del pleno ejercicio y cumplimiento de sus derechos.
Lo anterior, como efecto derivado de una cultura machista fuertemente arraigada y una mentalidad extendida tendiente al sexismo, que se pone en evidencia con la desigualdad de género y las impresionantes cifras que se presentan anualmente a lo largo del globo, de mujeres maltratadas, asesinadas, amenazadas y en situación de riesgo.
Es así, como en un mundo moderno, culto, evolucionado y alejado de lo arcaico y lo bárbaro, se sigue presentando una de las formas de violencia más escabrosas, aterradoras y denigrantes que pueda existir: la violación sexual. Prueba de ello son las 21 niñas que, a diario, son agredidas sexualmente en Colombia, en episodios igualmente indignantes como el de Yuliana Samboni, la niña de 7 años que fue raptada, estrangulada, torturada, violada y asesinada en diciembre del año pasado.
De otro lado, parte de la problemática social que implica la violación sexual, es el que indudablemente, este tipo de sucesos ameritan total y absoluto repudio por parte de la sociedad. Sin embargo, resulta curioso el que, frente a este tipo de casos, en lugar de apoyo a la víctima y rechazo para con el victimario, la sociedad intervenga para justificar el que una persona abuse de otra sin consideración alguna, como si se tratase de un objeto del cual pueden disponer a su antojo con toda libertad y de la forma más asquerosa posible.
Y eso, no es una realidad precisamente “distante” o “marginal” respecto a la nuestra, y si no recordemos el debate y polémica que suscitó en el mes de febrero del año pasado el feminicidio de dos turistas argentinas en Ecuador, que fueron drogadas, golpeadas, violadas, asesinadas y empaladas por dos hombres. Lo polémico no fue el hecho de la violación, el debate surgió a raíz de la posición de muchos, que en lugar de indagar por los victimarios, se volcaron a las redes sociales para preguntarse cómo iban vestidas, por qué estaban sin compañía, qué habían hecho para provocar a los violadores y cuestionarse por la culpabilidad de las mujeres asesinadas por “propiciar” su violación al ponerse en riesgo por decidir viajar solas.
Como si viajar sola o acompañada, vestir de un modo u otro justificara una violación, como si una víctima de violación fuese responsable de la conducta perturbadora del agresor, como si la vida de las mujeres girara en torno a un pene y la provocación de los dueños de los mismos, como si por ser mujer y hacer ejercicio de la supuesta libertad de la que gozan todos los seres humanos se fuese por la vida buscando ser violada o agredida.
Claramente, hablar de equidad de género resulta ser un absurdo cuando situaciones escabrosas como la anterior son respaldadas socialmente. No es posible justificar a un violador y punto, no hay razón válida. Independientemente de cómo una mujer actúe o no, ello no justifica la agresión, el violador tiene una responsabilidad que no puede ser evadida o justificada. ¿Por qué no nos preocupamos más por educar y forjar el respeto hacia los demás y menos por juzgar basados en estereotipos ridículos y denigrantes? Toda forma de violencia vulnera los derechos de la víctima y nada la justifica, eso es todo, no hay lugar a excusas y para el comportamiento del agresor, y eso es algo que como sociedad debemos asumir conscientemente.
Hasta aquí, cabe afirmar que en general, los estereotipos, agresiones, maltratos y formas de discriminación por razones de género, se apoyan en una ideología machista y sexista que es apoyada y perpetuada por el colectivo social. Y que acaba por joder a las mujeres, pues les priva del respeto a sus derechos, del ejercicio de su libertad, las agrede, subvalora y las pone en desventaja frente al sexo opuesto y el papel que desempeñan en la sociedad.
Respecto al sexismo cabe resaltar que es habitual el que este sea entendido y socialmente aceptado como una actitud de prejuicio hacia las mujeres, caracterizada por la hostilidad y precisamente debido a dicha “hostilidad”, se cree que incide como factor único detonante de la agresión contra el mal llamado “sexo débil”.
Sin embargo, eso no es del todo cierto, puesto que el sexismo no se limita al engrandecimiento de los hombres y al trato peyorativo y despectivo del sexo femenino; además de eso, se encarga de mantener ciertos roles y estereotipos sociales de carga subjetiva, parcialmente “positiva”, como el que la mujer requiere de protección, atención, acompañamiento, cuidado y cariño, por, supuestamente, ser el sexo débil y merecer respeto. Así, tanto el sexismo hostil y sus actitudes negativas, como el sexismo “positivo”, se complementan y ambos acaban por justificar la violencia, al procurar mantener los estereotipos sociales respecto al rol de cada género, las funciones de cada uno y las relaciones de poder existentes entre los mismos.
Hasta aquí es claro que el panorama respecto al estado de la equidad de género es preocupante. Hoy, 8 de marzo, el día que se conmemora a la mujer, la lucha por su participación y su desarrollo íntegro como persona y 109 años después de que en Nueva York 130 mujeres murieran luchando por sus derechos, en materia de igualdad, inclusión y respeto por el sexo femenino aún falta mucho.
No se puede olvidar que la igualdad entre ambos sexos no se reduce a la equidad, va más allá, es una cuestión de justicia y de respeto por los derechos humanos. No basta con tener derecho a votar, con estar vivas, el objetivo es que todas las niñas y mujeres del mundo puedan tener una vida digna, libre de violencia por el hecho de ser mujeres, de acoso sexual y acoso callejero, violaciones, brecha salarial, estereotipos y estigmas. Por eso, el 8 de marzo más que una fecha para ratificar el machismo, alagar y reconocer a la mujer como figura maternal, dócil y delicada, debería ser una oportunidad para clamar por el fin de la violencia contra la mujer y la negación de sus derechos y libertades.
*Estudiante casanareña de Comunicación Social y Ciencias Políticas U. Javeriana.