Por: Oscar Medina Gómez**
La reciente captura en Venezuela de alias “Martin Llanos” tiene con diarrea permanente, pre infarto del miocardio y riesgo de aneurisma cerebral a más de un y una en Casanare. Aquí se aplica aquello de “mucho miedo y poca vergüenza”. Aunque la realidad es otra –lo sabemos- muchos y muchas de los que temen que la bestia negra abra sus fauces para devorarlos, posan hoy día de honorables ciudadanos. Como diciendo en cada esquina, con voz bajita, conmigo no es la cosa.
El punto es que durante los 7 años que duró el régimen del terror de este nefasto personaje no solo en tierras casanareñas sino del Meta, Boyacá, Vichada, Arauca, Cundinamarca y Bogotá –en la capital del país contaba con un ejército de sicarios y bandoleros a su servicio, que secuestraban, extorsionaban y asesinaban sin cuartel-
dirigentes políticos, congresistas, gobernadores, alcaldes, diputados, concejales, secretarios de gabinete, militares, personeros, fiscales, jueces, directores de organismos de inteligencia, ejecutivos de petroleras, líderes gremiales, ganaderos, arroceros, comerciantes, contratistas, gerentes de bancos, docentes, periodistas y toda suerte de profesionales y ciudadanos del común tuvieron que ver con las andanzas de Héctor Germán Buitrago Parada-verdadero nombre del hijo del “tripas” Hector José Buitrago Rodríguez-, otro desalmado criminal también detenido actualmente y a la espera de su condena.
Muchos fueron obligados a cohonestar con el delito. Es cierto. El poder corruptor e intimidatorio del buitragueño y el terror de un frio cañón de una 9 milímetros en la cabeza no daba alternativa de escoger. O iban a Monterrey, el Tropezón, Lechemiel y otros sitios donde solía “gobernar”, y aceptaban las exigencias y condiciones de “Martin Llanos”, o simplemente corrían con las amenazas y consecuencias del jefe paramilitar. Que casi siempre las cumplía. O sea, terminaba exiliando o matando a su víctima. Y de todas maneras se quedaba con lo que quería. Bien un contrato, una millonaria extorsión, una finca, un cargo público, un expediente, una joven mujer. En fin.
Pero otros, los cómplices, -que no son pocos- lo hicieron a sabiendas que con su proceder estaban alimentando la maquinaria delictiva, despiadada, sanguinaria y de muerte de “Martin llanos”. Hasta sus predios y dominios llegaban gobernantes y políticos a suplicar y negociar su tajada del ponqué. Lo mismo que contratistas a arrodillársele para que influyera por jugosos contratos en las gobernaciones y alcaldías. Y, obvio. Lo hacían porque esa complicidad les llenaba los bolsillos con dinero a torrentes. Sin importar que estuviera manchado de sangre y corrupción. No se les daba nada. No les corría frio por la piel. Les animaba era el billete fácil, sin mayor esfuerzo.
Del “bloque de cómplices” unos muy poquitos fueron condenados. Otros están huyendo. Y muy posiblemente, casi que con certeza, varios siguen en sus actividades políticas. Algunos fueron elegidos popularmente y ejercen hoy como gobernantes. Otros continúan en las fuerzas militares. Muchos siguen contratando con el Estado. Y todos, sin excepción, campantes y sonrientes.
Uno pensaría que “Martin Llanos” debe hablar. Cantar ante la fiscalía. Contar todo lo que sabe. Empezar a hacer justicia con los miles de muertos, desplazados, mujeres violadas, despojados de sus tierras, menores reclutados y víctimas sin fin que carga en su negra conciencia. Llevarse por delante a quienes tenga que llevarse, siempre y cuando estén en el “bloque de cómplices”. Y con la verdad en sus labios, de frente al país, comenzar a desandar el recorrido tenebroso que su triste vida caminó, dejando a su paso un dolor profundo de patria, llanto incontenible, rabia represada y tristeza indecible en centenares de familias buenas. Hombres y mujeres. Jóvenes y viejos cuyo único pecado fue caer en sus garras.
Ante 190 países la interpol lo tenía fichado en su circular roja. Por narcotraficante el gobierno norteamericano lo reclama en extradición. En Colombia ya tiene una condena de 40 años expedida por el Juzgado Octavo Especializado de Bogotá por las desapariciones forzadas de los ciudadanos Luis Bernal López y Ariel Rosas Moreno ocurridas en Aguazul entre 2002 y 2003. Igual tendrá que responder por la desaparición en el mismo municipio, el 21 de mayo de 2001, de Víctor Julio Mejía Chaparro. Y debe rendir audiencia por el asesinato en 2002 del personero de San Carlos de Guaroa, Meta.
Pero lo más trascendental aún falta. El real prontuario de “Martin Llanos” no se conoce. Que hable. Que diga la verdad. Que no se guarde nada. El país, los casanareños y los habitantes de otros departamentos donde puso a andar su máquina de la muerte tienen derecho a saberlo todo. A esta altura del partido, como dicen, nada tiene por perder. Y sí mucho por ganar. Bueno. Si es que a eso se le puede llamar ganar, cuando ya su alma y su cuerpo pertenecen al infierno. Digo yo.
**Periodista – Especialista en Gobierno Municipal y Gestión Pública Pontificia Universidad Javeriana