Por Juan Pablo Riaño Prieto**
A diario las personas vemos que las cosas no deberían funcionar en la manera en que suceden, casi todos siempre entendemos que las cosas son injustas y que lo único que nos pueden generar es la ruina, sin embargo cada uno de esos sentimientos son mundos aislados que no llevan a más que a simples contemplaciones de lo que debería ser y no es.
Motivaciones a diario pasan, en las que nos rascamos la cabeza, nos ofuscamos y, sin más, creemos que el mundo no va a cambiar y por lo general siempre ocurre eso: NADA. La pobreza se acrecenta y la gente en sus necesidades más apremiantes no dejan de ver la posibilidad de buscar soluciones apresuradas que solo acaban con la conciencia de actuar bien y de creer que algún día todo puede mejorar.
Estos párrafos parecen redactados por un existencialista pesimista y la verdad eso produce una sociedad como la Casanareña, y en este caso en particular la sociedad Yopaleña. Es increíble que una población sin agua no esté indignada por lo que le ocurre, que no se esté paralizando la ciudad hasta encontrar soluciones reales, porque si fuera otra región del país ya se hubiera solucionado en un par de meses y no como ocurre en estas tierras de paciencia y tranquilidad. Un año sin agua y como si nada, sin dolor alguno pagamos por agua a ¡30.000 pesos el metro cubico (m3)! O peor aún, como no hay plata la población debe desplazarse a orillas del rio Cravo Sur para lavar y bañarse. En promedio se paga en los municipios de todo el país entre 200 y 1000 pesos por el metro cubico, ¿cómo es posible que acá tengamos que pagarle la gana al precio que se les ocurra?.
Todo no es negativo, este panorama nos demuestra que cuando Casanare se quede sin agua -resultado de la explotación petrolera- estaremos preparados y frescos porque ni brisa nos pasa, porque aquí, no hay doliente y ya sabemos lo que es vivir sin ella. La verdad tampoco hay de donde sorprenderse, ¿qué hace uno pegando gritos en el cielo por qué no hay agua?, si cuando se llevaron la plata de las regalías no nos inmutamos, igual como ahora ocurre con el agua. En todo caso no me dejo de sorprender, porque no es uno, son varios los eventos que se desarrollan al tiempo y nadie dice nada, déjenme por lo menos relacionarles a continuación un par más.
Las empresas petroleras en este departamento, y en cualquiera que exploten, no tienen responsabilidades sociales por el impacto que generan, o por lo menos no por decreto. Muchos saltarán a señalar que sí invierten en lo social. A ellos debo decirles que su aporte -el de las empresas- es voluntario y por ello depende más del respaldo que se le dé al presidente de la junta, por ejemplo, que lo dejen ingresar una camioneta o un carrotanque y pare de contar. No evalúen números de inversiones realizadas porque son irrisorias. Hagamos esta operación matemática: tomemos como valor inicial el total de la producción día teniendo en cuenta el precio del barril a la fecha, que es de $ 82.10 dólares WTI, y multipliquémoslo por 200.000 barriles diarios que produce el departamento, que es una cifra aproximada porque es un secreto total. El resultado en dólares es: $ 16’420.000 y en pesos Colombianos son: 29.391’800.000 $ M/C teniendo en cuenta que el dólar está a: 1.790 $ pesos M/C. Si ese valor lo multiplicamos por 365 días que tienen el año, es una cifra realmente escandalosa.
Ahora, hay veredas incluso centros poblados que pueden recibir en un año $150.000.000 millones de pesos o un coliseo deportivo, una manga de coleo, etc. En relación porcentual eso equivale 0.002% para inversión social. Claro hay osadas compañías que a lo largo y ancho del departamento han invertido en un año 4.000 millones o un poco más, representativos en el 0.04%, seguro sumarán el pago de salarios. Sin embargo el trabajo no debería ser una compensación social, eso es un deber, que incluso lo cumplen a medias, en su mayoría contratan mano de obra no calificada y los profesionales en todas las áreas que hay el departamento no les sirven.
Retomemos, si somos consecuentes con la realidad y hacemos una aproximación de los daños sociales que implican la exploración y la explotación petrolera de seguro que el valor sería mayor a lo que terminan “arreglando” a las comunidades, es decir, lo que se ganan con respecto a lo que dejan y el daño que generan, no compensa ni en lo mínimo.
Cómo es posible que no exijamos un compensación real sobre el impacto social que es visible, porque tanta gente desocupada robando carros y casas no es resultado del vacío, sino de la violencia que sufrió el departamento y que aun vive, no es un paseo por las armas voluntariamente que se dan los ciudadanos.
Y ni hablar de la compensación ambiental, ese sortilegio que llaman el 1% que parece que su corporeidad tiene más interesados que beneficiarios. Por lo general sorprende y nos lleva a imaginarnos las cuencas altas de los ríos como bosques espesos y oscuros por su madurez, porque en esos lugares es donde se invierte, sí es allá, o eso dicen los libros o incluso alcanzan a pronunciarlo los empleados de la corporación cuando recitan la ley. Porque no creo que sean muchos los que den fe que se esté reinvirtiendo el UNO donde están explotando. Ahora, para continuar con esta novela fantástica, la compensación del 1% no es sobre la producción, es sobre la inversión inicial en obra, así que estudiosos no hagan cuentas.
Pero tampoco deja de ser increíble, a las multinacionales por compensación ambiental les dan la opción de comprar predios. Yo me pregunto ¿qué será de la vida de los campesinos que han vendido o tiene que vender sus tierras? a lo mejor se adapten a la ciudad, pero por lo general esa platica no dura mucho porque es poco lo que pueden hacer en este mundo “civilizado” de títulos y cartones, lleno de necesidades inventadas que acaban con cualquier riqueza y piden otra.
Sin ser intenso, como dicen los jóvenes de hoy en día, y tampoco por dármelas de científico social voy a dar un ejemplo más, un estudio de caso, como mientan los parlantes de la academia. La Salina ese municipio que parece de Boyacá, pero se los juro así muchos no lo crean, es de Casanare, no tienen de que vivir; les rechazaron el título minero, se quedaron sin la fuente de la salmuera, sin la fuente de su trabajo, de su historia, de su identidad. Para sorpresa, nuevamente de pocos, parece que van a primar las esmeraldas porque de seguro eso genera más dividendos, ojala que esto no les vaya a pasar por salados.
Finalmente, como buenos llaneros abrimos las puertas a todo el mundo que llega, porque como sabemos, los que son de afuera sí tienen derecho. Ahora, sin más ni más, públicamente vienen sosteniendo que les importa un céntimo lo que pase con el departamento, “finalmente ellos vienen es por su plata, cuando van a su ciudad se bañan y lavan la ropa por allá, nada les interesa lo que pueda ocurrir con este departamento y que la verdad no hay que aportarle” esas son las palabras para referirse a este departamento que les da la mano.
Después de hacer este inventario de contrariedades tengo que decir: me cansé y yo sé que como yo hay muchos, seguro somos todos los que estamos mamados de esta situación. Para caminar hay que comenzar con dar pasos, hoy empiezo con el mio, esto es lo que está pasando y no podemos seguir así agazapados. Que respeten los de afuera, que el petróleo es del Estado y de ustedes los de afuera, es cierto, pero para sacarlo tienen que venir acá a Casanare, por ello tienen que ser tan amables como cuando salimos nosotros a su tierra, porque el que está adentro se atiende y el que está afuera se apera.
**Antropólogo. Universidad Externado de Colombia. NAKUA Colombia S.A.S