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El legado emocional de Rolfe Montoya

El legado emocional de Rolfe Montoya
Por Juan Carlos Niño Niño*

Un legado de Rolfe Montoya (Q.E.P.D.) fue la dignidad y entereza con la que asumió el penoso incidente a mediados de los noventa que lo dejó inválido, cuando entre tragos un gran amigo le dio por dispararle para tumbarle el sombrero, con tan mala suerte que el bromista calculó mal el disparo y la bala impactó en el cráneo de quien ha sido considerado uno de los mejores narradores de coleo del mundo.

La innegable intervención de un Poder Superior y la destreza de un equipo médico logró finalmente que Rolfe no perdiera la vida, iniciando un lento y complejo proceso de recuperación, con la esperanza a futuro que un tratamiento en Cuba le permitiera a largo plazo volver a caminar, que a la hora de la verdad se quedó en el tintero, quizá porque no era posible, o porque no contaba con los recursos, o porque la grandeza emocional que adquirió lo llevó a priorizar en otros aspectos de su vida, como velar y mantener a su familia.

Y lo confieso: alguna vez le reclamé airadamente que era el colmo que los años estuvieran pasando y se negara a adelantar la gestión del tratamiento en Cuba para volver a caminar, a lo que me contestó con una sonrisa tranquila que no me preocupara, que todo se arreglaba bajo lo designios de Dios, que por ahora se sentía cómodo y feliz con lo que le daba la vida, y que del afán no quedaba sino el cansancio, que lo realmente importante en ese momento era que me consiguiera un par de tintos, para continuar con el trabajo que cada uno tenía asignado en la Unidad Legislativa del entonces representante a la Cámara Jacobo Rivera, cuando en ese momento la tarde recién se posicionaba en el silencioso y tranquilo “Edifico Nuevo del Congreso” en Bogotá.

A finales de los ochenta, conocí a un Rolfe completamente distinto, que se explica en en la misma irreverencia de la juventud, que lo daba un carisma algo presuncioso pero encantador, distante pero cálido cuando se animaba a entablar una conversación, con una leve sonrisa que destilaba exquisitas palabras cuando nos contaba sobre su amistad con un viejo llanero que era experto en encontrar huacas (y que él lo acompañaba de vez en cuando en esa tarea), o cuando narraba que “el coleador arquea ligeramente su cuerpo para coger la cola y tumbar el toro”, dejando enmudecido a miles y miles de aficionados que también lo seguían en la transmisión exclusiva de La Voz de Yopal.

En esos años, Rolfe lucia en las mangas de coleo una camisa amarilla encendida, un blue jean marrón y unas imponentes botas texanas, teniendo puesto un finísimo sombrero borsalino, exponiendo a veces una actitud compleja y hasta difícil de entender, que para muchos era interpretada como soberbia o como se conoce en el llano con el término de “fachoso”, pero que a la hora de la verdad era una manera de quererse así mismo y exigir sumo respeto por su trabajo, en donde nunca permitía que nadie lo interrumpiera cuando estaba narrando.

A principios de los noventa, Rolfe Montoya y Hugo Archila (Q.E.P.D) conformaron un dúo inmejorable de narradores de coleo, que se conocería como “Los dueños del Coleo”, que innovaron al ser la primera vez que dos personas narraban y comentaban al unísono la faena, con el talento y la energía que les daba ese don momentáneo de la juventud, y que no dudaban en llamarme para que los acompañara cuando venía de vacaciones como estudiante de Comunicación Social en Bogotá, presentándome en plena tarima para hacer comentarios de la jornada, con la grandilocuente consigna de “Los dueños del Coleo, con Periodista a bordo”.

Al partir de este mundo, Rolfe nos deja definitivamente una lección de vida. De cómo en los albores de su juventud era un carismático y talentoso joven narrador de coleo, y de repente un día al despertar se encuentra con la tragedia de estar casi totalmente inválido más otras serias afectaciones, viéndose forzado a iniciar un riguroso tratamiento de rehabilitación para hacer menos lesivo el daño, inicialmente en medio del dolor y la desesperación, que lo llevó en un momento a desear la muerte, como me lo acaba de confesar alguien cercano a su familia.

Con el paso del tiempo, esa tragedia la utilizó para darle un nuevo sentido a la vida, en donde la tolerancia y el buen humor fue una énfasis predominante de su nueva personalidad, desprovisto de cualquier ínfula, soberbia o vanidad, dedicándose por completo al servicio a los demás, como cuando lo vi alguna vez participando activamente en una mesa de trabajo sobre personas con discapacidad en Comfacasanare, o cuando gestionó las rampas para minusválidos en las instalaciones de la Asamblea Departamental, o en su incansable trabajo social como Concejal de Támara por los menos favorecidos.

Coletilla: Una vez le pregunté intrigado si la persona que le ocasionó accidentalmente esa tragedia, le estaba pagando acorde con la gravedad de la misma, y me contestó con una sonrisa tranquila y distraída, que “quedamos de hablar con el hombre... me prometió una platica... pero cuando me lo encuentre... no hay afán”. Eso demostraba el excepcional y extraordinario ser humano en que se había convertido... Amén.

*Especialista “Gobierno y gestión pública territoriales”, Pontificia Universidad Javeriana.


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