Por Oscar Medina Gómez *
“El infierno es vivir cada día sin saber la razón de tu existencia” dicen que dijo el actor y boxeador norteamericano Mickey Rourke. Con mucha razón lo expresa un tipo que ha llevado una vida crápula de sexo, drogas, alcohol, cañazos, puñetazos… y cuanto gustico terrenal se ha podido dar. Infierno o paraíso, lo ha vivido. Está en su prontuario.
¿Dónde mora el infierno, dónde está el infierno? ¿Somos, acaso, nosotros mismos un infierno hecho carne y huesos? ¿Pensamientos y actuaciones? ¿Seres humanos que luchamos cada instante contra múltiples infiernos que nosotros mismos creamos y habitamos? ¿Pasajeros de un tren llamado vida, donde cada vagón es un infierno mismo, clasificados esos vagones por categorías sociales?
¿Hay muchos infiernos? ¿Están en cada palabra, pensamiento, obrar, idea, esquina, puerta, ventana, sombra, camino, calle, montaña, pared? ¿Es el mundo mismo en que vivimos? ¿Es todo lo que vemos y sentimos?
Las ganas, los deseos rabiosos de vengar al ser querido a quien un bribón le arrebató la vida. En cualquier callejón, cualquier noche, cualquier día, cualquier hora, cualquier tierra. Ese ser amado por quien matarías si pudieras.
Las puntiagudas y jugosas tetas de tu vecina que, cada mañana, insinuantes las dos, te saludan con un ¿buen día…todo bien…?, queriéndose salir de la blusa que les disimula el placer que contienen y están ansiosas de dar. O el trasero firme de tu secretaria que se pasea mil veces frente a tu cara diciéndote “tómame, agárrame todo ¡ahora!”
La lujuria viva que corre por tus venas, proclamando que sientes y vives. Esa que desbordas cada que te posas sobre ella, tu hembra, llenándola… llenándote de placer a mares. Irrefrenable e impío.
Los corruptos, disfrazados ya de héroes del pueblo, ya de alcaldes, gobernadores, ministros, presidentes, candidatos, defensores de derechos humanos, guerrilleros, por decir aquí. Esos que en cada palabra y frase que vomitan por su boca dicen tener la fórmula para vivir en paraísos de leche y miel. Donde sólo hay cantos celestiales y nadie sufre por cuenta de las injusticias.
Las ganas de dinero rápido y fácil, bien por cuenta de un contrato amañado con el Estado, o jugando al baloto o apostando en los casinos, o sirviendo de mula para llevar unos kilos de heroína, o cocaína a la “yunait”. O a Paris. Ámsterdam, Madrid, Londres, Tokio, Berlín. A cualquiera de esas cautivadoras plazas del placer terrenal.
El niño hambriento, de mirada triste y cara sucia que mientras cambia la luz del semáforo te ofrece cualquier golosina o cacharro por las monedas que se te dé la gana lanzarle. O aquella puta del andén que te ofreció lo “inimaginable, lo que quieras papito” también por unos billetes.
El exultante vino que al beberlo hace magia en tus sentidos. Oprime el botón de tus recuerdos, melancolías, nostalgias, rabias y alegrías. Es alimento para metamorfosear el espíritu. Gozo para el alma. Regocijo para el cuerpo. ¡Un canto a la vida!
La acalorada discusión con tu mujer, donde uno y otra disparan toda suerte de acusaciones y reclamos, patanes y obscenos -pero injustos y débiles la mayoría- dejando luego hondos hoyos en el alma, posibles de perdonar, pero jamás de olvidar.
La fugaz idea del suicidio que de cuando en vez cruza veloz pero coqueta por tu mente. Con su guiño te recuerda que está ahí. Atento siempre. Él no duerme. Como el aire que respiras cada día. O el sol que no polemiza en a quiénes alumbra.
El amor que tú y ella saben verdadero, puro y sin cortapisas, pero que no lo puedes vivir con la mujer que amas. Su alma, su cuerpo y su mente pertenecen a otra boca, otro cuerpo y otra mente. Ese amor doloroso y sufrido que te taladra todo, hasta casi morir cada hora.
Ser travesti, gay, puta, lesbiana, bisexual, marica, cacorro o lo que tu cuerpo te pida. Pero sin poder vivirlo porque las miradas juzgadoras te fusilan sin compasión.
Presa de un mundo de seres humanos hipócritas y bellacos, donde la moral es tan fuerte y firme como un chicle en los dedos. “Que se levante los techos de las casas para podernos mirarnos todos” …escribió el poeta.
La desesperación maniacoparanóica, o la depresión indecible de la que son presa quienes están en el mundo laberintico del vicio drogadicto. Ese estadio de la mente donde habitan edenes, fantasmas, demonios y ángeles. Los hacen felices, cuentan sus prisioneros. Cierto o no, sus secuestradores tienen bien asidas las riendas de sus cautivos y se rehúsan a soltarlas.
Infiernos todos, tal vez. Ahí están. Son nuestros acompañantes. Escenarios humanos, cotidianos. Inatajables algunos. Deseables otros. Horrorosos varios. Pero infiernos, todos. ¿A cuál perteneces tú?
Cierro con Jeremy Irons: “Puede que el infierno sea nuestro destino” Digo yo.
*Periodista
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