Las sociedades progresan a paso seguro cuando quienes están en la cabeza de los liderazgos gubernativos y políticos, anteponen sus intereses e inclinaciones personales y grupales, y sobreponen su deseo de avanzar para bien de los gobernados. Cuando los que ostentan el poder y la facultad de decidir entre avanzar o retroceder, se unen honestamente con los que están en orillas distintas, en procura de mejores días.
Desde luego que la responsabilidad de disfrutar de esos mejores días no es sólo de los gobernantes. También reposa seriamente en aquellos que, tras ser derrotados en las urnas, ahora además de mascar con rabia sus años de poder, hoy ejercen como opositores políticos, no siempre bien intencionados. Pero cuidado: esos antagonismos partidistas no deben confundirse con encarnizadas rivalidades de la dirigencia política contra los mandatarios en ejercicio, atravesándose por todo y en todo con tal de no dejar gobernar con fluidez.
No digo aquí que con la excusa de estar de lado del gobierno entonces se aplauda y apruebe lo que sea. Claro que no. Digo es que la oposición y el disenso son saludables e indispensables, pero con argumentos demostrables. Y, sobre todo, razonamientos claramente dirigidos a mejorar lo que quieren imponer los gobernantes de turno. Históricamente las polarizaciones políticas mezquinas, dañan gravemente eso que llaman tejido social. La legitimidad institucional, la credibilidad y la confianza de los gobernados en sus gobernantes se fragmenta y debilita.
Hay días en los que pareciera que la confusión y el caos imperan. Donde el capitán del barco, sus oficiales y cadetes dan la impresión de estar perdidos. A la deriva. O, peor: en un mar picado que amenaza con devorarlos. Todos personajes de un guion, de una narrativa desordenada que indefectiblemente, de no corregirse el libreto, puede terminar impactando negativamente al pueblo.
Es como si el poder y mando lo tuvieran otras mentes y otras manos. Voces cercanísimas, íntimas a los gobernantes que, además de tomar decisiones, lo mal aconsejan y le llevan a cometer graves errores.
El cuadro se deforma más cuando esos gobernantes son sordos, ciegos y mudos. No escuchan, no ven y no enfrentan la confusión y carencia de norte institucional. Miran de soslayo esa, digamos, especie de anomia social que los rodea. Al contrario: su voluntad y disposición a poner en marcha cambios radicales y estructurales es nula. Por falta de experiencia, madurez política o ¡qué sé yo! no quieren admitir y menos corregir sus evidentes errores. ¡Como si fueran los dueños absolutos de lo público!
A contrapelo de lo que la sociedad espera, las componendas de gobierno, roscas, nepotismo y corrupción arrasan a como dé lugar, sin contemplaciones, con otras visiones, planteamientos y puntos de vista que desde diversos ángulos se exponen, pero que el gobierno torpe y hasta dictatorialmente desprecia.
Cuando nos enfrentamos a horizontes políticos enredados e inciertos, que sin duda ensombrecen el desarrollo a mediano y largo plazo, es cuando los verdaderos líderes muestran su casta. Exhiben la madera de la que están hechos. No se dejan apabullar por las circunstancias ni menos por aquellos ruines y negros capataces de la politiquería que los quieren hundir. Dejan ver su carácter y templanza. Dan la cara, ponen el pecho al viento y se echan el pueblo al hombro para impedir que se ahogue en las aguas de ríos turbulentos.
Un líder cierto y verdadero, forjado con el fuego histórico de la lucha de los pueblos, entiende claramente lo que pasa. Con nobleza y gallardía reconoce sus errores. Por eso busca consensos políticos y ciudadanos. Escucha razones, visualiza escenarios, propone salidas, exhibe soluciones eficaces en las dificultades. Ante las crisis se hace grande y no se deja apabullar. Vence a sus adversarios con la claridad de sus ideas. Jamás con la imposición de ellas.
De “lideres” de mentiras, amasados en las vasijas de carteles y clanes donde se moldean y cocinan la corrupción, el clientelismo, los amiguismos y la politiquería ¡estamos hartos!
De la misma manera la Patria toda espera que los perdedores políticos y voces opositoras guarden su actuar rastrero y comportamiento pendenciero. Que dejen de estar viendo suspensiones y destituciones de gobernantes a toda hora y momento. Señores: como seres racionales aporten lo mejor de sí para contribuir a un mayor crecimiento económico, donde las condiciones de vida de la gente sean cada día óptimas y sin exclusividades. Paren ya de envenenar al pueblo con el cianuro de sus palabras. No más campañas difamatorias y libelos disfrazados de verdades,
En tiempos de zozobra y miedo como los que estamos viviendo, que grande y esperanzador sería convenir un nuevo contrato social. Diáfano. Serio. Incluyente. Sin dobladillos. Un pacto en el que los ganadores no aplasten a los perdedores, sino los abracen y les abran un espacio para gobernar en equipo. Un trato donde los perdedores no se empeñen en sembrar de minas el terreno, explotando por los aires a todo el mundo y dejando apenas un reguero de víctimas.
La libertad, justicia, igualdad, derechos y deberes de los hombres no pueden seguir siendo meros enunciados. Meras frases de cajón que los políticos vociferan irresponsable y cínicamente para pescar votos.
No. En esas contundentes palabras reposa lo que todos, desde nuestras trincheras y ocupaciones, como actores sociales pensantes, podemos y estamos llamados a construir y a fortalecer como individuos preocupados por un mundo mejor. En esas palabras está fundada la supervivencia misma de la raza humana. Digo yo.
*Periodista
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