Por Oscar Medina Gómez
Cuando la espuma del Nobel de Paz concedido desde Oslo por el Comité Noruego a Juan Manuel Santos empieza a desaparecer y la bruma distractora se oculta dando paso a la realidad que millones en Colombia y en el mundo conocemos, conviene que la opinión publica tenga de primera mano más elementos que refuerzan el NO que decidimos 6 y medio millones de colombianos en el plebiscito del pasado domingo 2 de octubre.
Una indiscutible oposición a las pretensiones presidenciales de poner a andar los acuerdos de paz de La Habana con el grupo terrorista de las Farc. Acuerdos mediática y circensemente firmados en Cartagena el 26 de septiembre último, en clara impunidad y beneficio a favor de los delincuentes. Y en cínico y antipatriótico irrespeto a incontables víctimas. Vivas y muertas.
Noruega, uno de los 2 países garantes de los diálogos –el otro es Cuba-, es precisamente el país donde se decide a los ganadores del Nobel de Paz. Desde que arrancó esto –hace algo más de 4 años- los nórdicos le han dedicado tiempo y muchos millones de dólares al juego. Y perder no era una opción. Como decimos coloquialmente, a los noruegos les tocaba “sacar pecho” porque su prestigio de país mediador y neutral también quedó afectado luego del plebiscito.
Contra viento y marea, echándose al hombro un muerto político llamado Santos, deciden darle el Nobel de Paz. Esto, sin pestañear, genera reticencia y desconfianza en los criterios de elección de tan afamado galardón. Que de esa nación hayan elevado a la condición de semi-dios a un Santos desprestigiado como ningún otro mandatario en la historia reciente del país. Y con un pueblo que a gritos le exige justicia y honestidad, conminándolo a replantear a fondo lo firmado en Cartagena. Es como si el juez es al tiempo el padre del acusado.
Que es un salvavidas que le tiran al naufrago, no se discute. Pero tampoco resiste discusión que Santos no merece, jamás, ser honrado con un premio de ese nivel.
Queda de manifiesto que el Comité Noruego de Paz hizo evidentes sus vicios políticos, con serios intereses creados en procura de no dejar hundir más en el fango al presidente colombiano. La excusa que dio Kaci Kullman Five, Coordinadora del Comité al decir que se lo distinguía por “sus decididos esfuerzos para acabar con los más de 50 años de guerra civil en el país” no se la cree ni ella. Si se trató de un espaldarazo y sostén al empantanado acuerdo, aquello de que “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”, cabe perfectamente aquí.
Santos cree, torpemente, que con el Nobel de Paz en el bolsillo va a cambiar la opinión del NO plebiscitario. Se equivoca. Las razones siguen más firmes que antes del premio: hay que replantear, renegociar sensatamente temas de fondo que él da por superados como son, por ejemplo, la Justicia transicional. Aquí tenemos tribunales nacionales que pueden castigar eficazmente a los causantes de la tragedia nacional llamada Farc. Por supuesto, los miembros de la fuerza pública que han combatido patrióticamente a los terroristas no deben afectarse ni ser castigados por esos tribunales.
La elegibilidad política también debe llamarse a revisión. Es una burla que, por arte y magia de los Acuerdos, asquerosos pederastas de las FARC como alias Timochenko, Ivan Márquez, Rodrigo Granda, Pablo Catatumbo y otros resulten elegidos “honorables” congresistas. Por 2 periodos consecutivos, sin tener que enfrentarse en igualdad de condiciones electorales con candidatos de otros partidos. Y sin sacar un peso de lo robado, porque el Estado les pagaría todas las campañas.
La cárcel justa para los cabecillas de las Farc igualmente tiene que ser replanteada. No podemos aceptar que no paguen un solo día en prisión, humillando más la memoria de los muertos que tienen en sus conciencias. De la misma forma la reparación efectiva a las víctimas no puede pasarse por alto. Los centenares de millones de dólares que las Farc han robado a honestos colombianos, tienen que devolverse a sus legítimos dueños. Si no todo, sí una buena parte. Es de elemental sentido común.
Conociendo la infamia, mezquindad, mentiras y trampas con que históricamente han actuado las Farc, es posible que no cedan ante las justas objeciones que el pueblo colombiano tiene sobre los Acuerdos de Paz. Preferirán chantajear al maleable y pusilánime Santos, amenazando con que se van para el monte a seguir matando y secuestrando gente. Y poniendo cilindros-bomba y vomitando metralla en poblados.
Si eso ocurre, la orden a seguir es combatirlos a sangre y fuego. Darlos de baja sin compasión. Hacer respetar la Constitución cuando dice que se debe salvaguardar la vida, bienes y honra de todos los ciudadanos. Llevarlos al borde del precipicio, exigirles rendición y castigarlos ejemplarmente. Imponer la autoridad legitimidad de las armas contra todos aquellos que intenten desestabilizar por la fuerza y el terrorismo a la Patria.
El NO del plebiscito no sólo dejó a Santos como el más grande imbécil de los presidentes. Como dicen, ensilló la mula sin tenerla. De paso lo desautorizó para que legalmente pueda accionar lo pactado con las Farc. Esta expresión democrática no se puede permitir que se la pasen por la faja, en gracia de un desacreditado Premio Nobel de Paz. Que –la verdad sea dicha- no sirve de nada a la consolidación de la paz entre las naciones y los pueblos.
El Nobel de Paz de Santos está deslegitimado. Es una payasada. Le han puesto en boca y nariz al Presidente una bala de oxígeno. Se la pasan de afán a un moribundo para alargar su agonía. Santos -lo he escrito muchas veces- es la más grande vergüenza política que se recuerde en la Colombia de los últimos 100 años. Está al nivel del inepto José Manuel Marroquin en 1903, cuando arrodillado le entregó Panamá a los Estados Unidos de América. Eso quiere hacer con los bandoleros de las Farc-. La más grande vergüenza terrorista del país. ¡Jamás lo permitiremos! Digo yo.
** Periodista