Juan Carlos Niño Niño*
Alguna vez el entonces representante a la Cámara del Vichada Julián Silva me dijo que el Ex representante José Gímber Chávez Tibaduiza había muerto mucho tiempo antes de su deceso físico. Y era cierto. A mediados de los noventa, el pueblo de Casanare decidió no reelegir para la Cámara al hombre del sombrero habano Hilton (En ese entonces, los casanareños reeligieron a Helí Cala López y le dieron la oportunidad al prominente joven político Julio César Rodríguez). Eso lo acabó. Sin duda alguna. Su vida no fue la misma. Fue el inicio de un declive físico y emocional.
A Gímber Chávez lo conocí a inicios de la década de los noventa, cuando se lanzó por primera vez a la Cámara como cabeza de lista. Era un hombre imponente. Todo un cacique político. Sufría de sobrepeso. Siempre vestía de blanco, incluido un sombrero blanco borsalino. Parecía a esos imponentes barones del clan Ochoa (nunca tuvo nada que ver con ningún negocio ilícito). Impecable. Pantalón de dril y camisa guayabera. Usaba un lujoso reloj de oro. Sudaba a chorros. No descansaba ni un segundo. Era hiperactivo. El tono de su piel era blanco y rojizo. Su rostro era redondo. Abultado. Ojos diminutos y rasgados. Una amplia y generosa sonrisa, que delataba una dentadura perfecta.
El directorio de “Convergencia Liberal” en Yopal estaba a reventar (en donde abundaban los afiches de su amigo y mentor "Samper, Presidente"). Quedaba en la calle 9 con carrera 21 (Al frente de la tienda "La esquina del movimiento").
Gímber Chávez atendía desde un monumental escritorio, con un infaltable asistente que de vez en cuando lo conectaba con el planeta tierra (era dado a distraerse y caer en un monasterial ensimismamiento), quien logró hacerle fijar su distraída mirada en mí (un muchacho pálido y lúgrube de 19 años, quien lucía una camiseta negra con murciélagos amarillos de la saga de Batman), para decirle que era el hijo de Julio Roberto Niño Páez, el exdirector de la Casa de la Cultura quien se había accidentado un par de años atrás. Quihubo, mijo - me dijo con ese vozarrón de cacique político. Me extendió la mano y con cierto entusiasmo me dijo que había sido muy amigo de mi Padre.
Esa vez le comenté que entraba estudiar Comunicación Social en la Universidad de la Sabana, y que requería de su ayuda para una beca o financiación de mis estudios en Bogotá, a lo que inmediatamente me dijo que no tenía ningún problema en ayudarme, si me comprometía en no apoyar el movimiento de "la Séptima Papeleta", que posteriormente daría paso a la Constitución Política de 1991, “porque la juventud desafortunadamente quiere acabar con el Congreso, en donde se hacen muchas cosas buenas que el País no conoce” (con el tiempo entendí la sabiduría de sus palabras, porque el Congreso aporta mucho más a la Nación de lo que comúnmente creen los colombianos).
Me comentó que hasta ese momento era suplente de un Representante de Boyacá, y que no era justo que ahora que iba a llegar por primera vez a la Cámara como principal, los estudiantes de la constituyente terminaran por revocar al Congreso que en un par de semanas iba a ser elegido por el pueblo colombiano. Entre carcajadas con sus asesores y asistentes me dijo que el “turco” (Alí de J Dalel) no le importaba que revocaran el congreso porque llevaba un par de períodos en el Congreso, pero como yo hasta ahora entro…".
Fue el inicio de una lejana pero cálida amistad con el barón político del norte de Casanare. Fue el primero que a inicios de los noventa me firmó una autorización para entrar al Edificio Nuevo del Congreso (que ha sido mi casa por más de veinte años), en donde su oficina se convirtió en mi salvación cuando se me agotaban los escasos recursos que de Yopal me giraba mi Mamá, con la esperanza de encontrar al Parlamentario para que en calidad de préstamo me facilitara siempre cinco mil o diez mil pesos (no sobra decir que nunca le pagué), diera la orden para que en la fotocopiadora del Congreso me sacaran gratis los voluminosos libros de "Diseño y remodelación de periódicos", o me dejara utilizar la máquina eléctrica de escribir para redactar mis primeros ensayos para la materia de español en segundo semestre, no sin antes confesar que su despacho se convirtió en un refugio de las enormes dificultades que enfrenta un estudiante sin plata en Bogotá, hasta tal punto que incontables veces le "gorrié" el almuerzo a él y a los funcionarios de su Unidad Legislativa.
A esto se sumó que me dio dos "auxilios parlamentarios" para pagar algunos semestres de la Universidad, cuando la figura era totalmente permitida por la Constitución de 1886 (menos mojigata y más realista que la actual), lo que él comentaría más tarde cuando inició su doloroso declive personal y político, resaltando siempre que yo era un claro ejemplo de superación personal, porque conocía de primera mano la difícil situación económica que afrontamos con mi Madre ante la trágica desaparición de mi padre en un accidente de tránsito.
A Gímber Chávez se le conoció en el Congreso por su sensata y brillante oratoria, en donde siempre se le escuchó su sólida propuesta de convertir a Casanare en Departamento, cuando la anterior Constitución dividió de manera impune a la Media Colombia en Intendencias y Comisarías, o como cuando su gestión fue definitiva para incluir la electrificación de Casanare en el Plan Nacional de Rehabilitación (PNR), sin dejar de mencionar su aporte definitivo para que las regalías de las entidades productoras de petróleo ascendieran a una participación del 20 por ciento (algo similar a lo que ahora busca el Representante Jorge Camilo Abril Tarache, con su propuesta de mejorar las regalías de las entidades productoras con el superávit del FONPET, y que fue acogido por el Gobierno en un proyecto de acto legislativo con Fast Track).
Lo confieso: aún siento nostalgia por el declive político de mi querido barón político del Norte de Casanare (me parece ayer cuando cordialmente me regañó porque el descuido de perder la cédula, me impidió reclamar un auxilio parlamentario que con tanta constancia él gestionó); y considero que en ese ocaso los casanareños no le dimos el lugar que indudablemente se merecía, y probablemente fuimos indiferentes a cómo se sentía en ese momento tan difícil, que entre otros aspectos asumió con altura y dignidad, en donde nunca perdió el sentido del humor ni mostró resentimientos alguno por aquellos que lo ensalzaron en su gloria, pero que nunca se tomaron la molestia de ponerse a su disposición cuando realmente lo necesitó, hasta tal punto que no tuvo inconveniente en que se le viera solo con su maletín esperando el colectivo Yopal - Paz de Ariporo, lo que demuestra aún más su grandeza y su legado en los inicios de la participación de Casanare en el Congreso de la República.
Coletilla: Estamos en mora de rendir un merecido homenaje al ex congresista casanareño Gímber Chávez, en donde los investigadores de la cultura y la historia en Casanare rescaten su legado intelectual y legislativo, que se convierte en un antecedente del devenir político en el Departamento, incluida la clásica contienda a finales del Siglo pasado entre Gímber Chávez y Alí de J. Dalel Barón, tan minada de ideas, debates y ambientes caldeados de pasiones electorales y políticas, que contribuyeron tanto a darle sentido a nuestras vidas. Mea Culpa, Gímber Chávez.
*Especialista en Gobierno y gestión pública territoriales, Pontificia Universidad Javeriana.